Cualquier sistema físico tiene un nivel de entropía (o desorden inherente) llamado desorden que, debido a un suceso o sucesos, puede derivar en el fin irreversible del propio sistema. Un ejemplo claro es el de un vaso de cristal: una vez que se hace mil pedazos, de ninguna manera puede volver a su estado original. La cuestión que habría que preguntarse sería qué grado de desorden soportará nuestro país antes de romperse en mil pedazos sin posibilidad de regeneración. Y cuando hablo de ruptura, no únicamente me refiero a una ruptura territorial, sino también, y muy importante, a la ruptura simbólica y cultural, de convivencia, de sentido de permanencia, etc. Pero los sucesos que vemos sucederse una y otra vez, ¿son un comportamiento tan ingenuo como insensato o es una forma de aumentar el desorden de nuestro sistema aprovechando la tendencia a la variación de entropía de un sistema político tan inestable como el nuestro?
Por supuesto no voy a entrar en todos los elementos y sustratos culturales, en el imaginario colectivo o en las “mentalidades” procedentes de tiempos medios que han esculpido nuestra cosmovisión como individuos y como nación. Ello daría para unos cuántos artículos más. Pretendo contextualizar lo que ocurre el aquí y ahora (hic et nunc), cómo están afectando a los pilares de nuestro país y nuestra democracia las políticas desplegadas por parte del Gobierno, que, para resumir, sería el súmmum del llamado” peix al cove”. La gran diferencia entre aquella forma fenicia de entender la política con la de ahora es que, en estos momentos, bajo una retórica buenista, se dañan tanto las instituciones como se propala un relato en el que España, como entidad y como nación, es algo cuestionado y cuestionable. Naturalmente, en esta nuestra retromodernidad, en nuestro país, lo único que se cuestiona es España como nación e, incluso, España como entidad.
Hay que recordar, que, para el nacionalismo vasco, la única nación que no existe y, en su imaginario colectivo, es una ofensa es, precisamente, España
Cuando se estudia la llamada “historia de las mentalidades” se ve claramente que el poder del cambio está en la guerra cognitiva, en crear marcos simbólicos y referenciales que propicien o faciliten los objetivos políticos buscados. Esta guerra cognitiva pretende crear una imagen de nuestro país que aproveche profundos complejos nacionales (especialmente en el público de izquierdas, que relaciona la nación española con distorsionadas épocas anteriores) para lograr un proyecto político muy concreto. Proyecto que ya lo expresó Pablo Iglesias: “La república plurinacional”. Este tipo de acciones y la implementación de un plan de ingeniería social no hacen más que aumentar el desorden del sistema que nos dimos en 1978, y esto no es casual, ingenuo ni inocente. Estamos ante la ejecución de la intersección de intereses, visiones y proyectos de tres modelos de sociedad y de país: las formas populistas de la Moncloa, el comunismo 2.0 de Podemos y compañía, y un separatismo irredento que ha aprendido las lecciones de septiembre y octubre de 2017.
Los distintos episodios de esta narrativa que pretende destruir para construir están muy bien hilvanados. En concreto, cuando un presidente del Gobierno, en lo que debería ser un emotivo acto de reivindicación de la memoria de las víctimas del terrorismo y de todos aquellos que colaboraron en la derrota de los terroristas, afirma “Si hoy Euskadi y España son países libres y en paz es gracias a todos los que apostamos por la unidad de los partidos políticos.”, no solo es una cortina de humo para dejar de hablar de temas más sangrantes para el Gobierno, sino que también es una forma de crear un debate artificial que pone en cuestión a España como nación y fomenta la duda al respecto para crear la sensación de plausibilidad de que España, efectivamente, no es una nación. Hay que recordar, que, para el nacionalismo vasco, la única nación que no existe y, en su imaginario colectivo es una ofensa es, precisamente, España. La excusa para este tipo de narrativa es que “normaliza” la convivencia y la política en y con el País Vasco y con Cataluña…
Lo que se propone es que, en las comunidades en manos del nacionalismo, se asfixie cualquier atisbo de diversidad y se imponga una uniformización cultural, social y, fruto de todo ello, política
Otro de los episodios de esta estrategia de desmantelamiento de la imagen y la concepción de nuestro país es el acaecido en la “mesa de diálogo” con Cataluña. Aquí la cuestión es muy parecida a la que he expuesto del País Vasco. Tenemos a un jefe del Ejecutivo negociando cuestiones que serían (y son) innegociables en cualquier democracia, me refiero a la “desjudialización” del llamado “prusés” y a la protección del catalán. En democracia, se juzga a las personas que han cometido (presuntamente) algún delito, afirmar lo que afirmaron solo sirve para rearmar el relato victimista del separatismo catalán, hace creer que no existe una separación de poderes y, por tanto, justifica los hechos de octubre de 2017 y prepara el camino para futuros escenarios. Y, ahora vamos con el tema del catalán, la protección de la lengua catalana está garantizada ya desde la Constitución, sin embargo, el problema radica en que, mientras España es una realidad plural que protege y reconoce, lo que se propone es que, en las comunidades en manos del nacionalismo, se asfixie cualquier atisbo de diversidad y se imponga una uniformización cultural, social y, fruto de todo ello, política.
Parece que desde el gobierno y sus socios se están impeliendo y azuzando todos aquellos factores que aumentan el nivel de desorden de nuestro sistema. Ya sea ello por cortoplacismo, por miopía o por incompetencia (o algo peor) este camino solo nos lleva a la polarización y a la anomia social y política. Cierto es que aún no hemos llegado a un punto de no retorno que sea imposible recomponer los valores y derechos que nos dimos en 1978, pero si no se tiene claro que nos acercamos a escenarios socioeconómicos muy complejos que pueden ser el caldo de cultivo que falta para la intersección populista, posiblemente no tendremos tiempo de reacción. Pero... ¿Quién debería reaccionar? Naturalmente todos aquellos que se consideren demócratas, que crean en la ley como fuente de libertad, en la separación de poderes, en la libertad individual, que crean que existe un país llamado España cuya pluralidad es un bien en sí mismo, y que la libertad de las personas es un fundamento indispensable para cualquier democracia. Todo esto, sea del partido que sea y, por supuesto, a través de sólidos relatos para lograr que la ciudadanía, en futuros comicios, crea un proyecto que refuerza a nuestro país y a nuestra democracia.
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