Winston Churchill, que sabía mucho de muchas cosas pero de política seguramente más que nadie, era un hombre muy aficionado a las frases brillantes e ingeniosas. Sobre la democracia dejó, entre otras muchas, dos aparentemente contradictorias entre sí.
La primera es aquella según la cual la democracia es lo que hay cuando, si llaman a la puerta de tu casa a las cinco de la mañana, tienes la certeza de que es el señor que reparte la leche. No la policía sublevada, no los matones de un golpe de Estado como ese que, aunque sea bastante de la "señorita Pepis", acaban de intentar cuatro zumbaos de extrema derecha nada menos que en Alemania.
La otra frase es más oscura. Decía sir Winston que la democracia es el peor sistema de gobierno que ha inventado la humanidad… a excepción de todos los demás.
Vivimos en una democracia. Esto quiere decir que, a diferencia de lo que pasa en las tiranías, es perfectamente tolerable que haya gente a la que no le guste ese sistema y que sueñe con cargárselo de un modo u otro. En España tenemos dos ejemplos muy notorios, desde luego entre otros. El primero es el de los secesionistas catalanes; estos, a los que podemos englobar bajo el nombre genérico de los rufianes, porque uno de sus más conspicuos líderes se apellida así, pretenden crear una democracia (si es que es eso lo que pretenden) para ellos solos, ignorando o despreciando al resto de los españoles y destruyendo la nación de todos.
Lo mismo los rufianes que los neofranquistas, están en su derecho de pensar como piensan y de procurar convencer a otros, no faltaba más
El otro ejemplo es el de la extrema derecha, que busca un recorte generalizado de libertades y derechos (mujeres, trabajadores, minorías, comunidades autónomas, etc.) basado en los dogmas del catolicismo y en el arribaspañismo que ya era viejo y rancio cuando nació Manolo Escobar. Y el general Mola. Y el pasodoble. Su objetivo es convertir a nuestro país en una dictadura encubierta al estilo de Hungría.
Ambos extremos, lo mismo los rufianes que los neofranquistas, están en su derecho de pensar como piensan y de procurar convencer a otros, no faltaba más. Del mismo modo, la inmensa mayoría (incluyendo ahí a bastantes más de la mitad de los catalanes) estamos en nuestro derecho de no estar de acuerdo con ninguna de las dos cosas, caramba, y pretendemos seguir viviendo con las mismas capacidades y las mismas dificultades que hasta ahora; no con más, si puede ser.
Entonces, ¿cuál es el problema? Si la gran mayoría de los ciudadanos estamos de acuerdo en lo elemental, ¿qué dificultades hay?
Pues el problema es que, gracias a una vieja ley electoral que favorece descaradamente a las minorías periféricas –es decir, a una parte del sistema democrático que tenemos– y que nadie quiere cambiar, el actual gobierno de coalición de España no puede subsistir sin el apoyo, entre otros, de los rufianes. De no ser por ellos, el gobierno caería. Y el gobierno no quiere caer. Así que lleva ya tiempo "negociando" con ellos. Entrecomillo la palabra "negociando" porque si escribo el término que tengo en la cabeza es probable que no me publiquen este artículo, y con razón.
El gobierno ha vendido (se llama así, vender, dejémonos de historias) a los rufianes la eliminación del delito de sedición. Y está a punto de hacer lo mismo con el delito de malversación. Esos dos delitos fueron los más graves de los que cometieron los líderes del proceso secesionista que vivió Cataluña en 2017. Y por cometer esos delitos fueron a la cárcel, como sucede en todo Estado de derecho. Pero el gobierno necesita a los rufianes, si su apoyo no existiría. Así que está cambiando las leyes para favorecer a quienes las incumplieron; intenta que los delitos que cometió aquella gente ya no sean delito sino, como mucho, pecado venial.
La otra parte ha dicho que sí, que exactamente eso fue lo que pasó: que les vendieron el apoyo parlamentario a cambio de cortar la ley, que nos atañe a todos, hasta dejarla a su medida
Esa operación, que se parece muchísimo a un chantaje, ha sido negada por el gobierno, no faltaba más. Pero su negación ha servido de muy poco porque la otra parte contratante, la de los rufianes, ha dicho con toda claridad que sí, que exactamente eso fue lo que pasó: que les vendieron el apoyo parlamentario a cambio de cortar la ley, que nos atañe a todos, hasta dejarla a su medida, como hacen los sastres con los trajes.
¿Se conformarán con eso los rufianes? De ninguna manera. ¿Cuál será el siguiente paso? Pues está claro: el referéndum de autodeterminación, que es la parte esencial de lo que buscan los rufianes. Todo esto de la sedición y de la malversación son las cerecitas que adornan la tarta, pero la tarta es otra, ya sabemos todos cuál: la independencia de Cataluña, la quieran los catalanes o no la quieran. Así que el siguiente capítulo de esta locura será "vestir" el referéndum secesionista con las mismas palabras sonrientes, hechas todas de algodón de azúcar verbal, con que han vestido la vergüenza que ha supuesto lo de la sedición.
Vamos a ver, ¿hasta dónde está dispuesto a llegar el gobierno de Sánchez para seguir existiendo? Pues eso no es fácil saberlo porque algo como esto no ha ocurrido nunca en nuestro país. El último precedente, mucho más tosco, es el de la declaración del "Estat català", independiente de España, el 6 de octubre de 1934, durante la Segunda República. Aquello duró unas horas y fue deshecho por la fuerza. ¿Recuerdan ustedes lo que dijo aquel día el sublevado, ¡sedicioso! presidente de la Generalitat catalana, Lluís Companys? Pues dijo esto:
"Esto es, ni más ni menos, una declaración de guerra. ¡Y una declaración de guerra —que equivale a jugárselo todo, audazmente, temerariamente— en el preciso instante en que Cataluña, tras siglos de sumisión, había logrado sin riesgo alguno, gracias a la República y a la Autonomía, una posición incomparable dentro de España, hasta erigirse en su verdadero árbitro, hasta el punto de poder jugar con sus gobiernos como le daba la gana!".
Les suena de algo, ¿verdad? ¿A que sí? Sin tiros y sin tanta facundia, pero ¿a qué les suena?
Pues muy bien, pues si no queremos que estos se carguen nuestro país, votemos a los otros, dirán muchos de ustedes, no sin una aplastante lógica. Pero ¿saben qué pasa?
¿Hasta dónde está dispuesto a llegar el PP en sus concesiones (donde lo necesita) a la extrema derecha? ¿Cuánto tiempo seguirá menguando el apoyo a las centurias de Abascal?
Pues que en el lado opuesto sucede igual. ¡Lo mismo! La derecha que podemos llamar civilizada en España, el partido conservador de toda la vida, el de Fraga y Aznar y Rajoy, depende ahora mismo, en grandes zonas del país como Castilla y León, pero también en todas las encuestas, de la extrema derecha. Solo se han librado los andaluces, loados sean los cielos. En mi tierra, cada vez que ese profundo pozo de inteligencia (seco, pero profundo) que es el vicepresidente Gallardo abre la boca, al presidente Mañueco se lo llevan los demonios. Es cierto que los ultras van cayendo en las encuestas, pero estas también dicen que el nuevo líder, Feijóo, se va desgastando a ojos vistas: se acerca la hora de la imprevisible Isabel Rodríguez Ayuso (ya, ya sé que se apellida Díaz; pero yo me entiendo y ustedes también), que no tendrá el menor problema en darle a la extrema derecha lo que le pida, como ya va haciendo, porque escrúpulos tiene muy pocos pero afinidades de ¿pensamiento? con ellos tiene un carro entero. Y lo que persigue, por encima de todo, es el poder, mantenerse en el poder y aun multiplicarlo, un día quizá no lejano, a costa del líder gallego.
¿Hasta dónde está dispuesto a llegar el PP en sus concesiones (donde lo necesita) a la extrema derecha? ¿Cuánto tiempo seguirá menguando el apoyo a las centurias de Abascal? ¿Nadie recuerda ya que el vertiginoso crecimiento de este partido se debió al atropello a la Constitución de los secesionistas catalanes, en octubre de 2017? Y si el actual gobierno sigue mercadeando, sigue cambiando las leyes para favorecer a sus socios indispensables, los rufianes, ¿qué razón hay para pensar que un día u otro no volverá a suceder lo mismo, y la derecha tradicional se verá completamente en manos de los ultras?
De momento, y ojalá dure muchas generaciones, la democracia sigue siendo el peor de los sistemas posibles… a excepción de todos los demás. Aunque hace ya muchísimos años que el repartidor de la leche no llama a la puerta de madrugada.
Y así vivimos la inmensa mayoría: entre dos espantos que no nos gustan, pero que no sabemos cómo sacarnos de encima.
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