Cuando el cielo se desploma y la tierra tiembla, no hay tiempo para improvisaciones. España se enfrenta a una realidad cada vez más turbulenta donde los denominados "eventos excepcionales" se han convertido en el pan de cada día. La reciente DANA que azotó Valencia ha vuelto a poner sobre la mesa una pregunta incómoda: ¿estamos realmente preparados?
Las imágenes de voluntarios retirando escombros y la creación espontánea de plataformas como 'ajudadana.es' demuestran que el corazón de España late con fuerza. La solidaridad es admirable, pero no puede ser nuestra única red de seguridad frente a un número creciente de catástrofes naturales. Como reza el viejo adagio, gobernar es prever.
Los expertos lo tienen claro: necesitamos un plan de catástrofes que funcione como un reloj suizo. El primer paso es mirar de frente al enemigo. No podemos seguir tratando las catástrofes como si fueran visitas inesperadas. Los datos del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC en inglés) están ahí: los eventos extremos están aumentando en frecuencia e intensidad debido al calentamiento global. Y según el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, altas temperaturas en el aire y los océanos generan mayores tasas de evaporación, lo que incrementa la humedad y, en consecuencia, episodios de lluvias torrenciales. Estos patrones climáticos no sólo son devastadores para la infraestructura, sino que también generan un coste humano y económico inaceptable.
En el caso de Valencia, las precipitaciones intensas no sólo inundaron zonas urbanas, sino que también colapsaron infraestructuras críticas y dejaron a comunidades enteras vulnerables. Ante este escenario, la pregunta clave no es si ocurrirá otra catástrofe, sino cuándo, y si estaremos preparados para afrontarla.
Los Tres Pilares de un Plan de Catástrofes eficaz
Un plan de respuesta ante emergencias debe asentarse en tres pilares fundamentales: análisis de riesgos, mitigación estructurada y evaluación continua.
- Análisis de Riesgos Exhaustivo
Según los expertos, las inundaciones repentinas figuran entre las catástrofes naturales más mortíferas del mundo, con más de 5.000 víctimas mortales al año. Sus repercusiones sociales, económicas y medioambientales son considerables. Las inundaciones repentinas, que representan aproximadamente el 85% de los casos de inundación, también tienen la tasa de mortalidad más alta entre las diferentes clases de inundaciones, incluidas las fluviales y las costeras. Este primer pilar del análisis debe identificar las amenazas específicas de cada región, como seísmos, inundaciones y huracanes, y evaluar la vulnerabilidad de infraestructuras vitales —carreteras, sistemas de comunicación y edificios—, cuyo colapso complicaría tanto la vida cotidiana como la recuperación post-desastre. Así, se debe priorizar cada amenaza según su probabilidad e impacto, lo que permitirá diseñar un plan de acción enfocado y efectivo. Respecto a las inundaciones repentinas, como la DANA en Valencia, cabe resaltar que en las últimas décadas, la tendencia de los daños causados por las inundaciones ha crecido exponencialmente. Esto es consecuencia de la creciente frecuencia de las precipitaciones intensas, una mayor urbanización del suelo en la parte alta de las cuencas y una concentración cada vez mayor de población y bienes en zonas propensas a las inundaciones.
- Sistemas de Mitigación y Respuesta
Mitigar los riesgos requiere un plan de respuesta serio y estructurado. Los controles deben incluir sistemas de alarma y notificación eficientes, como sirenas, radios y aplicaciones de alerta, que avisen rápidamente a la población. Las rutas de evacuación seguras y los puntos de encuentro deben estar claramente señalizados y ser accesibles para todos, mientras que los recursos esenciales, como agua, alimentos y medicinas, deben almacenarse y distribuirse de manera organizada en caso de emergencia. Las infraestructuras críticas, como hospitales y plantas eléctricas, deben ser protegidas para evitar mayores colapsos durante una emergencia.
Además, espacios alternativos como estadios y gimnasios pueden adaptarse como centros temporales de atención médica y albergue para afectados. La anticipación es clave: los recursos deben estar listos para ser desplegados antes de que se intensifiquen las consecuencias de una catástrofe.
- Evaluación y Mejora Continua
Cada simulacro y emergencia real ofrece una oportunidad para aprender y ajustar las estrategias. La documentación detallada de incidentes permite identificar áreas de mejora y optimizar la eficacia de los planes a lo largo del tiempo.
Tecnología y Coordinación, dos áreas de mejora
La tecnología desempeña un papel crucial en la gestión de catástrofes. Sin embargo, en ciudades como Paiporta y Alfafar, la falta de sensores IoT o drones para monitorear zonas de alto riesgo refleja una carencia importante. Según la ONU, sistemas de alerta temprana, como los recomendados en la iniciativa “Alertas Tempranas para Todos”, pueden salvar vidas y reducir pérdidas económicas. Según la ONU, los sistemas de alerta temprana no son un lujo, sino una herramienta rentable que salva vidas, reduce las pérdidas económicas y proporciona un retorno de la inversión casi diez veces superior. Es hora que España haga suyas las recomendaciones de esta iniciativa.
Pero la mejor tecnología vale poco sin una coordinación eficaz. La falta de comunicación efectiva entre niveles municipales, autonómicos y estatales complicó la respuesta inicial en Valencia. Es fundamental que un Comité de Emergencia actúe como núcleo organizador para garantizar que cada entidad sepa cómo y cuándo actuar. Además, los protocolos de comunicación deben estar claros y rápidos; cualquier retraso en transmitir información crítica puede costar vidas. ¿Cómo calificar las trece horas que se tardó en retransmitir la difusión de la alerta roja que lanzó la AEMET a las 7:00 de la mañana el día del drama y que fue retransmitido en los móviles de la población sobre las 20:00 de la tarde?
Más Allá del Desastre: La Recuperación
Por último, un plan de catástrofes robusto contemplará también el día de después. Porque cuando las aguas se retiran o el fuego se apaga, comienza otra batalla igual de importante: la recuperación. Los ejemplos internacionales son fuente de inspiración. Tokio con su infraestructura antisísmica avanzada, Rotterdam que utiliza plazas urbanas como sistemas de drenaje naturales, y Wellington con centros comunitarios autosuficientes, son ejemplos de cómo adaptar la planificación al contexto local para minimizar daños y acelerar la recuperación. Empresarios y economistas valoran la rapidez con la que se han dispuesto medidas financieras de choque para apoyar la reconstrucción, pero la reconstrucción de zonas afectadas exige recursos financieros sustanciales. Expertos sugieren un enfoque similar al "Plan Marshall", con fondos plurianuales destinados a revitalizar el tejido social e industrial de las regiones dañadas.
En materia de recuperación, no sólo hay que reconstruir edificios, sino también ánimos: en Valencia, la Generalitat ha implementado programas de asistencia psicológica gratuita para ayudar a las víctimas a lidiar con el impacto emocional de la DANA.
Conclusión
La DANA en Valencia ha dejado claro que el tiempo para improvisaciones ha terminado. España necesita un enfoque integral y proactivo para enfrentar los desafíos climáticos. Los planes de catástrofe no sólo deben ser detallados y prácticos, sino que también deben adaptarse continuamente a un entorno en constante cambio.
Como dijo un sabio, “la mejor improvisación es la que se prepara”. En este sentido, invertir en planificación y prevención no es sólo una necesidad, sino una obligación moral y estratégica para proteger a las generaciones presentes y futuras.
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