El confinamiento impuesto a partir del 14 de marzo ha prodigado las ruedas de prensa en Moncloa. En las primeras ocasiones, los periodistas hacían llegar sus preguntas al secretario de Estado de Comunicación, quien las escogía y terminaba formulándolas como creía más conveniente. Semejante proceder generó vivas protestas de las asociaciones profesionales, un manifiesto indignado de más de 200 periodistas y la decisión de algunos medios de no prestarse a lo que consideraban un engaño. Entonces, dada la falta de precedentes de cultivo propio, se optó por examinar lo que sucede en otros países de nuestro entorno y obrar en consecuencia. Porque como decía Talleyrand, il-y-a toujour la manière.
La fórmula tiene sus contraindicaciones, como la de estar bloqueada a nuevos preguntantes más allá de las listas establecidas, pero goza de un consenso alcanzado con tantas dificultades que nadie quiere cuestionar a menos que quien intentara una nueva la presentara al menos con la misma dosis de aceptación previa que la vigente. Así que sobre un panel puede verse a los periodistas, a quienes les ha correspondido de manera aleatoria preguntar y el secretario de Estado les va dando paso sucesivamente tras encarecerles que se identifiquen. Y es ahí donde queremos ver y oír a los periodistas antes de ocuparnos de las autoridades competentes, porque, como nos tiene dicho Heisenberg, “no conocemos la realidad, sólo la realidad sometida a nuestro modo de interrogarla”. Los científicos interrogan a la realidad valiéndose de los instrumentos de observación cuyo progreso discurre en paralelo al de la Física.
Así que cada vez que se observan nuevos fenómenos que la teoría vigente es incapaz de explicar, se procede a elaborar otra que les sirva de marco. En nuestro caso, para que podamos enterarnos de todo aquello que los poderes prefieren ocultarnos, son decisivas las preguntas que hagan los periodistas, porque es mediante ellas como se somete a contraste la realidad. De ahí que, antes de tomar la palabra, los periodistas deban hacerse una composición de lugar acerca de dónde residen las prioridades del interés público y tenerlas en cuenta para formularlas en consonancia. Pero, además, es preciso que acierten en su articulación gramatical, en su prosodia y en su enfoque para evitar que el compareciente aproveche la dispersión de modo que, como en Roncesvalles, “entre tanta polvareda perdamos a don Beltrán”.
Porque a los periodistas corresponde emplazar a los titulares del poder sin dejarles escapatoria y defraudan al público inerme cada vez que malgastan su turno haciendo preguntas en racimo en número nunca inferior a cinco con sus correspondientes contextualizaciones. De ese modo, facilitan al encausado que pueda escaquearse eligiendo la pregunta que mejor le conviene para cargar ahí las tintas y eludiendo con habilidad las más comprometidas. Si cada periodista hiciera una sola pregunta, bien afilada, y si el señalado para el turno siguiente fuera capaz de interaccionar con la respuesta que acaba de escuchar, en vez de atenerse mecánicamente a lo que trae preparado de casa, el avance esclarecedor sería colosal. Pero lasciate ogni speranza voi ch’ascolti, la pregunta múltiple parece una tendencia celtibérica incorregible con los resultados manifiestos y ya estamos advertidos por Karl Kraus de que “a la larga cada país acaba sin embargo por hacerse responsable de los vidrios rotos por su prensa”.
El momento requiere además atender a un caso muy revelador protagonizado por el general jefe del Estado Mayor de la Guardia Civil, José Manuel Santiago, quien afirmó el domingo que estaban actuando contra las campañas de desinformación y los bulos para evitar el estrés social generado para así minimizar la desafección a las instituciones del Gobierno. La pretensión del ministro del Interior de hacernos creer que se trataba de un lapsus encajaba mal, primero porque se ha conocido la instrucción cursada a las comandancias de ese mismo tenor literal y también porque el lapsus por su condición involuntaria aporta información de máxima calidad. El general sabe bien que la obediencia debida termina donde empiezan las libertades constitucionales que a la Guardia Civil corresponde preservar y que ser afectos o desafectos al Gobierno no puntúa. Su error hubiera debido corregirse por el ministro señalando que donde decía el general “instituciones del Gobierno” debería decir “instituciones del Estado” ajenas a coloración gubernamental alguna.
Entre tanto, preparémonos para el pleno del Congreso de los Diputados fijado para las 9 horas de la mañana, donde el presidente del Gobierno informará del Consejo Europeo Extraordinario del 20 y 21 de febrero y del Ordinario de los días 26 y 27 de marzo y solicitará la prórroga hasta el 9 de mayo del estado de alarma declarado el 14 de marzo y prorrogado quincenalmente. También deberá responder a Pablo Casado, del PP, interesado en saber si reconocerá algún error y pedirá disculpas; a Gabriel Rufián, de ERC, sobre los planes para responder a los abusos que se están produciendo durante esta crisis; a Santiago Abascal, de Vox, sobre si respalda las llamadas de su vicepresidente segundo a favor de un cambio de régimen democrático en España.
Habrá dos interpelaciones. La primera, del Partido Popular para que el Gobierno exponga las medidas con las que garantizará la suficiencia financiera de las comunidades autónomas, y la otra, de EH Bildu, dirigida al vicepresidente segundo, Pablo Manuel Iglesias, sobre cómo asegurará el escudo social y económico de la ciudadanía frente a la amenaza de los grandes poderes económicos y financieros. Por último, Irene Montero, una vez salida del coronavirus que le impidió la semana pasada asumir la defensa de la convalidación del Real Decreto-Ley de medidas urgentes en materia de protección y asistencia a las víctimas de violencia de género, saldrá a la tribuna para cumplir como ministra de Igualdad. También su colega de Agricultura, Pesca y Alimentación, Luis Planas, tendrá que pugnar por la convalidación de otro Real Decreto-Ley por el que se adoptabna determinadas medidas urgentes en materia de empleo agrario. Porque siguen faltando brazos para el campo.
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