El miedo se presenta de muchas formas. A través del viento que agita los árboles en noches de tormenta. A través de los cientos y cientos de pensamientos que recorren una sola mente en apenas un segundo. A través de un escalofrío. De un dolor fuerte y afilado como un lapicero, en la boca del estómago. El miedo se presenta de muchas formas cuando todo alrededor es incertidumbre. Cuando se palpa el invierno y no hay un punto de calor al que aferrarse.
Es lunes por la noche. Mientras friego los posos del vino de una copa recién vaciada en una casa a buena temperatura, una noticia de fondo en el informativo me frena de golpe. Me acerco al televisor con las manos goteando y observo la imagen de una reportera en Ucrania bajo una carpa -que es algo así como una tienda de campaña- en la que hay un calefactor, luz, dos chicas jóvenes cargando sus teléfonos móviles y un espacio de juegos para los más pequeños. Es un “punto de invencibilidad”, dice la periodista. Un punto para sobrevivir, no a las bombas, sino al frío convertido ya en arma de guerra por Putin. Los está habilitando el gobierno ucraniano por todo el país para suplir los cortes de suministro que está sufriendo la población después de que, hace más de diez días, la infraestructura energética quedara dañada tras los bombardeos de las tropas rusas.
Por si no tenían suficiente los ucranianos, ahora, además de luchar contra un enemigo de carne y hueso, tienen que enfrentarse a un monstruo que apenas se puede ver ni tocar, pero que es capaz de matar con su aliento gélido. Ya no es sólo huir de las explosiones, los disparos, los proyectiles, la destrucción, el hambre. Ahora es también escapar de los aires heladores que se cuelan por las grietas que provoca este conflicto sin fin.
Es tal el temor de los españoles a no poder pagar un recibo desorbitado que hasta nos hemos vuelto locos comprando productos térmicos para afrontar uno de los inviernos más crudos por culpa, no de los termómetros, sino de los precios
Unos aires difíciles, un vendaval propio de diciembre que ha llegado hasta aquí y que puede congelar la misma vida con temperaturas bajo cero… que lo congela todo en realidad, excepto el miedo: “No hacen más que asustarnos con la factura de la luz y de la calefacción”. Cuántas veces he escuchado algo así estas últimas semanas. Cuántas. El caso es que es tal el temor de los españoles a no poder pagar un recibo desorbitado que hasta nos hemos vuelto locos comprando productos térmicos para afrontar uno de los inviernos más crudos por culpa, no de los termómetros, sino de los precios. Según un estudio elaborado recientemente por el portal idealo.es, la demanda en nuestro país de mantas, edredones, bolsas de agua se ha disparado un 47% con respecto al año pasado. Por no hablar de los guantes, un 113% más. Hemos acudido en masa a grandes superficies o a tiendas pequeñas en busca de calor, de ahorro, de alternativas a la calefacción.
Más de treinta años lleva Rosa al frente de una mercería bilbaína. Asegura ante las cámaras del programa en el que trabajo que nunca había vendido tantos pijamas gordos, tantas batas de terciopelo por fuera y de forro polar por dentro, tantas camisetas interiores térmicas, calcetines. “Hasta el año pasado, la gente te decía: no quiero una prenda gruesa pero ahora, por el tema económico, todos nos estamos concienciando de que tenemos que hacer un uso correcto de la energía. Usar la que necesitamos y no más. La gente está concienciada de que es mejor ponerte un pijama abrigadito o una buena bata”. Tanto ha crecido el interés de los consumidores por este tipo prendas, que se refleja también en la red. Más de un 50% han aumentado las búsquedas en internet.
La gente está concienciada de que es mejor ponerte un pijama abrigadito o una buena bata”. Tanto ha crecido el interés de los consumidores por este tipo prendas, que se refleja también en la red. Más de un 50% han aumentado las búsquedas en internet
Siento frío al escuchar y leer todos estos datos cuando ni siquiera ha llegado oficialmente el invierno e imagino unas navidades entre mantas y langostinos, entre guantes y el vaho que provocan las palabras en una estancia con la puerta cerrada al calor. Lo peor siempre puede estar por llegar y más en estos tiempos en los que el miedo se presenta de tantas y tantas formas. Aunque cualquier escena aquí será, sin duda, infinitamente mejor que la de estar a la intemperie, sin luz y con el sonido de las bombas como única melodía navideña, como único villancico triste.
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