El que no está conmigo, está en mi contra; y el que no recoge conmigo, desparrama (Mt 12:30) pero aquí y ahora, a 32 días de las elecciones municipales y autonómicas, los asesores áulicos de Pedro Sánchez tienen otra versión de esa máxima evangélica según la cual “lo que no suma resta”. Una vez más se cumple el adagio de que las actitudes se configuran en función de las expectativas. La percepción creciente es la de que ha cambiado el viento y en Moncloa se han decantado dos escuelas de pensamiento. La primera, convencida de que Sánchez es el activo político más valioso disponible, propugna su máxima utilización, multiplicando apariciones y comparecencias, que acabarían por tergiversar el carácter de los comicios convirtiéndolos en un referéndum de Pedro, sí; Pedro, no. La segunda, por el contrario, recomienda respetar la escala de esta convocatoria, ceder todo el protagonismo a los candidatos que encabezan las listas municipales y autonómicas, evitando que la campaña se desnaturalice y que las líneas de fuerza de la gravitación política se establezcan por adelantado en torno a los aliados de Sánchez a base de Podemos, Queremos, Sumamos, Restamos, Peleamos, más otras piezas, tan imprescindibles como indeseables, en las que se incluiría Esquerra Republicana de Cataluña, afines asimilables, Bildu y otros desechos de tienta.
En Moncloa, quien propusiera restringir la utilización de la figura de Sánchez correría el riesgo de ser considerado desafecto en cuanto que incrédulo o negacionista
Los electores que acudieron a las urnas en 2019 pudieron indignarse hasta el punto de que habrían querido exigir el libro de reclamaciones al observar que contra todas las garantías reforzadas de la víspera al día siguiente se concertaba la alianza PSOE-Unidas Podemos. Pero en 2023 ninguno puede llamarse a engaño, quien vote la candidatura de Sánchez ha de tener asumido que lo hace también por todos los compis con los que ha estado alternando a la vista de todos a lo largo y a lo ancho de toda la legislatura que ahora se extingue. Los más finos analistas sostienen que cuánto mejor le podría ir al PSOE si aplicara normas de contención y proclamara el principio de que cada palo municipal o autonómico aguante su vela. Pero, en Moncloa, quien propusiera restringir la utilización de la figura de Sánchez correría el riesgo de ser considerado desafecto en cuanto que incrédulo o negacionista de las eminentes cualidades taumatúrgicas del líder, que se repite incesante aquello de que “el que no está conmigo, está contra mí y el que no recoge conmigo desparrama”, tertium non datur. Encaminado por ese sendero le resulta incomprensible que el partido de la oposición tenga la osadía de no votar las leyes que el Gobierno lleva al Congreso.
Esa incomprensión quedó de manifiesto ayer en el pleno del Senado, cuyo orden del día incluía en el segundo punto la comparecencia del presidente del Gobierno, don Pedro Sánchez Pérez-Castejón, a petición propia “para informar sobre los planes implementados por el Ejecutivo en el contexto económico y social de la guerra de Ucrania y el papel de las administraciones”. Antes de dar cuenta de la sesión que se iniciaba a la intempestiva hora de las cuatro de la tarde, una aproximación al análisis de textos permite certificar el desvarío. Porque todo se presenta como si: 1) hubiera unos planes diseñados por el Gobierno ¿y quién si no?; 2) que el Gobierno hubiera procedido a implementarlos, sin aclarar en qué haya consistido esa implementación; 3) que, en todo caso, se declare haberlo hecho atendiendo al contexto económico y social de la guerra de Ucrania, ¿por qué se excluyen otras características del contexto como la militar, la ecológica, la migratoria o la política? El resultado fue que apenas se escuchó una palabra de Ucrania ni de nuestra involucración en el conflicto. Como alguien señaló la liberté c'est se soumettre a ce qui en nous nous depasse nous mêmes. Veremos.
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