Opinión

Erdogan y el recurso al miedo

Hace una semana Recep Tayyip Erdogan juró el cargo de presidente de Turquía por tercera vez consecutiva. Se hizo con la victoria frente al socialdemócrata Kemal Kiliçdaroglu en las elecciones del 28 de mayo, pero tuvo q

Hace una semana Recep Tayyip Erdogan juró el cargo de presidente de Turquía por tercera vez consecutiva. Se hizo con la victoria frente al socialdemócrata Kemal Kiliçdaroglu en las elecciones del 28 de mayo, pero tuvo que esperar a la segunda vuelta. El triunfo de Erdogan estaba cantado desde la primera vuelta celebrada el 14 de mayo por lo que el remate final no supuso sorpresa alguna. Lo que si supo Erdogan fue dar la vuelta a las encuestas que, hasta la segunda semana de mayo, auguraban su derrota. Estas elecciones han sido, eso sí, el mayor aprieto con el que Erdogan se ha encontrado en los veinte años que lleva atornillado al cargo.

Esta vez no ha ganado por mucho. Erdogan obtuvo el 52,1% de los votos y su adversario, Kemal Kiliçdaroglu el 47,8%. En primera vuelta Erdogan había obtenido el 49,5% y Kiliçdaroglu el 44,8%. Contra pronóstico, quien más voto consiguió arrastrar fue Kiliçdaroglu. Esto nos da una primera clave: quedaba voto oculto para la oposición que afloró, aunque no en cantidad suficiente. La segunda clave fue que los 2,8 millones de votos que se fueron al nacionalista Sinan Ogan no se fueron a Erdogan. Si vamos a números absolutos. En primera vuelta Erdogan recibió 27.133.000 votos, en la segunda subió hasta los 27.834.000 (700.000 votos más). Kiligdaroglu por su parte en la primera recibió 24.595.000 votos, en la segunda 25.504.000 (casi un millón de votos más).

Con los datos en la mano podemos decir que Kiliçdaroglu lo hizo realmente bien. Si lo comparamos con los resultados de las presidenciales inmediatamente anteriores, las de 2018, comprobamos que hay un antes y un después. En 2018 Muharrem Ince no pasó del 30% de los votos y se quedó en primera vuelta. Resumiendo, la mitad más uno de los turcos quiere que Erdogan siga siendo presidente mientras que la mitad menos uno no sólo no lo tiene claro, sino que quiere acabar ya mismo con él. Esto no sucedía hace cinco años.

Cuando las cosas parecían que no podían ir peor se desató la tragedia con dos terremotos devastadores. 50.000 personas murieron, hay más de 100.000 heridos y los daños se estiman en unos 100.000 millones de dólares

En su descargo podemos decir que Kiliçdaroglu no lo tenía fácil. No sólo estaba luchando contra un autócrata que inclinó el terreno de juego a su favor, sino que también estaba luchando contra hombres fuertes de otros países, léase Vladimir Putin o Xi Jinping, que acudieron en ayuda de Erdogan echándole una mano ya que ninguno de los dos está interesado en un cambio político en Turquía, un cambio que significaría la reoccidentalización del país. A algunos de esos hombres fuertes como Nicolás Maduro los pudimos ver el pasado sábado en Ankara en la toma de posesión del cargo. Frente a eso poco podía hacer la oposición más allá de presentar un frente unificado, un candidato popular y con las manos limpias, y proporcionar soluciones creíbles para los problemas del país, que en el terreno económico son ya apremiantes.

El hecho es que este año las condiciones en Turquía parecían maduras para el cambio. La corrupción con los gobiernos de Erdogan ha ido en aumento a pesar de que uno de sus reclamos cuando llegó al poder hace 20 años era ese mismo, acabar con la corrupción, pero dos décadas de poder cuasi absoluto hacen estragos incluso entre los que mejores intenciones tienen. Su mal manejo de la economía y una política monetaria muy caprichosa han provocado una inflación de dos dígitos y han dejado al banco central en un mínimo histórico de reservas. Cuando las cosas parecían que no podían ir peor se desató la tragedia en el sureste de país a principios de febrero con dos terremotos devastadores. 50.000 personas murieron, hay más de 100.000 heridos y los daños se estiman en unos 100.000 millones de dólares. Todavía hay miles de personas viviendo en campos de refugiados y, aunque las tareas de reconstrucción van rápido, falta aún mucho tiempo para que aquella región vuelva a la normalidad. La respuesta del Gobierno fue lenta y su responsabilidad en que muchos edificios cayesen como castillos de naipes era evidente, ya que muchos de los que se derrumbaron fueron construidos en los últimos años vulnerando la legislación antisísimica. Muchos se preguntan cuánto pagaron los constructores para conseguir esas licencias de construcción y, sobre todo, a quien entregaron ese dinero. En definitiva, había una voluntad real de cambio, mucha más que en cualquier otro momento anterior.

Pero han perdido los que traían ese cambio, de ahí que todos se pregunten qué diablos ha pasado. Parte de la respuesta radica en la naturaleza de las elecciones en ciertos regímenes. No todos los candidatos están a igualdad de condiciones. En la Turquía de Erdogan todo está a favor del Gobierno. Erdogan ha encarcelado a sus oponentes o les ha impedido hacer política mediante inhabilitaciones. Ha utilizado en su provecho los recursos del Estado y domina la inmensa mayoría de los medios de comunicación, tanto los públicos como los privados. Kiliçdaroglu apenas salía en la televisión y cuando lo hacía era objeto de chanzas y menosprecios.

Los tribunales están repletos de gente afín al Gobierno. Es relativamente sencillo que a uno le denuncien por insultar al presidente, y no ya sólo a periodistas

Pero no sólo ha sido un problema de comunicación y acceso al electorado a través de los medios. Erdogan ha moldeado el sistema para que favorezca al que está en el poder. Los tribunales están repletos de gente afín al Gobierno. Es relativamente sencillo que a uno le denuncien por insultar al presidente, y no ya sólo a periodistas, también ciudadanos particulares que critican al presidente a través de las redes sociales.

Junto a eso, Erdogan ha sabido explotar en su beneficio los temores e inseguridades de la sociedad turca. Se las ha apañado para retratar al CHP y a Kiliçdaroglu como tipos incompetentes, desorganizados, sin contacto con la Turquía real y, por lo tanto, muy peligrosos. El turco de a pie quizá no simpatice con Erdogan, un tipo a quien ya tiene muy visto, pero no desea arriesgarse porque las cosas están muy mal y se inclina por la seguridad, por lo malo conocido.

A los turcos no les faltan temores. El problema kurdo sigue ahí e incluso ha ido a peor por la guerra en Siria e Irak. Todo los que los kurdos han ganado allí, en Turquía se percibe como una amenaza. Erdogan ha echado gasolina al fuego, exacerbando esos miedos para consolidar su poder. En la campaña electoral, se valió de falsedades para insinuar que Kiliçdaroglu andaba en tratos con el PKK, el Partido de los Trabajadores del Kurdistán que está terminantemente prohibido. Llegó a decir que Kiliçdaroglu liberaría a Abdullah Öcalan, el presidente del PKK condenado hace veinte años a cadena perpetua por terrorismo.

Se quejan de que el Gobierno es muy pródigo en ayudas y de que los sirios han ocasionado que los salarios desciendan mientras sube el precio de los alquileres

Los eternos problemas en el Kurdistán no es lo único que preocupa a los turcos. El país está lleno de refugiados sirios y muchos los ven como una carga y una fuente de inseguridad. Se quejan de que el Gobierno es muy pródigo en ayudas y de que los sirios han ocasionado que los salarios desciendan mientras sube el precio de los alquileres. Fue el propio Erdogan quien les abrió la puerta, pero para muchos votantes, sólo Erdogan puede solucionar el problema.

En la región sureste golpeada por los terremotos de febrero, ganó Kiliçdaroglu, pero aun así casi la mitad de los votantes apoyaron a Erdogan, es decir, votaron por la misma persona que en buena medida era responsable no del terremoto en sí, pero sí de la respuesta y de la corrupción que permitió que tantos edificios se viniesen abajo con sus moradores en el interior. En un momento de incertidumbre, muchos de los que perdieron sus hogares y a sus seres queridos han terminado votando por un líder firme que ha prometido terminar la reconstrucción en un año. Muchos se han dicho a sí mismos: no nos gusta Erdogan, pero es lo más parecido a un dictador, y por eso puede hacer que las cosas sucedan algo más rápido.

El Gobierno sabe cómo apelar al recuerdo de los buenos tiempos, cuando el PIB crecía con fuerza y había empleo y expectativas para todos

Los problemas económicos de Turquía son otra fuente de ansiedad. El país se enfrenta a una situación económica complicada. El valor de la lira está por los suelos y la tasa de inflación es extremadamente alta, del 50% en mayo. Millones de personas viven por debajo del umbral de la pobreza. A pesar de que estas dificultades económicas han sido en buena parte provocadas por Erdogan, mucha gente sigue confiando en él para solucionarlas. El Gobierno sabe cómo apelar al recuerdo de los buenos tiempos, cuando el PIB crecía con fuerza y había empleo y expectativas para todos.

Erdogan se las ha apañado para capitalizar esos miedos y ponerlos a su favor. La robustez de su voto es producto de su capacidad para convencer a una mayoría de que él, y solo él, puede resolver los problemas que él mismo ha creado. La pregunta es cuánto tiempo podrá cabalgar esa marea de miedo y desconfianza.

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