En un país como el nuestro en el que hacen falta tantas cosas tenemos, en cambio, abundancia en procesos electorales. Hace un año tuvimos municipales y autonómicas, luego generales, luego las gallegas, después las vascas y por último las catalanas, quedando todavía por celebrar las europeas. Eso, si no hay repetición de las de mi tierra y, eventualmente, otra vez generales. Eso, entre otros engorros, conlleva la repetición de mensajes electorales que los presentadores de informativos se empeñan en repetirnos que se hacen “por imperativo de la Junta Electoral” y bla bla bla. Coincidiremos que son de un cansineo pertinaz.
Ahora que se habla de la Inteligencia Artificial – la natural está en paradero desconocido – se le debería preguntar como aligerar la propaganda política, máxime cuando hay tanta elección seguida. Es peligroso, porque si es inteligencia, aunque artificial, igual sale por peteneras y responde que lo que habría que hacer es agrupar las elecciones en una sola y ahorrarle matraca y dinero a los contribuyentes. Para no correr riesgos, a mí se me ha ocurrido que una buena manera de hacer propaganda política sin que acabes hasta el galillo de siglas, políticos y eslóganes es recurrir al formato de teletienda. Todos hemos visto esos publi reportajes en los que, por lo general, un chico y una chica guapetones y con pinta de salir de la ducha – por separado, ojito, que no quiero acusar a nadie de promiscuidad – cuentan y no acaban acerca de las virtudes que tiene el reloj tal, la bici estática cual o un aparato de cocina que hace de todo menos cantar flamenco. Soy un viejo seguidor de este tipo de publicidad y recuerdo lo primero que se vio en éste país, una especie de mini bomba de hinchar bicis pero que aplicada a una bolsa de plástico llena de comida, hacía el vacío y permitía así conservar alimentos y, pásmense, ¡ahorrar miles de dólares! Era hipnótico. Luego vino un señor vestido de cocinero con mostacho que enseñaba unos cuchillos que igual cortaban un asado que una bota. Textual. Un señor que promovía un ungüento para el dolor que se jactaba de no haber acudido a ninguna universidad porque él se había graduado ordeñando vacas y vayan ustedes contando. De ahí a ver a Mike Tyson vendiendo barbacoas todo fue uno.
En un país como el nuestro en el que hacen falta tantas cosas tenemos, en cambio, abundancia en procesos electorales
En este solar patrio también hubo un espacio denominado, con toda propiedad, “Teletienda”, en Antena 3 , que ofrecía una panoplia de objetos sin los cuales la vida no era digna de ser vivida como tal. Ahora esos comerciales están relegados a las tardes, básicamente, para gente de mi edad, o a las madrugadas, seguramente para insomnes a los que les da lo mismo comprarse un robot de cocina que unos pedales para los pies que te permiten adquirir una velocidad que ni Usain Bolt. Visto lo visto, pues hay gente que compra todo ese tipo de mercancía – ¡ y a las cien primeras llamadas les regalaremos además una suegra a control remoto y una pulsera magnética para repeler encuestadores callejeros! - ¿por qué los partidos no hacen lo mismo? Y no me digan que voy contra la izquierda, porque ahí tienen a Pedro Sánchez, el prototipo de vendedor de teletienda, alto, guapo, trajeado, de verbo inasequible al desaliento y capaz de tirarse tres horas él solito cascándonos las ventajas de su producto sin decir nada coherente y llamándonos fachas si no lo hacemos. O a Marta Rovira llorando como una Madalena gimoteando y, entre hipo e hipo, acusarnos de represores si no adquirimos cien esteladas. Desde Suiza, claro. No sé, pero solo le veo ventajas al asunto. Además, podrían financiar sus campañas con los ingresos que obtuviesen con las ventas y así se pagarían el gasto con su propio pecunio. Como en los EEUU, donde cuando hay un anuncio de, yo qué sé, el candidato a concejal de Little Big Town, Mr. Morrow – pronúnciese morro – aparece un rótulo que dice quién lo ha patrocinado.
Total, en ambos casos se trata de vender algo. Aunque sea una moto sin ruedas.
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