Ocurrió con el brexit, después con la pandemia y ahora con la ofensiva de Rusia sobre Ucrania: la Unión Europea se crece en las situaciones de crisis. En efecto, el bloque comunitario está demostrando, incluidos los países más próximos a Moscú, una reacción contundente ante el régimen de Vladimir Putin. No en vano apoyar a Ucrania —admirable el coraje patriótico de sus ciudadanos— equivale a defender el modelo político europeo, basado en la libertad, la democracia, el respeto de los derechos humanos y el sometimiento a la legalidad internacional.
En los últimos días, los Veintisiete han aprobado un amplio paquete de sanciones contra Rusia —incluido el aislamiento internacional de varias entidades financieras—, han acordado la compra de material militar con cargo al presupuesto comunitario para ayudar a la resistencia ucraniana, han abierto las puertas a la acogida temporal de refugiados ucranianos y han bloqueado medios de comunicación rusos para conjurar posibles estrategias de desinformación en suelo europeo. En fin, una serie de medidas que habrían resultado impensables hace tan solo unos meses.
No obstante lo anterior, debemos ser conscientes de que Europa presenta un alto grado de dependencia de Rusia en materia energética y de que las sanciones contra Moscú tendrán un impacto directo, en primer lugar, sobre nuestras empresas y, en último término, sobre todos los consumidores. La inflación de la eurozona se disparó el mes pasado hasta el 5,8%, con la energía como principal factor en el aumento de los precios, y todo hace pensar que continuará al alza en los próximos meses.
De esta crisis es previsible que salga una Europa más fuerte y cohesionada. Países como Suiza y Finlandia han abandonado su neutralidad habitual: mientras Berna se sumaba a las sanciones impuestas por la Unión Europea contra Moscú, Helsinki ha reivindicado su derecho a ingresar en la Alianza Atlántica. Asimismo, se puede calificar de histórico el anuncio de Alemania de aumentar la inversión anual en defensa por encima del 2% del PIB (producto interior bruto).
Debemos ser conscientes de que Europa presenta un alto grado de dependencia de Rusia en materia energética y de que las sanciones contra Moscú tendrán un impacto directo
España no mantiene una relación comercial particularmente estrecha con Rusia y Ucrania. Rusia es el 21.º destino de nuestras exportaciones de bienes y el 14.º proveedor, mientras que Ucrania es el 49.º cliente y el 39.º suministrador. La balanza comercial es deficitaria con ambos países, de los que importamos fundamentalmente productos energéticos y materias primas.
En cuanto a la inversión extranjera directa, Rusia y Ucrania representan menos del 0,25% del total de la inversión española en el mundo, según los últimos datos de la Secretaría de Estado de Comercio. Sin embargo, no se puede desdeñar el número de empresas españolas que están implantadas en ambos países. Por ejemplo, Zara cuenta con 521 locales en el mercado ruso y con 72 tiendas en Ucrania.
A nadie se le escapa que la guerra en este país sorprende a España con un cuadro macroeconómico débil. Nuestro país se ha quedado rezagado en la recuperación de los niveles prepandemia de PIB, por no hablar de la inflación (en el 7,4%, una cota que no se alcanzaba desde 1989) o de la deuda pública (que supera ya el 120% del PIB). Si el Gobierno no toma decisiones en el corto plazo para revertir la situación, nos encaminaremos hacia un escenario de crisis económica que podría prolongarse durante cuatro o cinco años.
Según ha anunciado el presidente Sánchez, el Ejecutivo está preparando un plan nacional de respuesta al impacto de la guerra. Sería una buena ocasión para que aprobara medidas de contención del gasto público y de estímulo a la competitividad internacional de nuestras empresas. Lo último que necesita España en las actuales circunstancias es una subida fiscal.
A nadie se le escapa que la guerra en este país sorprende a España con un cuadro macroeconómico débil. Nuestro país se ha quedado rezagado en la recuperación de los niveles prepandemia de PIB
Y si nuestra coyuntura económica no es precisamente halagüeña, nuestra relevancia como actor político en el concierto internacional no atraviesa tampoco por sus mejores momentos. Como vecino de Marruecos y Argelia, España podría desempeñar un papel importante en la reconfiguración del suministro energético europeo. Pues bien, Argel está dispuesto a ofrecer más gas a Europa a través del gasoducto con Italia, y no a través de los dos gasoductos que mantiene con la península ibérica.
Es en las situaciones de crisis cuando se pone a prueba el peso internacional de una nación, y en contra de los intereses de España juega la imagen de división que transmite nuestro Gobierno con respecto a la invasión de Ucrania. España es el único país de Europa con ministros de filiación comunista y, ciertamente, Unidas Podemos actúa como si no fuera consciente de la responsabilidad que le corresponde a España como socio de la Unión Europea y de la OTAN.
Ucrania representa un hito más en el declive de Unidas Podemos, abocado ya a la desaparición, mientras que refuerza el perfil institucional de los partidos de inequívocas credenciales europeístas.
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