Pablo Motos y sus hormigas catódicas parecen haberse convertido en la medida de todas las cosas en esta España electoral de 2023. Sí es usted dirigente de fuste tiene que pasar por la tortura de acudir a El Hormiguero de Antena 3 a hacerse el gracioso sin gracia -salvo que sea el dicharachero Miguel Ángel Revilla- con esas Trancas & Barrancas que hacen las delicias del público; si no, usted no es nadie en el Gotha político, desengáñese.
No soy seguidor fiel del programa -tampoco de los documentales de La 2 a esa hora, estimado lector, no pretendo venirme arriba- y creo que esa mi saludable distancia respecto al efecto hipnótico que produce en muchos entrevistados la supuesta transferencia hacia ellos del liderazgo en audiencia de Motos, permite llegar a dos conclusiones:
Se puede morir políticamente, como le ha sucedido a Revilla, de una sobredosis de El Hormiguero, La Sexta Noche, Más Vale Tarde, Todo es Mentira -añadan aquí los escasos programas de TV en los que el presidente cántabro no aparece una vez por semana y acabamos antes-; y se puede morir también de hipohormiguerismo, una suerte de anemia de afecto resultante de haberse dejado ver en mangas de camisa antes de ganar las primarias por la Secretaría General del PSOE a Susana Díaz y luego, si te he visto no me acuerdo durante los siete años siguientes; léase Pedro Sánchez.
Lo que arrastra Pedro Sánchez desde hace cuatro años ante buena parte de la sociedad es un problema de “credibilidad” por unos pactos con el independentismo reiteradamente negados que no se arreglaría ni aunque Pablo Motos hubiera pedido anoche el voto para el PSOE a los millones de españoles sentados frente al televisor
Anoche, Motos suministró al presidente del Gobierno eso que los médicos dan a un enfermo imaginario para que se produzca en él un efecto placebo: una palmada en la espalda, no exenta de reproches varios entre chiste y chiste, para aliviar la posible derrota que el candidato socialista a la reelección barrunta y achaca a su decisión de no haber vuelto antes por ese y otros platós de TV… que pase el siguiente, parecía que el presentador de El Hormiguero se estaba diciendo a sí mismo; casualmente, Alberto Núñez Feijóo éste miércoles… Vae Victis (que tome nota el líder popular).
Escribo enfermo imaginario porque creo que eso es lo que es Sánchez a estas alturas: El presidente del Gobierno no tiene un problema de “comunicación”. Podría, incluso, hacer un esfuerzo sobrehumano y mostrarse menos frío, más empático, pero tendría que volver a nacer, creo yo, para plantarse en los platós como José Luis Rodríguez Zapatero a defender su ejecutoria con la vehemencia que lo está haciendo el expresidente; aunque, insisto, su problema no es de “comunicación”.
Tampoco Aznar era Leo Harlem
Ahí está José María Aznar, que no es Leo Harlem ni fue nunca a programa de humor alguno durante su mandato -eso que nos ahorramos- y logró mayoría absoluta de 183 diputados en la reelección del año 2000. ¿Por qué el actual presidente del Gobierno socialista, mucho más atractivo a priori, tiene tantos problemas para ser reelegido?
Pues porque lo que arrastra Pedro Sánchez desde hace cuatro años es un problema de “credibilidad”, que no se arreglaría ni aunque Pablo Motos hubiera pedido anoche el voto para el PSOE en riguroso directo y ante millones de españoles sentados frente al televisor. Culparle a él, Carlos Alsina, Carlos Herrera, Ana Rosa Quintana, Susana Griso o Vicente Vallés, por citar algunos comunicadores, de las desdichas electorales de éste gobierno, es no entender nada de lo que le está pasando y abocar al PSOE a podemizarse contra los medios, como ya intento antes que él Pablo Iglesias con escaso éxito.
Hablemos claro: cuando todos los medios, españoles y extranjeros, le bailaban el agua y le apodaban Mr. Handsome por su atractivo físico y político en ese desierto que es la Internacional Socialista que ahora preside -no hace tanto tiempo, apenas cuatro años-, Pedro Sánchez no fue capaz de anclarse electoralmente en el afecto de la gente. Optó por una geometría variable de pactos con Podemos y, sobre todo, con ERC y Bildu, que el público del PSOE, no digamos el resto de partidos a su derecha, rechazaba, rechaza y rechazará.
A las pruebas me remito: la repetición de elecciones generales aquel 10 de noviembre de 2019, solo dos semanas después de la exhumación de la momia de Francisco Franco del Valle de los Caídos, gesto simbólico donde los haya para la izquierda, fue lo último que ganó el líder socialista dejándose la friolera de 730.000 votos y tres escaños -bajó 123 a 120 diputados-
A las pruebas me remito: la repetición de las elecciones generales aquel 10 de noviembre de 2019, solo dos semanas después de la exhumación de la momia de Francisco Franco del Valle de los Caídos, gesto simbólico donde los haya para la izquierda, fue lo último que ganó el líder socialista dejándose la friolera de 730.000 votos y tres escaños -bajó de 123 a 120 diputados-. Únicamente el PSC, el partido independiente hermano, ha sido capaz de exhibir una victoria en estos cuatro años de legislatura nacional; fue en 2021, de la mano del ex ministro de Sanidad Salvador Illa.
En las elecciones autonómicas de Galicia y Madrid, el sanchismo al Feijóo se propone dar la puntilla el 23J, quedó tercero; y en éste mismo periodo de tiempo, Juan Moreno Bonilla ha remediado a la principal federación socialista, la andaluza, 45.000 militantes -uno de cada 250 andaluces lo es-, hasta dejarla en los huesos: primero, logró su mayoría absoluta y en estas elecciones del 28 de mayo el socialismo ha desaparecido de las ocho alcaldías de capital andaluzas y de seis de las ocho diputaciones. Además, el PSOE ha perdido los gobiernos de Comunidad Valenciana, Aragón y, presumiblemente, Extremadura… suma y sigue.
No, aunque lo crea, presidente, no tiene un problema con Pablo Motos ni con todos esos comunicadores “de derechas” a los que señala. Tiene un problema con el hecho de que, lo que usted y Zapatero denominan “cambios de opinión”, como le volvió a recordar este martes por la noche el jefe de Trancas & Barrancas, muchos españoles, incluidos miembros de su propio partido, los consideran “mentiras” a secas.
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