Decía Don Felipe VI en la apertura de la nueva legislatura que España no puede ser de unos contra otros porque debe serlo de todos y para todos. Como principio inspirador es magnífico, pero como análisis de la realidad es una pompa de jabón, presta a estallar al más mínimo soplo de aire. No hay políticos que sepan leer el momento actual fuera de ese contexto guerra civilista que creíamos haber dejado atrás hace décadas. Las izquierdas, porque ya no saben qué inventar para disimular que su gestión del capitalismo, el Welfare State, se ha vuelto un mero placebo del sistema basado en el darwinismo Hobbesiano; las derechas, porque siguen entendiendo a nuestra nación como un inmenso solar en el que edificar urbanizaciones construidas con aluminosis a las que sacar pingues beneficios. Los primeros esperan que les toque el Gordo y estar en el gobierno, los segundos que se produzca un milagro y vuelvan a tener mayoría para echar a los social-comunistas.
Ahora bien, no podemos decir que España sea de esta tropa. Si acaso, sus instituciones, gobernadas desde el ombligo correspondiente pero jamás desde la altura de miras. Si vamos a buscar en los poderes fácticos, cierto es el capital corta el bacalao, pero, siendo así, ¿España es de Botín, de Amancio Ortega, de Florentino Pérez, de El Corte Inglés? No exactamente, incluso ellos se ven bamboleados por las grandes corporaciones multinacionales, por el maldito Down Jones o por esa China que ha terminado por ser, verdaderamente, el peligro amarillo. ¿España es de los Estado Unidos, la OTAN y sus perfectamente inútiles paraguas de protección? Igual no, porque muchos de ellos, por citar un ejemplo, no contemplan defender nuestro solar patrio en caso de que nos atacase Marruecos. Tampoco da la impresión de que España sea de los medios de comunicación, en su mayoría banales instrumentos de adocenamiento de masas, cuando no simples correveidiles. Aquí, ante el periodismo de investigación, existe el periodismo de dictado.
Como no sabemos de quién es España, todos pensamos que es nuestra para hacer con ella lo que nos dé la gana. Los podemitas para aplaudir o no al rey, los sanchistas para pactar con quien haga falta, los separatistas para romperla en porciones y crear su propia checa particular, como el patio de mi casa. Todo el mundo opina que España es suya, tanto los que la defraudan a la hora de pagar impuestos como quienes la defraudan prometiéndole cosas en campaña para luego hacer todo lo contrario. Es una España que, siendo de todos, acaba por no ser de nadie, a la que puede aplicársele la copla de entre todos la mataron y ella sola se murió. Esa España a la que Unamuno, tan de moda como poco comprendido, calificaba de corazón desnudo hecho de viva roca.
Todo el mundo opina que España es suya, tanto los que la defraudan a la hora de pagar impuestos como quienes la defraudan prometiéndole cosas en campaña para luego hacer todo lo contrario
España ha pasado a ser una fake news en boca de los separatistas que se pasean tranquila y subvencionadamente tildándola de estado fascista, sin justicia, violento y cruel. De ahí que lo dicho por el rey sea un hermosa declaración de intenciones, pero nada más. Nos gusta pasar el día espiando al vecino entre visillos, como la vieja de Jose Mota, deseando que salga y se rompa una pierna, o mejor las dos. No entendemos de generosidad ni de altruismo, y de poco sirve echarle las culpas a ministros, banqueros, medios de comunicación o Perico el de los Palotes, porque somos los españoles quienes nos negamos empecinadamente a hacer de España algo nuestro, algo que nos pertenezca, algo de lo que responsabilizarse, algo de lo que sentirse orgullosos, algo que poder legar a nuestros hijos.
Siendo sincero, si España no es de nadie es porque sus auténticos propietarios, los españoles, hemos hecho dejación y se nos ha llenado la casa de okupas. Suicidamente descreídos, hemos llegado a convencernos de que esto no tenía arreglo, para acabar coexistiendo con el lazo amarillo, la copa vaginal, las charlas sobre masturbación en colegios de primaria, los diputados revolucionarios que no van pero cobran o las mil versiones de Ábalos. Sabemos hacer lo más difícil, pero cuando se trata de lo cotidiano, somos un desastre. Lo dejó escrito aquel proscrito de la intelectualidad bardemiana llamado José María Pemán:
Suele este pueblo al azar
en lo breve fracasar
y en lo grande ser fecundo.
Sabe descobrir un mundo.
No lo sabe administrar.
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