Opinión

La equidistancia o el peligroso velo de la ignorancia

No puede ser que la mayoría de catalanes no separatistas seamos reducidos a ser meros espectadores, comparsas o mercancía de intercambio

La ingenuidad es peligrosa, máxime cuando la aplicamos en la esfera de la política, más peligrosa aun cuando es fingida o cuando solo forma parte de un más que forzado escenario. Digo esto porque si bien es cierto que el problema del separatismo catalán es mucho más complejo de lo que muchas veces se percibe, las posiciones buenistas y equidistantes solo pueden ser un problema añadido que nos aleja aún más de una solución verdadera y permanente. Esas posturas solo responden a cortoplacismos políticos y a tacticismos electoralistas.

También resulta muy revelador cómo, desde las negociaciones para la investidura de Pedro Sánchez; ojo permítanme la digresión: sí, he dicho negociación para la investidura, no estamos ante un momento fundacional del Estado, ni ante una refundación del mismo, ni ante cambios de paradigmas, ni ante una especie de epifanía sobrevenida, en este momento se debería estar negociando la gobernabilidad para los próximos cuatro años, nada más (y nada menos). Pues bien, como decía, desde las conversaciones entre los separatistas y el PSOE la maquinaria político-mediática y la intelligentsia progresista se ha puesto en marcha para crear un estado de opinión que facilite según qué tipo de acuerdos que van más allá de las atribuciones, el momento y la oportunidad.

Este caldo de cultivo en forma de lluvia fina de la mano de periodistas y élites intelectuales desprende un tufillo insoportable a equidistancia que es básicamente la figura de ponerse de lado cuando las cosas van mal y creer que culpabilizando a “las dos partes” es la forma de resolver los problemas. Vamos, como cuando dos hermanos se pelean y la madre no culpa a ninguno de los dos… desde luego la puerilidad del planteamiento llega a asustar. Pero veamos, como le dije en su día a la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau (le tuteo con su permiso porque tanto ella como yo procedemos de barrios duros y en esos ámbitos es la costumbre), básicamente que no se podía jugar a la equidistancia con quien incumple la ley y quien la hace cumplir, a este segundo se le puede criticar la forma, el tiempo o la eficacia de las medidas, pero nada más.

Pero sigamos, hace no mucho La Vanguardia hacía una pieza titulada “Intelectuales de todo el mundo piden a Gobierno y Generalitat una salida política al conflicto en Catalunya”. (235  “intelectuales” de todo el mundo mundial como Manuela Carmena, Iñaki Gabilondo o el candidato de Geroa Bai Daniel Innerarity) en la que se concentran todos los argumentos para la equidistancia como instrumento de distorsión de la realidad. Para empezar, se compra sin rubor no solo el lenguaje del separatismo sino que se entra de lleno en el marco mental del mismo, obviando así una de las cuestiones claves (la clave de bóveda diría yo de este complejo asunto) que es que lo que ocurre en Cataluña es un problema entre catalanes, entre aquellos que andan inmersos en la burbuja independentistas y aquellos que solo queremos vivir en paz y progresar en un marco de estabilidad y democracia.

Torra y compañía no quieren hablar ni negociar, quieren imponer su programa separatista más allá de la Ley y de la mayoría de los catalanes

Este movimiento a favor del diálogo se equivoca gravemente cuando ponen el foco en la ausencia de respuesta por parte del Gobierno ante las peticiones de diálogo y negociación por parte de la Generalitat. Esto no es cierto, el Gobierno de España (tanto con Rajoy como con Sánchez) ha hablado con la Generalitat porque, en realidad, Torra y compañía no quieren hablar ni negociar, quieren imponer su programa separatista más allá de la Ley y de la mayoría de los catalanes. Además, vemos como Torra parece tener en su mano la espita de graduación de la tensión (recordemos el “apreteu” a los CDR). Si estos firmantes quieren apostar por la distensión en las calles, es algo tan fácil como convencer a la Generalitat y a todos sus tentáculos sociales y mediáticos para que dejen de 'tensionar', enfrentar y dividir a los catalanes, no se puede culpar de la tensión a los que no la provocan.

El segundo y fundamental punto de es cuando se dice que “se abandone la estrategia de la judicializar un conflicto de clara naturaleza política”. Vamos a ver... ¿De naturaleza política? ¿Quieren decir que el 6 y 7 de septiembre de 2017 cuándo los políticos independentistas pisotearon los derechos de todos estaban haciendo política o simplemente trataban de poner entre las cuerdas al Estado? ¿A partir de ahora tendremos que negociar los derechos fundamentales con todos aquellos que conculquen la ley y tengan en sus manos poderos medios de comunicación? ¿Acaso la incitación a la violencia demostrada por algunos líderes separatistas, miembros del Govern y por sus medios afines debe ser recompensados según los buenistas de la izquierda? ¿En serio pretenden hacernos creer que la representatividad de todos los catalanes está en manos de un incendiario como Torra?

Lo que no puede ser es obviar que quién ha provocado el problema raramente puede formar parte de lo solución a no ser que estos asuman su error y lo corrijan

La gravedad del asunto es que –sabiendo que el diálogo es la herramienta fundamental en democracia para resolver conflictos- lo que no puede ser es obviar que quién ha provocado el problema raramente puede formar parte de lo solución a no ser que estos asuman su error y lo corrijan. Si hay que dialogar con el separatismo solo puede ser previa asunción de errores, con nuevos liderazgos y, como no puede ser de otra manera en democracia, siempre dentro del marco de la ley y pensando en el bien común. No puede ser que se pretenda crear una especie de “velo de la ignorancia” (Rawls) para solucionar el conflicto, porque básicamente los únicos que quieren ponerse el velo e ignorar la realidad son los que desde fuera de Cataluña no entienden la verdadera naturaleza del conflicto.

Además, no puede ser que ahora, por el hecho de estar negociando una investidura volvamos al pecado original de nuestra democracia: creer que cuando se habla de Cataluña solo se habla de (y con) los nacionalistas catalanes. No puede ser que la mayoría de catalanes no separatistas seamos reducidos a ser meros espectadores, comparsas o mercancía de intercambio, máxime porque además seríamos moneda de cambio por ser leales a nuestro país y a nuestra democracia. Y esto no es un canto lastimero que implora un comportamiento moral. No, estoy hablando de tener visión de Estado, de altura de miras, de mirar al futuro más allá del corto, cortísimo plazo, de construir un futuro no condicionado por los intereses cortoplacistas o por la miopía provocada por esquemas buenistas que no responden a la realidad de Cataluña. 

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