Opinión

El rey de la democracia camino del exilio

Pudo quedarse en España. No está ni imputado ni procesado. Juan Carlos I, el rey de la democracia, ha optado por el camino del exilio, por la Corona y por su hijo. El último gesto noble

Humillado y a empujones. Juan Carlos I abandona España rumbo hacia el exilio, como su abuelo, Alfonso XIII, camino del voluntario destierro. Otro acontecimiento trágico en la historia de España, que parece condenada a repetir, como en un bucle siniestro, algunos de sus más tristes episodios. El rey emérito no sólo abandona La Zarzuela, una decisión en exceso postergada, sino que opta por la más dura y cruel de las opciones, el extrañamiento, quizás la muerte lejos de su patria. 

No era necesaria tan terrible decisión. Don Juan Carlos, que enlodó los últimos años de su reinado con errores y actitudes poco ejemplarizantes, podía haber permanecido en el país, como le aconsejaban muchos familiares y amigos. Judicialmente, ni está imputado, ni procesado, ni condenado. Ni siquiera ha sido llamado a declarar como testigo en la causa que pivotan en torno a una princesa apócrifa y un excomisario poco presentable. La fiscalía del Supremo investiga el largo rosario de sucesos que ha venido publicando Vozpópuli y que, sin duda, mueven al más severo de los rechazos y a la más clara de las condenas.

Con su decisión, ha pretendido el rey emérito alejar a su hijo ojo del huracán, apartarle de la ciénaga que, inevitablemente, salpica a la Corona. Un empeño voluntarioso y quizás baldío. En el seno mismo del Gobierno y en algunos elementos que lo apoyan, se alienan fuerzas que actúan como punta de lanza contra la Corona, que buscan afanosamente derribar la Institución, el eje que sustenta nuestras libertades, la unidad de España y la Constitución. 

Pedro Sánchez jamás ha mostrado ni un signo de afecto, cariño, simpatía o incluso respeto hacia la causa que el rey encarna. Tan sólo puede encomendarse al valor creciente de su irreprochable conducta

Resulta quizás ingenuo pensar que, alejado ya de su patria, la fuga de don Juan Carlos vaya a aplazar a esas hordas fanáticas que pretenden tumbar la monarquía. Cabe pensar, más bien, que doblarán sus esfuerzos para camuflar sus propias torpezas en la gestión de la pandemia y en la resolución de la crisis económica. Felipe VI, lamentablemente, no cuenta con demasiados aliados para su causa. En la Moncloa no va a encontrar respaldo alguno, más bien, lo contrario. Pedro Sánchez jamás ha mostrado una señal de afecto,  simpatía o incluso respeto hacia la causa que el rey encarna. Tan sólo puede encomendarse al valor creciente de su irreprochable conducta, inatacable desde su proclamación, y a la independencia de una Justicia que en ocasiones muestra signos de peligrosos de acatamiento a los deseos del poder político.

Estamos ante uno de los episodios más tristes de la reciente historia de España, un suceso envuelto en la penumbra de hechos pasados que creíamos ya superados y hasta olvidados. No ha sido así. Don Juan Carlos enlodó penosamente su biografía y su trayectoria, pero su legado permanece. Ahora tembloroso y asaeteado de incertidumbres, pero permanece, Fue, en efecto, el rey de la democracia, el motor del cambio, el artífice clave de la Transición. Franco, que dejaba todo 'atado y bien atado', le dejó al frente del país con plenos poderes para actuar a su antojo. Los poderes Ejecutivo y Legislativo estaban en sus manos. Pudo optar por un continuismo camuflado, un absolutismo light, pero apostó, con toda su voluntad y con toda convicción, por una monarquía parlamentaria que ha sido el soporte y la guía del periodo más fructífero y próspero de nuestra historia. Nadie se lo puede negar y es el momento de recordarlo. 

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