En los últimos años, el ministro de Cultura Ernest Urtasun ha puesto de moda la expresión ‘descolonizar los museos’, que alude a la necesidad de que España abandone la mentalidad imperial a la hora de presentar sus colecciones de arte. La petición resulta desconcertante, ya que todo el discurso que maneja Urtasun es una papilla del pensamiento ‘woke’ que domina las universidades más pijas de Estados Unidos, ahora mismo el mayor imperio del planeta (si bien es cierto que declinante). Quizá el primero que debe descolonizarse sea él mismo. En realidad, el problema de España es justamente el contrario: no que vayamos por el mundo con mentalidad de conquistadores, sino que vivimos arrugados frente países como Estados Unidos y Alemania, además de ante organismos internacionales como la Unión Europea, la Organización de Naciones Unidas y la OTAN. No debemos descolonizar nuestra mirada, sino recuperar los principios de un país soberano.
Por desgracia, estamos ante un complejo de inferioridad transversal, que afecta igual al PSOE y al Partido Popular. Intentaré ilustrarlo con un par de ejemplos, entre los miles que se podrían escoger. En noviembre del año pasado, el PSOE compartió un tuit muy comentado que decía “Para el PP de Madrid, España se rompe, es una dictadura y no hay seguridad jurídica. Deberían explicárselo al mayor fondo privado internacional de inversiones”. Se adjuntaba un enlace de prensa que explicaba que un empresa propiedad del fondo de inversión Blackrock había hecho una oferta de 205 millones de euros por un un edifico en la calle María de Molina (Madrid). Y que pensaba hacerse con más edificios emblemátcos españoles. ¿Tiene sentido presumir de que estás vendiendo el parque inmobiliario de tu país y luego gimotear por el problema de la vivienda?
Reforma por la puerta de atrás
En todo caso, la sumisión del PSOE viene de mucho antes, por lo menos de cuando José Luis Rodríguez Zapatero aceptó reformar la Constitución Española en agosto de 2011, presionado por Ángela Merkel y Nicolás Sarkozy. El Partido Popular de Mariano Rajoy no se opuso, de hecho apoyó y celebró la reforma, que ellos habían sugerido semanas antes, pero que el PSOE rechazó hasta que se lo pidieron líderes internacionales. La sustancia de la reforma radicaba en consagrar por ley el equilibrio presupuestario, medida pensada para tranquilizar a los inversores, sobre todo a los fondos extranjeros. Aquello fue una cesión voluntaria de soberanía económica, con un artículo que supeditaba nuestra norma fundamental al Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea.
Como siempre, las soluciones siguen vivas en en el pueblo, por ejemplo en la alegría de Rodrigo y Morata, que celebraron la última Eurocopa al grito de “Gibraltar español”
En los últimos años, Isabel Díaz Ayuso ha hecho bandera del españolismo, con un discurso que no siempre se traduce al terreno material. En enero de 2023, anunció como una medida estrella una desgravación del 20% en el tramo autonómico para la inversión en la Comunidad de Madrid, desgravación exclusiva para aquellos que llevasen cinco años sin vivir en España. Aunque se aplica igualmente a extranjeros y españoles, resulta chocante que un madrileño que lleve un lustro sin vivir en la ciudad tenga más ventajas fiscales que quien sí ha estado presente en el territorio, pagando impuestos para mantener y mejorar la comunidad. ¿No sería mucho más sensato promulgar leyes que den preferencia a individuos y empresas radiacadas en España?
El problema no es solo económico, sino también cultural: el PP madrileño vive obsesionado con Inglaterra, como demuestran gestos tan excéntricos como dedicarle una plaza del centro a Margaret Thatcher o declarar tres días de luto oficial por la muerte de Isabel II, monarca de un país que tiene colonizado parte de nuestro territorio nacional. Como siempre, las soluciones siguen vivas en en el pueblo llano, por ejemplo la alegría de Rodrigo y Morata, que celebraron la última Eurocopa al grito de “Gibraltar español”. Cada vez que un medio nacional apela a The Economist, The Finacial Times o la Unión Europea como instancias de autoridad sobre la vida pública del país, estamos transmitiendo la idea de que necesitamos tutela externa -dudosa tutela externa- para autogobernarnos.
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