Los medios de comunicación reproducen, casi en bucle, la polémica que ha suscitado el cartel de la Semana Santa sevillana de 2024. En todos los debates se desglosan comentarios parecidos, a favor y en contra, y tengo que decir ninguno de ellos me ha parecido mínimamente interesante. La razón estriba en que todos esgrimen los mismos manidos argumentos pero, curiosamente, ninguno ha puesto de manifiesto lo que realmente ocurre:
Se trata de una obra de arte tramposa. Tengo que manifestar, de entrada, que Salustiano es un pintor de primerísimo nivel. Como artista me parece impecable y, aparte de aplaudir, no tengo nada más que añadir. Te puede gustar más o menos su estilo, pero eso ocurre con todas las obras de la historia del arte y, ésta, no tendría por qué ser especial.
Sin embargo, Salustiano ha cometido una trampa. Una trampa perfectamente escondida y altamente intelectualizada, pero una trampa como una catedral (y nunca mejor dicho). Analicemos la situación con detalle. Quiero que jueguen conmigo a localizar la argucia del artista a la vez que hacemos un pequeño repaso por la espectacular historia del arte cristiano.

Los odiadores de todas las corrientes artísticas que juegan a deformar la realidad anatómica más objetivable, no tienen aquí nada que rascar


Para ello vamos a desglosar, una a una, las posibles causas de por qué ha resultado tan polémico este cartel para llegar, al más puro método detectivesco, a la conclusión final:
1.- Se trata de una figura humana en estilo netamente hiperrealista. Por lo tanto, y en principio, no desafía las imágenes más tradicionales de la representación de Jesús asumida por la inmensa mayoría de la población europea incluida, por supuesto, la andaluza. Aquí no hay ni deconstructivismo, ni surrealismo, ni cubismo ni nada que levante sarpullido a los más clásicos. Los odiadores de todas las corrientes artísticas que
juegan a deformar la realidad anatómica más objetivable, no tienen aquí nada que rascar.
2.- Por otra parte, la figura es absolutamente bella. La transmisión de los conceptos de verdad y de bien a través de la belleza ha formado parte de los cimientos de la historiografía cristiana desde siempre. Sin embargo, y se lo cuento a modo de curiosidad, esta idea es mucho más antigua, casi tanto como nuestra propia civilización. Platón, en El Banquete y en Hipias Mayor, fue el primero que dejó constancia escrita de la relación entre bondad, belleza y verdad y de su interpretación como manifestaciones de una misma esencia de perfección. Siglos más tarde, el neoplatonista Ficcino recoge la metafísica de Plotino y relaciona esta tríada de conceptos con el propio Cristo. En el capítulo 4 de su De Christiana religione, afirma que Él mismo (Jesucristo) sería una encarnación de la Idea divina de estas tres virtudes. Por lo tanto, recurrir a una imagen de un hombre joven y bello tampoco debería soliviantar a nadie. Es lo que ha hecho la historia del arte católico
desde siempre. Otro argumento descartado.
3.- Después está el tema de la semidesnudez. Haciendo un recorrido por la historia del arte, desde el paleocristiano hasta la actualidad, son incontables las manifestaciones de Cristo mostrando su cuerpo. De hecho, hay autores que, incluso, afirman que la crucifixión ha sido una excusa maravillosa para que pintores y escultores derrocharan técnicas y estilos para representar las más bellas creaciones de la anatomía humana. Junto con las escenas de los dioses de la mitología clásica, era una de las pocas oportunidades
que se presentaban en tiempos pasados para desarrollar a placer sus conocimientos de
musculatura masculina
. Los diferentes episodios narrados en los evangelios (flagelación, crucifixión, coronación de espinas, caídas en la subida al Calvario…) eran “caramelitos” para explayarse en manifestaciones de virtuosismo pictórico o despliegue de habilidades escultóricas. Todos estamos acostumbradísimos a ellos y a nadie escandalizan. El cuerpo de los cristos crucificados, desde las manifestaciones más antiguas como las de la puerta de Santa Sabina (s VI), a los más actuales y rompedores como el Cristo de Dalí (s XX)
siempre han estado cubierto por el denominado “paño de pureza” (perizonium). Es la forma pudorosa de representar la figura de Jesús tras el expolio, esto es, tras el despojo de sus vestiduras que se habrían de jugar a los dados los romanos encargados de tan penoso y trágico cometido.

Desde las túnicas cortas de los cristos góticos a las volutas retorcidas del barroco más movido y pasando por el equilibrio de los lienzos renacentistas, el paño de pureza ha servido, muchas veces, para ayudar en la datación de la propia obra artística.


Salvo en representaciones muy puntuales, como la magistral de Brunelleschi en la capilla Gondi de Santa María Novella o la delicadísima de Miguel Ángel en la basílica del Santo Spirito, los crucificados siempre se han ejecutado con la zonal genital cubierta.
Es más, es frecuente que en estos casos de desnudos integrales se hayan ocultado a posteriori, como ocurrió con el caso del bellísimo ejemplar de Benvenuto Cellini de la Basílica de El Escorial. Lejos de ser una queja para los artistas (para los que la situación debería resultar, cuanto menos, bastante incómoda) esta “circunstancia decorosa” se ha aprovechado frecuentemente para transformar el perizonium en una nueva excusa para lucir “poderío artístico”, esta vez centrada el movimiento del paño y el tratamiento de las texturas. Al igual que la representación del propio cuerpo, el perizonium ha sufrido el devenir de los tiempos y las modas. Desde las túnicas cortas de los cristos góticos a las volutas retorcidas del barroco más movido y pasando por el equilibrio de los lienzos renacentistas, el paño de pureza ha servido, muchas veces, para ayudar en la datación de la propia obra artística.
En el caso que nos ocupa, la inspiración es claramente barroca. Su ondulado e intenso movimiento, es un claro homenaje al Cachorro, una de las figuras más veneradas de la Semana Santa sevillana y obra magnífica de Francisco Ruiz Gijón. Vamos, que a los sevillanos no les sorprende lo más mínimo. Están acostumbrados, desde su más tierna infancia, a ver ese despliegue de volutas retorcidas que, cogidas por un sencillo cordón, lucha contra el viento para mantener el recato. A nadie escandaliza, a nadie sorprende. Descartamos también el argumento de la cuasi desnudez.

Ha recurrido a los atributos de un “Crucificado”, esto es, desnudez casi total como excusa para exponer un cuerpo apolíneo, pero ofreciéndola en la imagen iconográfica frontal, directa y gloriosa de un “Resucitado”


¿Qué pasa, entonces? ¿Qué nos queda? Miren el cartel detenidamente. Verán que coinciden conmigo en que se trata de una imagen que desconcierta. No se me ocurre una palabra mejor. Habrá a quién ese desconcierto incomode e, incluso, escandalice. Y habrá a quién ese desconcierto le atraiga como un imán. Pero lo cierto es
que …desconcierta. Un artista, ante todo, tiene que hacer que se repare en su obra, que llame la atención. En el caso de la cartelería andaluza de Pasión, la tarea se torna realmente complicada porque se han probado casi todas las fórmulas y recursos disponibles a lo largo de años, décadas y siglos. Además, no se puede recurrir al escándalo ni a la provocación descarada (que es el recurso fácil de una ingente cantidad de pseudoartistas) puesto que se trata de una obra realizada por encargo y por un comitente que roza las alturas más intocables (la Asociación de Cofradías de Sevilla).
Por eso hay que ser muy hábil. Lo que ha hecho el artista es componer un conjunto altamente provocador pero con piezas que, por separado, son absolutamente correctas. Ha recurrido a los atributos de un “Crucificado”, esto es, desnudez casi total como excusa para exponer un cuerpo apolíneo, pero ofreciéndola en la imagen iconográfica frontal, directa y gloriosa de un “Resucitado”. El cuerpo que Jesús ofrece en la cruz, con un sentido de entrega absoluta de su propia vida a la Humanidad, no está representado en esta pintura un acto de sacrificio y generosidad máxima, por mucho que esté sin vestiduras ni por muchos repliegues que tenga el paño de pureza. No te inspira ni misericordia, ni compasión, ni te estremece el corazón. Tampoco está en la pintura el sentido de un Resucitado. El hombre espléndido que se ofrece no es un triunfo ni sobre la muerte ni sobre el mal, por muchas potencias clavaditas a las del sevillano “Cristo del Amor” que lleve sobre su cabeza.
De Jesús está presente su indumentaria, su pelo, sus estigmas, su barba, sus potencias y su espectacular contraposto, pero no hay ni un ápice de divinidad. Ni su desafiante mirada te trasmite amor, por muy bello que sean sus ojos, ni su cuerpo te transmite resurrección, por muy claramente que muestre sus estigmas.
Este bellísimo ser que se nos ofrece en el cartel no es Jesús. Querido y magnífico artista, a mí no me escandalizas en absoluto, pero tampoco me la pegas.

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