Opinión

Es-cán-da-lo (es un escándalo)

Los lectores más jóvenes quizá no recuerden un momento de nuestra democracia en el que un inflado secretario general del PP declaró que, al margen de los Tribunales, “el pueblo español” ya sabía que "el señor X de los Gal era Felipe Gonz

Los lectores más jóvenes quizá no recuerden un momento de nuestra democracia en el que un inflado secretario general del PP declaró que, al margen de los Tribunales, “el pueblo español” ya sabía que "el señor X de los Gal era Felipe González”. Aquel secretario general de José Marí Aznar era Francisco Álvarez Cascos, y era también vicepresidente del Gobierno, lo que hacía insoportable una afirmación así. Estamos en octubre de 1996 y Cascos lleva tan sólo unas semanas en Moncloa, lo que no evitaba que ya estuviera instalado en la más estricta opacidad política, consecuencia principal de toda exageración.

Esa opacidad interesaba no tanto a González como a Cascos. El primero había perdido las elecciones por su culpa, por la corrupción insoportable que le ahogaba y no por mediación de aquel Aznar anodino del “váyase señor González”. Los gobiernos, incluso el nuevo que anuncia Pedro Sánchez, llevan en su conformación genética sus buenas dosis de descomposición y obsolescencia. Hay quien lo sabe, y por eso González terminó yéndose; hay quien no lo quiere saber, y por eso Aznar terminó despedido por la puerta de atrás después de decirle a su amigo Bush que, en lo tocante a la guerra de Irak, siempre podría contar con su bigote. ¿No se lo creen? Pues aquello fue así: “George, cada vez que te sientes en una reunión sobre Irak, recuerda que estamos contigo. Tú siempre podrás ver un bigote cerca de ti”. Nos equivocamos mucho cuando creemos que los políticos de antes decían menos sandeces.     

Vuelvo a lo de Cascos y perdonen la digresión, que no he podido evitar. Lo de aquel político no fue sólo un a sandez, fue una forma muy elocuente de decirnos qué era para él la Justicia, qué la democracia y qué el pueblo español. (Un consejo de quien lleva muchos años observando el Ruedo Ibérico: Cuando un político o política para tener razón invoque al pueblo español, toquen en el bolsillo de su americana o bolso a ver si sigue ahí la cartera)

No quiero yo comparar a Cascos con Yolanda Díaz, porque entre uno y otros median años, estilos y sutilezas que aquí no caben

¿Dónde estaba la trampa de Cascos? Pues en dar por hecho que el aludido “pueblo español” tenía capacidad para juzgar a quien había sido su presidente. O sea, hacer pasar por ilegal lo que a todas luces era una invocación manifiestamente ilegal.  En realidad, lo que nos anunciaba era que daba lo mismo lo que dijera un Tribunal porque en la calle, en las tabernas y los taxis se sabía que González era el señor X que durante tanto tiempo buscó el juez Campeador, que así llamaban algunos a Baltasar Garzón.

Aquella forma de hacer política era una verdadera barbaridad, como la canción de Jaime Urrutia. Y esa barbaridad sigue entre nosotros incluso unos días antes de que Sánchez anuncie su nuevo Gobierno. No quiero yo comparar a Cascos con Yolanda Díaz, porque entre uno y otros median años, estilos y sutilezas que aquí no caben. Y sin embargo los dos, uno y otra, se prestan con verdadera devoción a la hora de hacer el trabajo sucio y desbrozar el camino de quien los termina haciendo ministros.

La señora Díaz tiene de sí misma un alto concepto, tan alto al menos como coloca el vuelo de su melena cada vez que besa a Sánchez y le coge la carita con sus dos manos. Desde esa carantoña tan yolandesca, la señora de Sumar nos ha recordado estos días que lo importante a la hora de hacer política son las mayorías. De ese modo, las mayorías permitirán abrir el melón del referéndum catalán y el de la amnistía que piden los independentistas. ¿Quién será el fascista que niegue el decisivo peso de las mayorías? Y sin embargo, incluso asumiendo el riesgo de que nos llamen lo que no somos, hemos de preguntar cuál es valor de las mayorías cuando lo que se está pisoteando es la ley.  Cuál el del aludido pueblo español cuando lo que se derrumbaba es el andamio de nuestra Justicia.

Si las mayorías doblan las leyes hasta hacerlas insignificantes, hablar de democracia carece de sentido y el escándalo se apoderará de nuestra vida política, si es que ya no lo ha hecho

Es curioso que nadie en el PP le haya recordado a esta señora tan fashión y pizpireta que cuando se trata de respetar eso que llamamos el imperio de la Ley, las mayorías, por muy amplias que sean son siempre relativas. Por mucho que junten y sumen a carlistas con exterroristas, y a estos con golpistas sediciosos y malversadores, y a socialistas con nacionalistas, la Ley hay que respetarla. No se trata de comparar, y no lo hago en este momento, pero quizá Yolanda Díaz no sepa cuántas veces Hitler fue el político más votado en unas elecciones. En democracia los votos son muy importantes, pero son también relativos si lo que está en juego es la legalidad. Imposible asumir que vivimos en democracia si las leyes no se respetan. Si las mayorías doblan las leyes hasta hacerlas insignificantes, hablar de democracia carece de sentido y el escándalo se apoderará de nuestra vida política, si es que ya no lo ha hecho.

Ahora la trampa consiste en negar el todo y considerar sólo una parte del problema, que así el desenfreno parecerá menor. La mercancía que nos vende Moncloa estos días viene dada en forma de titular en varios periódicos, entre ellos -y me sorprende mucho, la verdad-, en El Mundo: “Moncloa ve mucho más cerca la investidura de Sánchez, pero advierte a Puigdemont que no permitirá una amnistía total”. Ya lo ven. Ahora se trata de que reparemos en la valentía de Sánchez, es decir, que no va a amnistiar en masa. Pero se trata también de que no reparemos en lo esencial: que la amnistía -da igual uno que diez-, es un acto ilegal e imposible, sobre todo porque nuestra Constitución no la menciona expresamente en ningún momento.

Y lo estoy esperando. Faltan escasos segundos, como dicen los comentaristas deportivos, para que aparezca la señora con pinta de Mélenchon vestida de Christian Dior y nos hable de lo que quieren y necesitan las mayorías y el pueblo español. Recuérdenlo: cuando lo que les anuncio pase, metan su inocente mano en el bolsillo a ver si sigue ahí la cartera. Será un acto ilegal, pero eso sí, progresista. Muy progresista.           

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