Tom Burns Marañón acaba de publicar un libro que analiza el fracaso del bipartidismo en España e indaga sobre el futuro de nuestro país. El título de la obra, Entre el ruido y la furia, es sugerente y describe perfectamente la paradójica situación que vivimos actualmente los españoles: un crecimiento económico muy alto que se traduce en la creación de medio millón de empleos al año -precarios, sí, mal pagados muchos, pero mejores que el paro-, mientras la Nación se ve amenazada de disolución y el sistema político agoniza con un largo y desesperante estertor. Hay que imaginar cuál sería nuestra posición en el mundo si contásemos en esta etapa de recuperación material con instituciones sólidas, una estructura territorial eficiente, una clase política competente y honrada y el golpe de los separatistas catalanes no existiese. Sin duda, encabezaríamos la liga de campeones de la prosperidad y la estabilidad europeas y seríamos un referente admirado y envidiado en vez de un equipo de segunda división en el que se ceban árbitros alemanes de tercera regional.
¿Cuál sería nuestra posición en el mundo si contásemos con instituciones sólidas, una estructura territorial eficiente, una clase política competente y honrada y el golpe de los separatistas catalanes no existiese?
Íñigo Errejón, ese conspirador amateur, definió una vez su proyecto político como la lucha "de los de abajo contra los de arriba". Se equivocó, como en casi todos sus diagnósticos, porque no conoce la vida real, entre otras cosas porque nunca ha trabajado en nada que crease un mínimo valor añadido. El combate significativo en la sociedad española de hoy no se desarrolla en una obsoleta confrontación de clases, sino entre los sectores productivos, profesionales, empresarios, autónomos, artistas, investigadores, funcionarios eficaces y diligentes, y unos políticos que se dedican en su inmensa mayoría a generar problemas innecesarios, a perder el tiempo en sus mezquinas maniobras partidistas y a gastar sin ton ni son en idioteces que no aportan beneficio alguno. Si se piensa que estamos pagando un sustancioso sueldo a un prófugo de la justicia que también ha falseado su currículo -uno más- y que dedica todo su tiempo y esfuerzo a arruinar y desprestigiar al Estado que le transfiere puntualmente su nómina, hemos de pellizcarnos para comprobar si estamos despiertos o sufriendo una pesadilla dantesca.
Aunque las encuestas predicen un parlamento fragmentado como el actual, pero con un orden distinto de los cuatro grupos principales en el que el ahora cuarto pasaría a primero, el primero a tercero y el tercero a cuarto, y donde serían posibles tanto una mayoría de centro-derecha como de centro-izquierda con Albert Rivera como fulcro de la palanca y presidente de Gobierno, los acontecimientos discurren a tal velocidad que no se puede descartar un corrimiento de tierras mucho más acentuado, con la práctica desaparición del Partido Popular y su sustitución por Ciudadanos como representante genuino de los millones de españoles que quieren libertad, orden, seguridad, unidad nacional, integración europea y una Administración eficiente y no invasiva. Tampoco es a estas alturas una quimera que aparezca por primera vez desde la Transición en el arco parlamentario español un pequeño espacio de centro-derecha populista, ultranacionalista y anti-Bruselas al estilo de Le Pen en Francia o de Wilders en Holanda. En momentos en los que se baraja como opción perfectamente plausible que el candidato de Ciudadanos a la Alcaldía de Barcelona sea el exprimer ministro francés de origen catalán Manuel Valls, no cabe duda que vivimos tiempos de cambio acelerado con una multiplicación de posibilidades imaginativas. En una nueva dimensión transnacional de la política europea, la idea de importar figuras públicas prestigiosas de otro Estado-Miembro es, aparte de muy atractiva por lo original, una excelente vacuna contra el particularísimo divisivo y excluyente que nos amenaza tanto a nivel nacional como comunitario.
Son indispensables reformas institucionales profundas que afecten a la ley electoral, a la estructura territorial del Estado, a la educación y al modelo productivo
La pujanza que España está demostrando en el plano económico indica que tenemos un futuro brillante si conseguimos que nuestros representantes públicos y nuestros gobernantes, en vez de presentar un nivel medio netamente inferior al de la ciudadanía a la que administran, se pongan simplemente a la altura de sus compatriotas. Para que nuestros mecanismos de selección de élites políticas sitúen a los mejores en los lugares de máxima responsabilidad y no, como ha venido sucediendo, a lo peor de cada casa, son indispensables reformas institucionales profundas que afecten a la ley electoral, a la estructura territorial del Estado, a la educación y al modelo productivo. Si el Gobierno y la mayoría parlamentaria que surja de las próximas elecciones generales se pone sin desmayo y con determinación a esta tarea indispensable, el ruido y la furia que tan acertadamente describe Tom Burns Marañón en su último libro podrán transformarse felizmente en paz y armonía para el bien de todos los españoles y muy especialmente de los que padecen mayor vulnerabilidad.
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