Ya en el siglo XIV el franciscano Francesc d’Eiximenis ponderaba la escudella como plato por antonomasia en las mesas catalanas. Las había de mayor o menor fuste, como es lógico, en función de las posibilidades de la casa, pero desde las opulentas escudellas que comía el carlista general Savalls en Collsacabra a las modestísimas ollas con col, algo de tocino y algún hueso extraviado de los payeses, nadie puede dudar que el plato ha quedado en la memoria popular de los catalanes como el más representativo de nuestra gastronomía. Rusiñol, con la malicia de quien se sabe con el bolsillo próvido, afirmaba que cada casa acabaría por tener un escudellómetro para recibir la dosis diaria.
Los tiempos no han cambiado mucho, si acaso, han empeorado, porque de lo bueno no queda casi nada y lo malo, por el contrario, se ha disparado hasta la enésima potencia. Ahí tenemos esa escudella integrada por el triángulo amoroso que forman Junts, Esquerra y las CUP. Gallina, tocino y pilota o, si lo prefieren, col, patata y apio. Todos se precisan para armar un buen brou, un caldo, en el que cocer con calma y a gusto de los comensales lo que después se servirá. Primero, la sopa – de arroz y fideos un día normal, de galets si es Navidad –, después las carnes y verduras en alegre y descarada algarabía. Pero ¿qué pasa cuando uno de los elementos de la escudella salta de la olla, como ha hecho Rufián? En la marmita de Aragonés no todos los ingredientes son bien vistos y el perejil de Waterloo le hace arrugar la nariz al presidentín. Lo mismo podríamos decir de Esquerra por parte de puchi. Acostumbrados a confeccionar la escudella como les daba la gana, apechar con no tener el protagonismo de la suculenta gallina, la oronda y sabrosísima botifarra, la rotundidad abacial de la solemne pilota, el morcillo de ternera o el hueso salado de cerdo -mucho mejor usar saïm, grasa de cerdo emparentada de lejos con el unto gallego – debe reconcomerles muchísimo.
Y qué decir de los cupaires, col, patatas, apio, garbanzos o mongetes, zanahorias, nabos y puerros. Son lo que menos importa del condumio, lo que primero se aparta y, para qué vamos a engañarnos, lo que siempre acaba sobrando. Nos quedamos, pues, con Esquerra y Junts, los que quieren ser la nueva convergencia escudellaire y los ex convergentes que no tienen la menor intención de dejar de mandar en lo que se cuece. Les escudelles serán sempre nostres!, parecen decirse. Con este tira y afloja, cada partido con un asa de la marmita bien agarrada y tirando cada uno hacia su lado, están comenzando a inquietar a mucha gente que lo último que desea es que se vierta la escudella. Uno, que ya ha visto algo en esta tierra en la que todos se esconden detrás de biombos para hacer lo que les da la gana, Pla dixit, no cree ni que la sangre llegue al rio ni que la escudella se derrame. Son demasiados los que aplacan sus hambres con este cocido catalán que sufragamos los de a pie, y tirarlo supondría perderlo todo para estos parásitos ricos, que todo se lo deben al dinero público en forma de subvención, paguita, enchufe o cargo político.
Aunque estaría bien que, aunque solo fuera una vez, la escudella, que tan rancia e indigesta se ha tornado, se fuera a hacer puñetas y la sustituyeran por un cocido gallego, asturiano, vasco, maragato, andaluz, mallorquín o ¡sublime idea! un cocido madrileño de tres vuelcos. No caerá esa breva, digo, ese cocido.
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