Opinión

Espías e independencia del poder político

Ben McIntyre, en su entretenidísimo libro “The Spy and the Traitor” (aún sin edición en castellano) explica una anécdota fascinante del espionaje británico en los tiempos de la guerra fría.

Ben McIntyre, en su entretenidísimo libro “The Spy and the Traitor” (aún sin edición en castellano) explica una anécdota fascinante del espionaje británico en los tiempos de la guerra fría. En 1982 el MI6 había conseguido reclutar a Oleg Gordievsky, un espía del KGB en la embajada soviética en Londres, para que trabajara como agente doble. Gracias a ello, los servicios de inteligencia británicos obtuvieron una cantidad excepcional de secretos de sus adversarios comunistas, desde procedimientos, funcionamiento interno, tácticas y métodos de espionaje a información detallada sobre la red de espionaje del KGB en occidente.

De todos los secretos que ofreció Gordievsky al MI6, hubo uno políticamente explosivo: Michael Foot, el líder del partido laborista británico y candidato a primer ministro, había recibido dinero del KGB a cambio de información durante décadas. Los pagos empezaron a finales de los años cuarenta, cuando sólo era un prometedor diputado y editor de Tribune, una revista de izquierdas. Según los archivos del KGB, Foot aceptó dinero y cenas a cambio de tener largas conversaciones con el personal de la embajada para hablar de política, que le dieran ideas para artículos, y chismorrear sobre las batallas internas del Partido Laborista. Los soviéticos nunca llegaron a convertirle en un agente propio, y Foot nunca pareció acabar de entender que estaba hablando con agentes del KGB. No hubo revelación de secretos, en parte porque por aquel entonces era un diputado raso. Las conversaciones y los pagos sólo se interrumpieron en 1968, tras la primavera de Praga; Foot la consideró indignante, y dejó de hablar con ellos.

Los líderes del MI5 y MI6, al recibir esta información, se enfrentaron a un dilema importante. Aunque nadie en los servicios de inteligencia creía que Foot había sido un espía soviético, era obvio que si la información se hacía pública iba a provocar un terremoto. Por mucho que los pagos hubieran cesado más de una década atrás y que el líder laborista probablemente no fuera consciente que le estaban utilizando, si salían a la luz podían volar el Partido Laborista por los aires. A su vez, revelar este secreto destruiría la reputación de neutralidad de los servicios de inteligencia, y les colocaría en medio de una colosal polémica, algo que querían evitar a toda costa.

La Rusia de Putin o la Turquía de Erdogan son formalmente democracias, pero sus dirigentes tienen acceso a todo el poder de la burocracia estatal para aplastar disidentes

John Jones, el entonces director del MI5, tomó la decisión de pasar la información a Sir Robert Armstrong, secretario de gabinete de Margaret Thatcher y el funcionario de más rango del Reino Unido. Sir Robert cogió el fichero, lo leyó, llamó al director del MI5 para confirmar que lo había entendido, y decidió que no le iba a decir absolutamente nada a Thatcher o a nadie de su gobierno sobre el tema. La administración británica es neutral y no se mete en política, y si hay que suprimir la información de que el líder de la oposición estaba a sueldo de Moscú, se hace y punto. El MI6, mientras tanto, estableció internamente que si Foot ganaba las elecciones se informaría a la reina antes de la investidura, pero no irían más allá.

El problema de Michael Foot se solucionó solo el año siguiente, cuando los laboristas sufrieron la peor derrota electoral de su historia tras una espantosa campaña electoral. La historia, sin embargo, es un ejemplo extraordinario de la importancia de construir una administración pública realmente independiente, y sobre cómo muchas funciones del Estado deben estar estrictamente aisladas del poder político.

La estructura burocrática de un Estado moderno, con sus servicios de inteligencia, policía, agencia tributaria, registros y bases de datos es una fuente de poder inmensa. Un gobierno con una administración competente detrás puede hacer la vida completamente imposible a un particular, empresa u organización que les caiga mal. Esas instituciones, utilizadas para manipular el sistema político, pueden hacer a la oposición completamente inoperante. La Rusia de Putin o la Turquía de Erdogan son formalmente democracias en muchos aspectos; lo único que las distingue del Reino Unido, España o Alemania es que sus dirigentes tienen acceso a todo el poder de la burocracia estatal para aplastar disidentes.

Es por este motivo que, de todos los escándalos de corrupción recientes en España, el caso Villarejo creo que es al que deberíamos prestarle mayor atención. Obviamente el comisario ahora encarcelado no era más que un pelagatos de tercera comparado con Putin, y el riesgo de que utilizara su poder para nada realmente aterrador era minúsculo. Aún así, su mera existencia dentro de la Administración, y el hecho que fuera contratado repetidamente por algunos dirigentes políticos, es señal de que el muro de separación entre el poder del Estado y los cargos electos en España no es lo suficiente alto ni lo bastante fuerte.

En España sigue habiendo demasiados hombres de partido en las cercanías de las palancas que manejan policía, impuestos y regulación de mercados como para que podamos vivir tranquilos

Hasta ahora, el sistema judicial y la misma Administración han reaccionado con contundencia a estos intentos ocasionales de políticos de utilizar el Estado a su favor. Lo vimos con el GAL y lo estamos viendo con Villarejo, pero no es suficiente. La Administración española es, en muchos aspectos, una maquinaria efectiva, competente y capaz de gestionar y resolver problemas complejos. Es también un sistema excesivamente colonizado por cargos de designación directa, con demasiados políticos en puestos de responsabilidad, y demasiados hombres de partido demasiado cerca de las palancas que manejan policía, impuestos y la regulación de mercados como para que podamos vivir tranquilos.

La politización de la Administración no sólo es mala para el funcionamiento efectivo de la burocracia, que a menudo ve como políticos se meten a tomar decisiones técnicas donde no les llaman (véase: toda la planificación de infraestructuras), sino que es potencialmente peligroso, ya que abre la puerta a abusos de poder. En España hemos tenido suerte hasta ahora que nuestros ministros y presidentes han sido lo suficiente honestos (o lo suficiente bobos) como para no pasarse de la raya, pero eso no basta. Deberíamos tomarnos muy, muy en serio la necesidad de profesionalizar la administración de veras, y reforzar su independencia.

Una nota final: leyendo sobre Foot, el KGB y el MI6, no he podido ver ecos de las elecciones presidenciales del 2016, con Rusia y el FBI de fondo. Dudo mucho que James Comey se estuviera enfrentando a un dilema similar, pero da escalofríos pensarlo.

Al fin y al cabo, Comey creía que Trump iba a perder las elecciones.

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