Ante el panorama actual uno busca refugio espiritual para no caer en la desesperanza. Puedo asegurarles que no hay lugar mejor que los clásicos. Son un paraguas impermeable contra deprecaciones de jumentos, estultos, mentecatos y zonzorriones de toda laya. Y he hallado, como siempre, un gran consuelo en San Agustín, una mente de primer orden del que nadie habla debido seguramente a eso. Allí he encontrado esta perla de sabiduría: “Se puede ser cruel al perdonar y misericordioso al castigar”. El autor de “La ciudad de Dios” da la clave que explica el momento político actual, con un Sánchez negociando la amnistía de los golpistas separatas y el indulto a Griñán y los condenados por los ERE. Nueve, porque este gobierno no hace las cosas a medias.
Uno sabe que tamaño escándalo, el de amnistiar a golpistas confesos que gritan a los cuatro vientos su deseo de volver a delinquir, junto al de indultar a los protagonistas del mayor escándalo de corrupción en política jamás visto en España y seguramente en Europa, Tangentópolis aparte, haría saltar al ejecutivo en cualquier país civilizado. Pero aquí, no. En España todo se queda en cuatro tacos dichos en la barra del bar, algún refunfuño ante los informativos o aquel ¡que inventen ellos! reconvertido en un “que los echen ellos” tan cobarde e insensato. El macro fraude, como así se indica en la causa, fue monumental. Fiscalía lo cuantificó, en principio, en 714,6 millones de euros; otros dijeron que “solamente” fueron 680. Pero todo indica que, al final se podría alcanzar la cifra de 1.200. Que la ministra de justicia del gobierno provisional, doña Pilar Llop – Lobo, en español – diga sin sonrojarse que el ejecutivo está tramitando esa medida de gracia para cuando toque, habida cuenta que no se pueden tomar medidas de indulto desde la provisionalidad del ejecutivo, es desesperante.
En España todo se queda en cuatro tacos dichos en la barra del bar, algún refunfuño ante los informativos o aquel ¡que inventen ellos! reconvertido en un “que los echen ellos” tan cobarde e insensato
Uno puede entender que Griñán, sufriendo una enfermedad como es el cáncer, que no es ninguna broma, pudiese gozar de atenuantes para que la pena de cárcel fuese aliviada por otro tipo de medidas como cumplir su condena en el domicilio particular o en un hospital. Recuerden que hablamos de condenas en firme, de hechos probados. Pero ¿qué importará eso a Sánchez si de lo que se trata es de evitar el paso por la cárcel de los que mandaron en aquella Andalucía socialista de peonadas falsas, paguita y voto comprado? Para esta gente la ley no es más que un medio con el que alcanzar sus fines, retorciéndola, cambiándola en su provecho y cometiendo, lo digo sin ser jurista pero habiendo hablado con quienes sí lo son, la mayor prevaricación que pueda caber en un gobernante. Precisamente uno de esos juristas, buen amigo y persona sabia y culta, me dijo amargamente que Sánchez había entendido mal las palabras de Manuel Azaña.
Pero ¿qué importará eso a Sánchez si de lo que se trata es de evitar el paso por la cárcel de los que mandaron en aquella Andalucía socialista de peonadas falsas, paguita y voto comprado?
Lo cito textualmente: “El presidente ha creído que cuando Azaña dijo paz, piedad y perdón se refería a dos amigas suyas llamadas Paz y Piedad y el perdón se lo guardó para aplicárselo a los suyos”. Así obraron en aquella malhadada república que metía en la cárcel a directores de diario, perseguía con la cárcel a sus opositores y acabó asesinando a Calvo Sotelo, el líder de la oposición, tras ser amenazado en las Cortes de viva voz por esos seráficos seres de luz de la izquierda.
Por eso San Agustín indica que en ocasiones, es mucho más misericordioso castigar que perdonar. Le recordaría también a Sánchez, que probablemente no ha leído al filósofo cristiano, lo que murmuró con su último aliento, exánime y al borde de la muerte, el revolucionario más grande que ha existido jamás, Jesucristo, cuando dirigiéndose a Dios exclamó “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Que lo haga el Todopoderoso es potestad suya; quien esto escribe, pecador a su pesar, no podrá perdonarlos jamás.
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