Los mentideros de la Villa y Corte han hervido estos días pasados con los rumores de que se iba a producir de forma inminente un cambio de Gobierno. Las especulaciones sobre los motivos, el momento, los que saldrían, los que entrarían, el número de carteras, los incinerados, los simplemente quemados, los reforzados, el número de departamentos que conservaría Podemos, han dado mucho juego a comentaristas, analistas y enterados. En fin, una forma como otra de distraerse de las innumerables y graves desgracias que nos afligen, el caos pandémico, la deuda galopante, la humillación constante de las víctimas del terrorismo, la deuda desbocada, el perdón a los golpistas catalanes e Irene Montero, por citar sólo algunas de especial relieve.
Se ha dicho que el actual Gabinete ha sufrido un fuerte desgaste tras enfrentarse a problemas muy serios en los más diversos órdenes, problemas ante los cuales o bien se ha inhibido o ha demostrado una incompetencia manifiesta y que, por tanto, una vez encarrilada la vacunación masiva, la economía de nuevo en marcha, aunque renqueante, y promulgados los indultos a los sediciosos, la ocasión será obligada para llevar a cabo una remodelación, eso que los británicos llaman en palabra muy expresiva, un reshuffle. Sin embargo, somos bastantes los que coincidimos en que lo que España necesita en las circunstancias actuales, por encima de todo, no es un cambio de Gobierno, sino un Gobierno. Se dirá que ya tiene uno y que esta afirmación resulta absurda. Pues no, Italia tiene un Gobierno, Portugal tiene un Gobierno, Grecia tiene un Gobierno. pero España, por mucho que se exhiba un jefe del Ejecutivo que no cesa de hablar en la televisión, viajar a exóticos países y actuar en sesiones parlamentarias con prolija abundancia y cuente con una larga retahíla de ministros, algunos visibles y otros intuidos, que elaboran proyectos de ley, hacen declaraciones y re rodean de un ejército de asesores, carece de tal institución del Estado. Somos, en este aspecto, un país acéfalo, o sea, un pollo que corretea agonizante sin cabeza.
Los casos europeos
Lo que disfrutan Portugal, Italia y Grecia, ciñéndonos a naciones comparables a la nuestra en el Mediterráneo, es de un poder ejecutivo con un político sólido, bragado y con experiencia al frente y una cantidad razonable de ministros entre los que abundan las trayectorias previas fecundas, un buen bagaje intelectual y una probada capacidad de gestión de asuntos de envergadura, ya sea en el sector privado como en el público. La simple comparación de la altura media de los curricula de los integrantes de los gobiernos citados con el tropel desordenado que trota tras Pedro Sánchez, produce rubor en cualquier español con un mínimo de criterio. Si un Gobierno es un órgano colegiado dotado de coherencia ideológica y programática y de unidad de propósito, sea homogéneo o de coalición, entonces nuestros socios comunitarios meridionales aludidos están en condiciones de sentirse poseedores de tal instrumento y nosotros, por desgracia, no. Y eso por no mencionar que los tres gobiernos referidos son de colores políticos distintos, cubriendo desde la izquierda sensata -otro don que no nos ha sido concedido- al centro-derecha eficaz -qué envidia- pasando por el centro -en nuestros lares, vacío cósmico-.
A partir de lo expuesto, lo que haría un gobernante sensato, y no el maniquí de ventrílocuo que habita La Moncloa, habida cuenta de que su partido cuenta con una mayoría frágil, inestable y contradictoria en el Congreso, es constituir un gobierno de unidad nacional llamando a la principal fuerza de la oposición a juntar esfuerzos para sacar España adelante mediante una agenda de reformas estructurales ambiciosa y prudente que, en línea con lo recomendado por la Unión Europea, corrigiese los abundantes desequilibrios y deficiencias de nuestros entramados institucional, productivo y educativo. Por supuesto, no hará nada de esto, sino que alumbrará otro monstruo, quizá de tamaño algo menos voluminoso, pero con idéntica tara intrínseca que el actual, que consiste en compartir consejo de ministros con gentes dogmáticas y sectarias, alimentadas por el rencor, el revisionismo y la frustración y vistas con recelo cuando no con rechazo por nuestros principales aliados.
El desprecio de Biden
Se ha comentado la despectiva indiferencia con la que somos tratados por la Administración Biden y por el mismo presidente de los Estados Unidos, que ha llamado ya por teléfono o se ha visto con casi todos los que son alguien en la escena internacional, menos con Pedro Sánchez. Hemos llegado a un punto en que la primera democracia del planeta considera a Marruecos un amigo más fiable que España ¿Cómo no van a ignorarnos, a despreciarnos incluso, si nuestro Gobierno se apuntala sobre un conjunto inquietante de grupos radicales cuyo objetivo es la desaparición de España como hogar y techo, sostenidos por una historia multisecular, de ciudadanos libres e iguales?
Repito, no requerimos un cambio de gobierno, sino un gobierno con cara y ojos para respetarnos a nosotros mismos y ser respetados por los demás.
Apoya TU periodismo independiente y crítico
Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación