Hasta hace unas semanas desconocía que el rapero Kanye West había montado una escuela en California. Más aún: desconocía incluso que el cantante ya no se llamaba Kanye West. Siguiendo una tradición compartida con otros ídolos como Prince o Tamara, un buen día decidió que su nuevo nombre sería simplemente Ye. El rapero Ye Ye, dirían desde Asturias, y quién sabe si en un futuro, tras una nueva excentricidad en su historial, podremos llegar a decir la chica ye-Yé.
El rapero es un tipo excéntrico, y como buen excéntrico millonario tira de mesianismo para combatir el aburrimiento. Nos falta el dinero, pero quién no ha pensado alguna vez en fundar una escuela para poder soltar en ella todas las neuras que nos llevan a la agitación cada vez que estamos solos y en silencio. La de Kanye West es, al parecer, una academia que promueve los valores cristianos y en la que todos los alumnos deben vestir uniformes negros diseñados por Balenciaga. El parkour forma parte de las actividades curriculares, y según dos trabajadoras que fueron despedidas el sushi es el único alimento permitido y están prohibidos los crucigramas. ¿Por qué sushi y crucigramas y no ramen y sudokus? A saber. Desde fuera pueden parecer medidas absurdas y arbitrarias, pero quiénes somos nosotros para cuestionar la certeza de la verdad revelada.
En los próximos años veremos no pocas historias sobre multimillonarios aburridos que lo mismo lanzan un cohete al espacio que fundan una religión de masas, siempre con éxito relativo. Tal vez produzcan en HBO una serie sobre un magnate de la industria discográfica que decide crear una red de escuelas inspiradas en las más alocadas creencias. Niños permanentemente conectados a aparatos tecnológicos, credos aprendidos de memoria sin ningún tipo de reflexión, juegos ininterrumpidos y una sobreestimulación constante porque sí, porque es mi escuela y hago con ella lo que quiero. Los padres proporcionarán las figuras articuladas y pagarán al megalómano su casa de muñecas interactiva, pero lo esencial para que esta ficción pueda ser verosímil es que el mensaje sea claro y directo: el sueño del libre mercado produce monstruos.
Aquí nunca permitiríamos que un tipo con complejo de Mesías utilizara la educación para dar rienda suelta a sus obsesiones particulares
Por suerte en España no impera la desregulación absoluta del salvaje West y nuestro Estado del bienestar está siempre atento para llevarnos por el camino del orden y el progreso. Aquí nunca permitiríamos que un tipo con complejo de Mesías utilizara la educación para dar rienda suelta a sus obsesiones particulares, ni toleraríamos que las escuelas privadas se convirtieran en la fábrica de conciencias de un predicador enloquecido; aquí todo eso se hace en la pública, como manda la tradición europea.
¿A qué chalado multimillonario se le habría ocurrido organizar una escuela en la que más de la mitad de los alumnos desconociera la lengua de enseñanza? ¿Quién se creería una historia distópica en la que los padres del futuro decidirían enviar a sus hijos a clase sabiendo que no iban a aprender nada? ¿Sueñan los hombres grises de Momo con bandas de inspectores que vigilan las conversaciones de los niños en el patio?
Escuelas como la de Kanye West no son más que arrebatos efímeros de individuos con demasiado tiempo y dinero. Nuestras escuelas, las públicas y las privadas, están a salvo de millonarios excéntricos, pero están en manos de consejeros nacionalistas con una misión: la construcción nacional en nombre del pueblo milenario. A pesar de los aparentes desacuerdos de última hora, la nueva ley educativa del País Vasco saldrá adelante porque hay acuerdo en lo fundamental y sobre lo fundamental. Lo fundamental en las escuelas vascas es garantizar la decrépita supervivencia del euskera y seguir trabajando en la identidad propia, que pasa por la eliminación de la identidad común. El consenso goza de una salud de roble. Unos dicen que el objetivo debe ser la eliminación de los modelos lingüísticos, los socialistas en cambio exigen su permanencia; todo es puro teatro. La realidad es que la gran mayoría de los alumnos vascos tienen el castellano como lengua materna, casi la mitad de los alumnos vascos no maneja el euskera con la suficiente competencia, y a pesar de ello más del 90% de los alumnos de la pública estudian en modelo D, es decir, todo en euskera salvo la asignatura de Lengua castellana.
Pase lo que pase con la nueva ley educativa, todos sabemos que una parte importantísima de nuestros alumnos seguirá pasando por la escuela sin enterarse de casi nada. Tampoco parece preocupar a casi nadie. Tal vez porque en nuestras escuelas sí están permitidos los crucigramas.
vallecas
No lo duden ni por un instante. Todo esto es obra de Pedro Sánchez. Yo siempre pensé que cuando se detecta un cáncer lo urgente es extirparlo, todo lo demás carece de sentido, pasa a un segundo plano. Compruebo que en España hay grupos y personas "importantes" que no son de la misma opinión.