Estos últimos días han aparecido varias noticias sobre el estado de la lectura en la enseñanza Infantil, Primaria y Secundaria. Primero, una entrevista mencionada en varios periódicos a Almudena Giménez de la Peña, profesora del departamento de Psicología Básica de la Universidad de Málaga. La profesora comenta un estudio que ha llevado a cabo con su grupo de trabajo. Entrevistas a profesores de Infantil y Primaria, preguntas para conocer sus opiniones sobre las habilidades lectoras y sus prácticas y métodos de enseñanza. Una de las opiniones erróneas más extendidas fue la de que el aprendizaje de la lectura es casi espontáneo, que se puede llevar a cabo sin una enseñanza sistemática. La segunda de esas opiniones resulta más familiar: muchos profesores creen que el dominio de la lectura depende en un alto grado de la motivación. Es decir, que para que los niños aprendan a leer bien primero hay que conseguir que les interese la lectura. Por último, el dato más interesante de la entrevista: tras analizar los planes de estudio de Magisterio, el grupo de trabajo descubre que en la carrera apenas hay bibliografía sobre la enseñanza de la lectura.
La segunda es una pieza de Olga R. Sanmartín en El Mundo sobre el proyecto de Joan Subirats, ministro de Universidades, para cambiar precisamente la estructura de la carrera de Magisterio. Entre otros cambios, la reducción de los contenidos didácticos y disciplinares específicos de las asignaturas desde los 100 créditos actuales hasta los 48. Si se aprueba la reforma, sólo se dedicaría un 2,5% a cada una de las materias que los maestros deberían impartir después a sus alumnos.
Tercero, un análisis de esa misma reforma, pero en El País. La noticia comienza de este modo: “Los nuevos maestros de Primaria y de Infantil se formarán durante la carrera en "habilidades interpersonales”, prevención de la violencia de género y respeto a la diversidad afectivo-sexual, “personal, familiar, social y cultural” del alumnado”. Porque la educación -como la naturaleza- aborrece el vacío, pero adora el humo.
Cataluña, Galicia y el País Vasco son las tres comunidades autónomas con mayor diferencia de puntos entre chicos y chicas
Y la cuarta, sobre los resultados del último informe Pisa: los chicos españoles de 15 años están casi un curso escolar por detrás de las chicas en Lectura. Aquí hay varios datos que llaman la atención, empezando por uno al que apenas se presta atención: en ninguno de los países analizados los chicos obtienen mejor resultado en Lectura que las chicas. Otro: la diferencia en el rendimiento de Lectura entre chicos y chicas es de un curso en casi la mitad de los países. Y uno más, entrando en lo nuestro: Cataluña, Galicia y el País Vasco son las tres comunidades autónomas con mayor diferencia de puntos entre chicos y chicas.
Sí, vivimos en la época de los discursos pedagógicos sobre las competencias. Pero la principal de todas ellas, la competencia lectora, no vende tanto como las que incorporan las palabras mágicas. En los discursos políticos sobre educación hay poco más que marketing. En unos, las nuevas tecnologías. En otros, las nuevas religiones. La lectura es algo viejo y su aprendizaje depende en buena medida de la voluntad de cada maestro y cada profesor. Pero enseñar a leer no es fácil, y enseñar a leer bien es un viaje desde la fonética hasta el significado, la interpretación y la evocación; casi una Odisea.
Llamar progreso a la inercia
Ante todas estas constataciones del problema de la lectura en España aparecen siempre nuestras particulares Escila y Caribdis: el fatalismo apocalíptico y el triunfalismo irresponsable. Hay que procurar alejarse lo suficiente de ambos, pues nos arrastran hacia la indolencia. No es verdad que desde los gobiernos haya una voluntad permanente de condenar a los alumnos a la ignorancia; normalmente les basta con ocultarla. La ignorancia es el estado en el que la mayoría de los niños llega al sistema educativo, y no hay nada malo ni anormal en ello. Lo malo es que muchos continúan en ese estado cuando llegan a la adolescencia, y aquí sí tenemos un problema. Pero de nuevo desde la política se ofrece una solución fácil: en lugar de corregir lo que está mal, se edita el diagnóstico. El problema para los gobiernos, los ministerios y las consejerías de Educación no es que los alumnos no sepan, sino que se sepa que no saben. Para solucionarlo, nada más rápido que reducir la exigencia y llamar progreso a la inercia. Así es como llegamos al éxito manteniendo el mismo nivel de fracaso.
El rumbo correcto pasa por recordar que lo que se hace en el aula es mucho más importante que lo que se decreta en una orden ministerial. Y de todo lo que se hace en un aula, probablemente no hay nada más importante que la enseñanza de la lectura. Muchas veces creemos que nuestra profesión consiste en salvar a los jóvenes, o incluso en salvar al mundo, pero cuanta más importancia damos a nuestra profesión -y por lo tanto a nosotros-, peor la llevamos a cabo. Nuestro trabajo no consiste en fabricar niños inclusivos, empáticos, justos, nobles o curiosos. Nuestro trabajo principal, el primero, es hacer que aprendan a leer bien, porque de ello depende el éxito de casi cualquier otro aprendizaje. Y lo primero en esta enseñanza es hacer que se acostumbren al hecho físico de la lectura. Una lectura individual, no colectiva. Un tiempo suficiente, no un breve entretenimiento. En un ambiente tranquilo, en compañía de notas, preguntas y observaciones, es decir, con lápiz en la mano.
No son dinámicas novedosas, no sirven para decorar pasillos, no atraen la atención de los medios. Pero es lo que tenemos que enseñar, antes que nada.
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