Mujeres y hombres vemos el mundo desde puntos de vista completamente diferentes. En el caso de las mujeres, porque sabemos que las libertades y la igualdad básica entre ambos sexos son logros recientes de los que solo disfrutamos una parte pequeña de la población femenina, que justamente coincide con el Occidente de cultura romana primero y judeocristiana después. Fueron los abuelos de las que se manifestaban por Hamás en Madrid los que dieron el gran paso adelante. Hombres educados en la posguerra que supieron darse cuenta de que la única garantía de independencia vital que podían darles a sus hijas era la que se conseguía con una buena educación y capacitación profesional que les permitiera mantenerse por sí mismas. Las mandaron a la universidad de forma generalizada por primera vez, y por primera vez también las dejaron salir solas, irse de fin de semana, escoger su vida, cosas que jamás se habían hecho antes, en un tiempo sin móviles en el que una vez cerrada la puerta se quedaban sin saber que iba a pasar con ellas ni qué peligros podían correr.
Los hipercontroladores padres actuales, tan enganchados a sus hijos por toda clase de medios en cuanto salen de casa, no pueden ni imaginar esa sensación. Yo, que me beneficié de ella muy pronto, tampoco puedo ni imaginarla desde que me hice adulta y pude contemplarme tal y como yo era a los dieciocho años con los ojos de mis padres. Aún así, con miedo, a trompicones, nos dejaron volar.
Es curioso que la única posibilidad que tiene un homosexual palestino de vivir en libertad es en Israel, el faro de la civilización de la zona, el enemigo que sin embargo acoge uno por uno a los que le necesitan
Tampoco pueden ver el mundo como los hombres heterosexuales los componentes de la comunidad LGTBI. Ser homosexual hoy sigue constituyendo un peligro de muerte en muchos países, como en Irán o en la propia franja de Gaza, donde está prohibido. Casos como el del joven homosexual palestino Ahmad abu Marhia, que huyó a Israel tras revelarse su orientación y fue decapitado en Hebrón al volver, dos años después, a Palestina, no son extraños. Es curioso que la única posibilidad que tiene un homosexual palestino de vivir en libertad es en Israel, el faro de la civilización de la zona, el enemigo que sin embargo acoge uno por uno a los que le necesitan.
Es la razón por la que se hace más difícil aceptar la complicidad absoluta de la extrema izquierda con un régimen que oprime a las mujeres y a la comunidad gay. No se comprenden esas condenas tibias, seguidas siempre de la justificación de la violencia que las neutraliza. Todos sabemos que en las frases adversativas lo único que importa es lo que llega detrás del PERO. Sentimos la muerte de los jóvenes, PERO. No estamos a favor en general de decapitar bebés y arrancar a niños de los brazos de sus madres, PERO. La violación sistemática de mujeres como arma de guerra mal, PERO. En su antisemitismo disfrazado de antisionismo, la falta de empatía con las víctimas es total y no se molestan en disimularlo. Sorprende también que ilustres líderes de la comunidad LGTBI, que no podrían pasar ni cinco minutos en Palestina sin necesitar urgentemente a un equipo de extracción israelí que los liberara, ataquen con esa rabia a los únicos que los defienden y los respetan en esa torturada área del mundo. Tanto odio es inexplicable. Algo debe de haber de rabia y envidia ante la excelencia, de resentimiento ante un pueblo que se defiende tozudamente y no está dispuesto a perecer, saltándose todas las directrices del relato que la extrema izquierda antisemita les quiere hacer tragar. Y qué quieren que les diga, hacen bien.
Que las alegres chicas de Igualdad apuesten por el país que las oprimiría no deja de tener su siniestra lógica interna después de ser responsables de la ley que ha bajado las penas a los delincuentes sexuales
Israel, en contra de lo que proclama la propaganda de izquierda, está actuando con exquisita prudencia. Podrían entrar en la Franja a sangre y a fuego pero no lo hacen. Eso sí, se defienden y se defenderán siempre, porque están en todo su derecho de hacerlo y porque su país está en juego. Las mujeres libres presenciamos las declaraciones de la cúpula de Sumar y adyacentes podemitas con estupor. Que las alegres chicas de Igualdad apuesten por el país que las oprimiría no deja de tener su siniestra lógica interna después de ser responsables de la ley que ha bajado las penas a los delincuentes sexuales y ha puesto en la calle a violadores y pederastas en un goteo tan incesante como Insoportable. la propia Judith Butler, creadora de la teoría de género y madre espiritual de las Pams de la vida, lo expresó claramente en 2006 al declarar que había que apoyar a Hamás o por lo menos comprenderlos, porque son parte integrante de la izquierda global. Les pase lo que les pase a las mujeres y homosexuales. Y es que, en el fondo, les da igual. Ellos están a lo suyo, a medrar con el menor esfuerzo posible en las cómodas estructuras de poder de Occidente.
Si Yolanda Díaz, Mónica García, Irene Montero, Rita Maestre y tantas otras como ellas fueran palestinas, no podríamos distinguirlas en una foto. Privadas de su libertad indumentaria, veladas a la fuerza, no sabríamos quienes de ellas son las que engañan a las demás en la espiral de traiciones y venganzas que es el mundo femenino de la extrema izquierda española. La pobre Yolanda además, sufriría el doble castigo de no poder lucir su infinita variedad de bucles, trenzas, moños y coletas, ocultos bajo el velo que la igualaría a todas, a ella, que es tan especial y extraordinaria.
Lo que más molesta de esta incapacidad para denuncia el Horror no es la maldad, sino la estupidez. Porque las mujeres en general no somos estúpidas. Claro que aquí estamos hablando de mujeres escogidas para mandar por determinados hombres. Y eso, por desgracia, lo explica todo
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