Opinión

Ermua: el triunfo de la convivencia

Elegimos una convivencia dominada por el miedo. Y ahí los tenemos hoy, metiendo las zarpas en las leyes de España y escribiendo la historia oficial de nuestro país

Este domingo se celebró en Ermua un acto institucional para homenajear a Miguel Ángel Blanco, a quien ETA decidió secuestrar y asesinar hace veinticinco años. Todo acto en recuerdo de una víctima de ETA debería comenzar siempre con un repaso público, lento y sereno de sus asesinos. Francisco Javier García Gaztelu, Irantzu Gallastegui, José Luis Geresta, Ibon Muñoa. Creo que nadie mencionó sus nombres.

Después debería venir la lista de los responsables indirectos, los cómplices necesarios. Esta lista puede ser tan corta como un simple “la izquierda abertzale” y tan larga como el conjunto de los españoles que apoyó con sus votos, con sus donaciones, con sus aplausos o con sus silencios a cualquiera de sus brazos. Bildu es la expresión actual de una izquierda abertzale que durante todos estos años no se ha movido ni un milímetro de sus posiciones éticas.

La lista aún se puede ampliar un poco más, porque Bildu está formado por personas concretas, también con nombre. Pernando Barrena es un eurodiputado de la coalición abertzale. Hace menos de dos años publicaba en Twitter un mensaje de bienvenida a Ibon Muñoa tras su salida de la cárcel. El mensaje incluía el hashtag #batgutxiago (“uno menos”), y citaba un tweet de Sortu que incluía otro hashtag habitual en ese entorno: #freethemall. Pernando Barrena estuvo en HB, estuvo en Euskal Herritarrok, estuvo en Batasuna, fue portavoz de Sortu y evidentemente hoy está en EH Bildu. 

Una última mención, también relevante durante estos días de recuerdo: Bea Ilardia, portavoz de EH Bildu en las Juntas Generales de Vizcaya. En 2016 Tomi Madina salía de la cárcel, acudía a la herriko de Galdácano y retiraba de la pared una placa con su nombre. Todos pudimos ver ese momento gracias a que la dirigente de Bildu, en aquel momento concejal en el municipio vizcaíno, compartió en Twitter la foto, dio la bienvenida a Madina y recordó que en el pueblo aún quedaban otros doce. A la izquierda de Madina destacaba otra placa. En ella está escrito el nombre de uno de esos doce: Xabier García Gaztelu (Txapote).

En Alemania se produjo una desnazificación, mientras que los abertzales han seguido participando en política con gran éxito después de casi mil asesinatos

Mientras escuchaba las intervenciones de las autoridades me acordaba una vez más de Raul Hilberg y de un librito que publicó en España la editorial Arpa: Memorias de un historiador del Holocausto. A pesar de que presentan bastantes similitudes, entre el Holocausto y el terrorismo de la izquierda abertzale hay diferencias importantes, y no todas son cuantitativas. Una de las diferencias más claras es que en Alemania se produjo una desnazificación, mientras que los abertzales han seguido participando en política con gran éxito después de casi mil asesinatos. El momento cumbre en esta historia de inclusión y tolerancia hacia los terroristas se consumó precisamente unos días antes del homenaje a Miguel Ángel Blanco: el PSOE acababa de oficializar la participación de EH Bildu, el partido que llama presos políticos a los asesinos de Blanco, en la ley que dictará qué debe formar parte de la memoria democrática de España.

Si los abertzales han podido seguir en política y si hoy son uno de los aliados más fiables del PSOE no es sólo por el liderazgo miserable de Pedro Sánchez, sino también porque uno de los mayores exponentes de lo que se llamó “firmeza frente al terrorismo” fue Alfredo Pérez Rubalcaba. “O bombas o votos”, decía en 2010. ETA y HB se sirvieron de las bombas, las balas, las cartas amenazantes y los secuestros durante décadas. No fue una violencia inútil y sin sentido, como se suele decir hoy. Fueron actos perfectamente estudiados y con consecuencias reales para miles de personas. Transformaron radicalmente la sociedad vasca. Las bombas sirvieron para eliminar físicamente a policías, concejales, militares, jueces, periodistas o trabajadores concretos, pero también sirvieron como advertencia para cualquiera que hubiera pretendido vivir con la cabeza alta frente a la izquierda abertzale. Si dejaron de asesinar no fue porque vieron la luz de la democracia. Tampoco porque entendieron que con la violencia no conseguían nada. Sencillamente, eran conscientes de que ya habían conseguido todo lo que podían conseguir mediante el terror. Y después de ese barrido sangriento, después de la eliminación de la UCD y del goteo de asesinatos, después de implantar una normalización de la violencia que durará generaciones, entonces sí; entonces los votos.

A esto se le llamó, en palabras de Rubalcaba, “firmeza del Estado”. Lo de estos días no es más que el resultado de todo aquello.

Seguimos contaminando los análisis de nuestra historia reciente con un triunfalismo injustificado. Seguimos fijándonos en lo accesorio y pasando por encima de lo esencial. Y seguimos entregándonos a las palabras bonitas en lugar de enfrentarnos a las palabras duras que describirían correctamente el pasado y el presente. Ayer publicaban en El Mundo otro reportaje sobre los jóvenes y el desconocimiento. Me llamó la atención un párrafo que recogía las palabras de Pedro, un joven socialista de Ermua:

"Habríamos crecido con la idea de que esos tíos eran unos sinvergüenzas. Sin embargo, ahora hay una parte minoritaria de jóvenes que trata como héroes a los asesinos..."

“Si hubiera habido educación e información sobre ETA diciendo que secuestró a una persona humilde que tenía 29 años y que tras 48 horas de chantaje al Gobierno de España la asesinó, eso más que caldear la convivencia en Ermua la hubiera favorecido. Porque habríamos crecido con la idea de que esos tíos eran unos sinvergüenzas. Sin embargo, ahora hay una parte minoritaria de jóvenes que trata como héroes a los asesinos y les hace unos homenajes que son una aberración absoluta. Eso es un error del sistema educativo y de lo que se habla en sus casas”.

No, Pedro, habría pasado precisamente lo contrario. Si se hubiera explicado insistentemente, con fotos y palabras, quiénes eran los responsables directos de ése y de otros miles de asesinatos, secuestros, amenazas y señalamientos, se habría caldeado la convivencia. Habría pasado lo que debió haber pasado, porque no se debe convivir con las bestias ni con los enemigos de la ciudad. El asesinato de Miguel Ángel Blanco pudo haber dado paso a una revuelta real de los ciudadanos de España contra sus enemigos, pero no ocurrió. El espíritu de Ermua se transformó demasiado pronto en un fantasma inmaterial, y lo que ocurrió fue que mientras ellos asesinaban o aplaudían los asesinatos nosotros apelábamos al diálogo, al pluralismo, al “triunfo de los votos sobre las bombas” y a tantas otras palabras inútiles que allanaron el camino de su normalización. Elegimos una convivencia dominada por el miedo. Y ahí los tenemos hoy, metiendo las zarpas en las leyes de España y escribiendo la historia oficial de nuestro país mientras siguen dejando a los perros sueltos por las calles vascas y navarras. 

El drama en este asunto nunca ha sido que los jóvenes no sepan quién fue Miguel Ángel Blanco. El drama es que la mayoría de quienes saben perfectamente quién fue Miguel Ángel Blanco y quiénes fueron sus asesinos prefieren olvidarlo.

ETA se disolvió sin alcanzar ninguno de sus objetivos, dice uno de los cuentos que nos hemos dado entre todos. “Euskadi y España son países libres y en paz”, dijo ayer el presidente Sánchez. Dentro de poco no les quedará ninguno por cumplir.

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