Opinión

La España feliz y la España indignada

La gente feliz tiene equilibrio neuronal, la irritada es incapaz de apreciar los regalos que el mundo pone a sus pies

Los cambios en las naciones se deslizan de manera imperceptible y se acomodan a nuevos escenarios hasta que la trayectoria resulta irreversible. Países que fueron ejemplo de convivencia acabaron como nido de víboras, y otros que no sabían organizarse son hoy, gracias al buen uso de los principios democráticos, grandes ejemplos de bienestar. En todos, sin embargo, se descubre gente feliz y gente indignada.

Un grupo de expertos independientes se encarga de recabar opiniones y dar cuenta todos los años en el «World Happiness Report». En el último, 2022, España ocupa el puesto vigésimo noveno, por detrás de Rumanía, de Costa Rica, de Eslovenia o de Arabia Saudí, y por delante, eso sí, de Venezuela, y también de Portugal y Grecia.

Finlandia, país frío de población silenciosa, encabeza la clasificación por quinto año consecutivo. Allí la gente es generosa, benevolente, sencilla y respetuosa con la naturaleza. El gobierno ha propiciado un alto índice de desarrollo humano, de economía próspera y un modelo social envidiable en sanidad y educación. Vamos, que dan ganas de hacer las maletas y mudarse allí para pasar frío y felicidad. Lo sorprendente es que entre los diez primeros aparecen todos los países nórdicos. En el segundo lugar, Dinamarca; tercero, Islandia; séptimo, Suecia; y octavo, Noruega.

Los daneses por sus instituciones, su gobierno y el sistema judicial. Además, la cultura danesa exige ser feliz. Lo vemos en la estética y colorida arquitectura, y en sus carreteras, ideales para un deporte que compensa: el ciclismo. Islandia, con menos habitantes que las ciudades de Móstoles y Getafe unidos, isla perdida en el acéano, es un territorio aparte. Relieves, glaciales, auroras boreales, paisaje lunar y un frío que pela. Lo que dignifica a Suecia y Noruega (si exceptuamos los conflictos de Suecia con la inmigración) es el altísimo índice de desarrollo humano y de educación, y también la flexibilidad laboral que tanto beneficia a los empleados y a la producción. Los noruegos tienen todo, fiordos, valles rurales, cañones tumultuosos, cascadas límpidas, nieves eternas y petróleo.

Lo que dignifica a Suecia y Noruega (si exceptuamos los conflictos de Suecia con la inmigración) es el altísimo índice de desarrollo humano y de educación, y también la flexibilidad laboral

Los Países Bajos, que ocupan el quinto lugar, tienen una de las poblaciones juveniles mas satisfecha con el sistema educativo y la calidad de vida. La tasa de pobreza es muy baja, y con ello la desigualdad. En Suiza, que ocupa el cuarto lugar, la calidad de vida es muy alta. País pacífico y mesurado es tan rico en bancos como en nieve. Paisajes bucólicos, lagos y otras bondades como la tranquilidad y la seguridad.

El sexto país del informe es minúsculo: Luxemburgo, que solo tiene de pequeño el tamaño, lo demás es gigante: grandes salarios, grandes fortunas, gran esperanza de vida.

La clave de las hormonas

Completa el top ten dos países no europeos, uno en Oriente Medio y otro en el quinto pino. Israel se cuela en el noveno puesto gracias a Tel Aviv, enclave turístico reconocido por su ambiente festivo y tolerante. Y en el décimo, Nueva Zelanda, territorio prístino descubierto por los maoríes hace unos diez siglos y por los europeos hace tres. Lo que descubre el visitante de hoy es un clima subtropical, una gente amabilísima y un ambiente relajante y placentero. Toda paz para los sentidos.

Pero la felicidad también va por dentro. Sostienen hoy los biólogos que el mundo mental y emocional está regido por mecanismos bioquímicos. Dicen saber que la felicidad no está determinada ni por el trabajo que desempeñamos, ni por el salario que recibimos, ni por la gente que frecuentamos, ni por las libertades que disfrutamos, sino por un complejo sistema de nervios, neuronas y sustancias bioquímicas como la oxitocina, serotonina y dopamina. Varias hormonas recorren el torrente sanguíneo y la tormenta de señales eléctricas que destellan en diferentes partes del cerebro son las encargadas de proporcionar felicidad.

Si la alimentación o el sexo no estuvieran acompañados de satisfacciones, a los machos sanos y fuertes, y también a los otros, les traería al fresco comer o reproducirse

Esa tormenta de ondas facilita el bienestar, el goce en la comida y el deleite en la acción para perpetuar la especie. Los machos sanos y fuertes que diseminan sus genes al fecundar a hembras jóvenes y fértiles lo hacen en busca de placer, no de descendencia. Si la alimentación o el sexo no estuvieran acompañados de satisfacciones, a los machos sanos y fuertes, y también a los otros, les traería al fresco comer o reproducirse. Y desaparecerían especies. Eso le está sucediendo al oso panda que no come más hoja que la del bambú, y solo de tarde en tarde, cada vez menos, goza en sus encuentros con las hembras.

Ahora que se comprende la química del cerebro y se desarrollan tratamientos podemos construir un mundo mucho más feliz en el que nadie sienta envidia ni otras alteraciones distintas a una aceptación incondicional de los recursos.

La fluoxetina, la sertralina, la venlafaxina o la duloxetina elevan los niveles de serotonina y otorgan bienestar. Habría que darles un surtido a esos políticos bulliciosos para que repartan bondad con sus palabras. La gente feliz tiene equilibrio neuronal, la irritada es incapaz de apreciar los regalos que el mundo pone a sus pies. Si diéramos la correcta dosis a los hombres y mujeres del planeta dejaríamos de estar amenazados por guerras, atentados, terror y otras miserias. Y acabaríamos con esa plaga de desequilibrados tan empeñados en fastidiar a los pacíficos. Será una tontería, pero agrada pensar que existe esa posibilidad.

La gente muy feliz sabe que no puede mostrarlo para que la envidia no destroce el bienestar. Mejor fingir un dolor de hígado o una molestia en la rodilla. A la gente, por lo general, no le gusta conocer personas dichosas. Tolstoi parecía que iba a dejarlo fácil cuando escribió que “la suprema felicidad de la vida es saber que eres amado por ti mismo” pero complicó todo al añadir: “o, más exactamente, a pesar de ti mismo”.

Me uno mientras tanto a la España indignada, a la que sufre las insidias de quienes, desde su acomodo, ajustan la realidad a sus deseos sin importarle lo que incida destructivamente en los otros.

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