Opinión

Cómo erradicar el acoso escolar

Hay que crear en los alumnos una especie de resistencia adquirida ante la tentación de convertirse en cómplice o indiferente

No se puede. Decir lo contrario es engañarse, y todos, especialmente los profesores, deberíamos renunciar al autoengaño y al consuelo cuando abordamos temas tan complejos y dolorosos como éste. No se puede erradicar el acoso escolar, del mismo modo que no se puede erradicar el racismo o la violencia. Son problemas que vienen adheridos a la condición humana porque no somos un animal que sólo piensa y razona, pero especialmente porque pensar y razonar son facultades que también permiten canalizar con más sutileza tendencias como la agresividad, el desprecio o el odio. Ésta es una idea importante a la que volveremos después.

El 2 de mayo, hace exactamente dos semanas, fue el Día Mundial Contra el Acoso Escolar. Este artículo llega tarde y está bien que así sea, porque ésta es la primera verdad a la que debemos enfrentarnos: el acoso escolar es algo a lo que siempre llegamos tarde.

Llegamos tarde porque no consiste en un insulto o una agresión aislados, sino en un proceso de refinamiento de la crueldad y la humillación. Por el motivo que sea -hay muchos, no son fáciles de conocer y en ocasiones se dan varios a la vez- un alumno comienza a ser objeto de bromas, insultos, desprecios o pequeñas agresiones. Normalmente es otro alumno el que lo inicia, pero lo esencial es que se trata de una actitud colectiva, progresiva y sostenida en el tiempo. La mayor parte de la clase participa o se mantiene indiferente mientras el alumno sufre, y los acosadores van aprendiendo con rapidez cuáles son las estrategias que producen mayor daño sin dar pie a sanciones efectivas. Es un proceso de refinamiento, decíamos antes, y esto es lo que hace que sea tan difícil de abordar.

Cualquier defensa pública del acosado en el aula, más aún si se produce tras una broma o comentario “de baja intensidad”, puede servir para reforzar la imagen del acosado como alguien raro, molesto

Los participantes aprenden estrategias para mantener el acoso y el acosado aprende estrategias para ignorarlo, porque muchas veces mencionarlo o pensar en ello aumenta el dolor. Por eso la intervención de los profesores es más complicada de lo que puede parecer. La víctima no se elige mediante una deliberación racional, pero sí hay un patrón común en todas ellas: alguien que no se ha integrado en ningún grupo, que tiene hábitos o aficiones consideradas extrañas, o que sencillamente es calificado como raro. Cuando los profesores se dan cuenta de que algo pasa e intentan solucionarlo se corre el riesgo de complicar aún más el problema. Cualquier defensa pública del acosado en el aula, más aún si se produce tras una broma o comentario “de baja intensidad”, puede servir para reforzar la imagen del acosado como alguien raro, molesto e incapaz de integrarse y de defenderse.  

Las estrategias individuales y espontáneas no funcionan, aparecen los comités de mediación, los seguimientos estandarizados y las charlas educativas, pero el acoso permanece y muchas veces la solución acaba siendo el cambio de centro de quien lo sufre. Un fracaso absoluto y dramático, porque el alumno irá a otro centro conservando las mismas dificultades personales y sin las herramientas que necesitaría para poder llevar una vida escolar normal, y es probable que allí se repita también el hostigamiento.  

No se puede resolver con charlas de expertos, conversaciones bienintencionadas o vídeos explicativos, porque el acoso no se produce en el ámbito de la razón, sino en el de los impulsos

Decíamos al comienzo que no se puede erradicar el acoso escolar, pero sí hay algo que se puede intentar: crear en los alumnos una especie de resistencia adquirida ante la tentación de convertirse en cómplice o indiferente, una especie de segunda naturaleza que los mueva a detectar el acoso y a situarse frente a él. El problema es que esto no es algo que se pueda trabajar desde la pura y fría razón. No sirve de nada repetir muchas veces que está mal humillar a otro o reírse cuando alguien es humillado. No se puede resolver con charlas de expertos, conversaciones bienintencionadas o vídeos explicativos, porque el acoso no se produce en el ámbito de la razón, sino en el de los impulsos.  

Y es precisamente ahí donde deberían situarse todas las estrategias; en el ámbito de los impulsos, las emociones y los afectos. No se trata de que los alumnos comprendan que está mal, sino de que quieran ser mejores. De que sientan que el mal no afecta sólo a quien lo sufre, sino también a quien lo practica, porque lo degrada. Es un proyecto difícil, largo y lleno de obstáculos, y pasa por algo tan anticuado, tan poco complaciente, como el ejercicio consciente y continuado de la virtud. Los adolescentes no pueden ser educados en un entorno en el que el heroísmo, el sacrificio y la compasión sean palabras vacías que no traspasan las paredes racionales del libro y el vídeo. Sólo si se consigue que esos afectos arraiguen en ellos se podrá levantar un dique frente a la tentación de humillar y despreciar al otro, algo que desgraciadamente siempre va a existir.

Apoya TU periodismo independiente y crítico

Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación
Salir de ver en versión AMP