Opinión

Érase una vez un Grinch llamado Ministerio de Igualdad

Nos ataca ahora también el Ministerio de Irene Montero. Ni siquiera en estos momentos nos puede dar una tregua. Gasta otra vez el dinero de todos en una campaña ridícula

Reconozco que las Navidades son fechas un poco difíciles de digerir cuando ya no hay niños en casa y, especialmente, cuando en la mesa hay asientos vacíos que ya no se llenarán. No es fácil ser adulto en un mundo de adultos y mantener ese espíritu navideño, que te incita a llenar toda la casa de luces y adornos, al estilo de cualquier bazar chino que se precie, cuando tienes tanta gente alrededor criticando y renegando de todo lo que haces “solo porque es Navidad”.

Te ponen complicado querer emocionarse con las bombillas de colores adornando las calles, intentar disfrutar comprando con ilusión unos pequeños detalles o grandes regalos, según la economía de cada uno, pero donde lo que realmente importa en todo momento es imaginar la cara de esa persona tan especial, cuando retire el papel adornado en tonos rojos y copos de nieve.

Hace tiempo que se puso de moda criticar la Navidad y a quien quiere unirse a esta moda no le faltan motivos: que si solo fomenta el consumismo, que si son unas fiestas hipócritas donde hay que juntarse con familia que ni apetece solo porque es Navidad, que si no soy creyente por qué tengo que celebrar nada…

Nos lo ponéis muy difícil a los que queremos disfrutar del niño que aún llevamos dentro. Yo todavía trato con cariño a esa niña que vive dentro de mí y a la que le sabe mucho mejor un chocolate con churros, si es una merienda en Navidad. Con picatostes ya es de diez, aunque no serán nunca como los que hacía mi abuela.

Daría lo que fuera por poder volver a ser esa niña y coger la mano de mi padre para dejarme llevar a donde fuera, sin preocuparme de nada más que de no soltarle la mano

Por supuesto que anhelo aquellos días navideños en los que mi padre me llevaba de la mano a la Plaza Mayor y recorríamos todos los puestos, comprando figuritas para el belén, para consumar la tarde con un chocolate caliente o unas castañas asadas. Y daría lo que fuera por poder volver a ser esa niña y coger la mano de mi padre para dejarme llevar a donde fuera, sin preocuparme de nada más que de no soltarle la mano. Pero eso ya no puede ser.

Y tal vez por eso mismo, mi niña pequeña se rebela a pensar que ya nunca habrá unas Navidades felices, que ya no se puede disfrutar del roscón de reyes para desayunar o de una Nochebuena donde podamos juntarnos todos los que sí estamos. Las sillas vacías más tristes son las que aún se pueden llenar, pero no consiguen dar asiento a nadie.

Pienso mucho, muchísimo en mi padre en estas fechas. Y también en mis abuelos y en mis dos hermanos que ya no están. Recuerdo todas las Navidades que pasamos juntos y es desolador darse cuenta de lo felices que éramos cuando estábamos todos alrededor de la mesa. Pero aún más desolador me resultaría tener delante a cualquiera de ellos y decirle: “ya no puedo ser feliz en estas fechas por tu culpa, porque ya no estás, porque me enseñaste lo maravillosas que pueden ser unas fiestas cuando las compartes con los que más quieres y a los que más quiero ahora que se fastidien, porque yo ya no voy a dar lo mejor de mí para ellos”. No, eso no es lo que a mí me enseñaron, esa no es la lección que yo quiero aprender de las ausencias que duelen. Yo solo quiero poder disfrutar de la Navidad y que el roscón de reyes con nata siga sabiendo igual de dulce cada año. Y si no… habrá que echarle más azúcar.

Igual es mucho pediros a los que parece que disfrutáis más renegando de la Navidad, refunfuñando de que hay que hacer regalos y reuniones y deseando que no sea ya diez de enero, pero hasta el Grinch de la Navidad entendió finalmente lo importante de estas fechas para quienes las celebran y disfrutan.

Dudo siquiera que consigan ver que lo importante no es quién cocina o si se quema el pavo, como en su estúpido anuncio, sino que todos comparten algo mucho más importante: el amor de la familia

Y por si fuera poco tener que estar combatiendo y levantando el ánimo con tanta gente criticando estas fechas, por si no resultara ya difícil escuchar algunos villancicos sin que asome una lagrimilla, nos ataca ahora también el Ministerio de Igualdad. Ni siquiera en estos momentos nos puede dar una tregua. Gasta otra vez el dinero de todos en una campaña ridícula, en la que dibuja a los hombres de la casa como auténticos inútiles, porque en el mundo de Cuéntame en el que viven estas señoritas ministras, si una mujer no cocina el mundo se viene abajo. Y en Twitter, nuestra querida Pam, que ya creo que es diminutivo de “pamema”, se atreve a preguntar qué pasaría si las mujeres “parasen” en Navidad, si habría Nochebuena entonces.

Estas mujeres sí que son los auténticos Grinch de la Navidad. Son incapaces de entender qué significan estas fechas. Dudo siquiera que consigan ver que lo importante no es quién cocina o si se quema el pavo, como en su estúpido anuncio, sino que todos comparten algo mucho más importante: el amor de la familia.

No puedo evitar sentir lástima por estas muchachas, porque yo sé que he sido una privilegiada, pero me hace pensar qué ejemplos de hombres han visto ellas en sus casas desde pequeñas, para no tener ningún rubor en pintarlos como patanes integrales.

Ellas prefieren usar la Navidad para caricaturizar a los hombres de esa manera. En un día como hoy, yo prefiero encargarme de preparar los aperitivos que preparaba mi padre, aunque era un zote en la cocina el pobre. Supongo que cantaré algún villancico a mi madre, a pesar de que ya no contaré con la guitarra y la armónica de mis hermanos, para acompañarme, ni con los aplausos de mis abuelos al terminar. Pero, sobre todo, estaré llena de amor y sonrisas para compartirlas con los que sí quieran tomar su asiento en la mesa familiar.

Os deseo a todos, más que nunca, porque creo que de verdad lo necesitamos en estos tiempos tan complicados, una muy feliz Navidad.

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