Opinión

El ERE de Podemos y las incongruencias del Movimiento Nacional

Hubo en el pasado un partido en España que defendió la prohibición de despedir a trabajadores de las empresas cuando vinieron mal dadas. No duró muchos años la aventura de esa formación política, pero durante ese tiempo sus portavoce

Hubo en el pasado un partido en España que defendió la prohibición de despedir a trabajadores de las empresas cuando vinieron mal dadas. No duró muchos años la aventura de esa formación política, pero durante ese tiempo sus portavoces se dedicaron a criminalizar la iniciativa privada. Decían que era sinónimo de explotación, de abuso y de expolio, tanto por parte de quien dispone una mercería de barrio, como de quien gestiona una compañía eléctrica o quien alquila una vivienda en Madrid. “Podemos es el partido de la buena gente y de la dignidad”, gritaba Pablo Iglesias en sus intervenciones públicas, mientras señalaba a la casta parasitaria y a los magnates que, a la mínima de cambio, recortaban sueldos y puestos de trabajo. Cuando les llegó el turno, se comportaron igual.

Cualquiera que cuente entre sus amistades con algún fraile de la izquierda morada sabrá que son especialmente incisivos cuando se trata de juzgar las costumbres de los demás, pero laxos a la hora de aplicar en su vida su propio catecismo. Son soporíferos: te abroncan por tus opiniones conservadoras, por no reciclar, por tu machismo o por tu 'intolerancia' mientras ellos navegan entre el fariseísmo, la hipocresía y la impostura ética. No falla: quienes más moralizan en público, peores personas son en el ámbito privado, donde hacen lo contrario de lo que defienden. Así que después del batacazo que se pegó Podemos después de los dos últimos procesos electorales, ha presentado, negociado y oficializado un Expediente de Regulación de Empleo por el que ha enviado al paro al 70% de su plantilla.

Quienes más moralizan en público, peores personas son en el ámbito privado, donde hacen lo contrario de lo que defienden

La medida es comprensible: el partido es una mínima parte de lo que fue y sus recursos actuales son mucho menores. Por tanto, lo lógico es aligerar costes para evitar el apalancamiento, los impagos y la ruina. Esta situación la viven grandes y pequeñas empresas cada día, dado que su negocio no funciona como una constante. A veces, la actividad bulle y hace falta más personal. Otras, se desploma el número de clientes y los socios se ven con el agua al cuello.

El Gobierno de coalición ha mantenido un discurso hostil contra los empresarios durante los últimos años, en los que la pandemia, la inflación y la pérdida de competitividad de los sectores tradicionales ha hundido una parte del tejido productivo. Estas críticas han sido aplaudidas por esa masa amorfa que constituye la opinión pública, que cada vez se comporta más como una turba ágrafa. Ahora, constata que Podemos ha actuado en contra de los principios que ha predicado. Según El Periódico de España, ni siquiera se ha dignado a proporcionar al Comité de Empresa las cuentas del partido durante la negociación del ERE. Falsedad y oscurantismo como señas de identidad.

Un ERE sin paridad

Lo más gracioso es que el Expediente afectará a bastantes más mujeres que a hombres, de modo que la plantilla de su sede central estará compuesta a partir de ahora por 22 varones y 6 féminas, lo que le aleja de la proporcionalidad que sus feministas han defendido sin descanso durante los últimos años. Podríamos caer en el chascarrillo fácil llegados a este punto y hacer alusión al comportamiento del macho alfa de la formación. A su caudillaje y a su forma de gestionar los nombramientos y ceses de las féminas del partido. Pero, ¿para qué? A estas alturas, sus incongruencias son conocidas. Su estilo personalista de puertas para dentro choca con la democratización que exige en el sector público y en el privado. Y su defensa de los trabajadores comienza y termina a las puertas de su sede. Los despedidos de su expartido (que no es ex) serán indemnizados con 38 días por año trabajado, lo cual no está mal. Ahora bien, el frío desempleo le espera a la que fue su plantilla.

Todo esto sería anecdótico -ocurre en una parte de las empresas- si el Movimiento Nacional progresista no se hubiera ocupado durante los últimos años de señalar, día y noche, a quienes se veían obligados a aligerar su plantilla o a plantear ajustes temporales. La cosa no ha quedado ahí porque, en realidad, se han dedicado a menospreciar a todos aquellos que disentían de sus postulados. Eso ha afectado a los ámbitos políticos y económico, pero también al social, donde los silencios 'para no tener broncas' han sido más habituales de lo que pudiera parecer. Los adscritos a esta ideología tenían la superioridad moral y se consideraban “más decentes”. ¿Cuántas veces repitió Pablo Echenique esa palabra? La decencia era patrimonio de Podemos. A la derecha directamente se le negaban los valores democráticos.

Lo que ocurre es que el tiempo pone a cada cual en su lugar y deshilacha los disfraces de los farsantes. Es decir, a esos que, cuando toca hacer un ERE en casa, se comportan como aquellos a los que denunciaban. A los que, por desconfianza, obligan a tener planes de igualdad, a especificar los sueldos de cada efectivo de su plantilla y a instalar sistemas de contabilización de horas, pero que, a la hora de la verdad, niegan la contabilidad interna a los sindicatos para que no protesten más de la cuenta.

Los medios menos ejemplares

¿Y qué hay de los medios que los defendían? ¿Qué ocurre con esa prensa que lleva varios años dedicada a ensalzar las virtudes de la izquierda patria y a asociar el progreso y la modernidad a estos partidos? Pues sobra decir que, cuando tienen ocasión, aplican los recortes laborales con una mayor fiereza -que pregunten en Prisa o en Público- y consienten situaciones que censurarían con vehemencia sus opinadores, convertidos en auténticos tribunales de la inquisición.

No puede sorprender a nadie que el primer caso del MeToo periodístico español haya estallado en un par de medios de la brunete sanchista. El señalado -y cancelado- es uno de esos periodistas que se subieron al carro del movimiento woke para que hablaran de él. Lo mismo lanzaba guiños a las mamarrachas que tiraban tomate frito en los museos que censuraba estatuas fascistas o buscaba violaciones en los óleos barrocos. Dos de las redactoras que estuvieron a su cargo han denunciado el supuesto acoso laboral al que les sometía, así como sus alaridos, desprecios y penosas demostraciones de ego frágil. En sus diarios, aparentemente, ninguno de sus superiores sabía nada, incluso aunque el gerente del más progresista de todos fuera perfectamente informado de la situación, según han explicado a este periódico fuentes sindicales. ¿Por qué tanto celo para lo que ocurre en el exterior y tanta dejadez con lo suyo?

La respuesta es evidente: porque ni Podemos -ni mucho menos el PSOE- trabajan para cambiar las cosas, sino para manejar el cotarro. Y porque su prensa afín no aspira a defender sus principios editoriales, sino a que los suyos gobiernen para así obtener el mayor aguinaldo posible. ¿Principios? Usted debe tenerlos. Ellos, en absoluto.

Piense usted en ese amigo de izquierdas -del Movimiento Nacional- que le habla del 8M, de los rohinyá, de la lacra que suponen los aires acondicionados y los viajes en avión; y de la necesidad de aumentar los impuestos para pagar hospitales, colegios y pensiones. ¿Conoce usted a alguien más tramposo y haragán? Ahí está la clave.

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