En 2018, Doris Kearns Goodwin, Premio Pulitzer por una de sus obras anteriores, publicó Leadership in turbulent times, un texto dedicado al estudio de las características y valores aplicados en el liderazgo ejercido por cuatro presidentes de Estados Unidos: Abraham Lincoln, Theodore Roosevelt, Franklin Delano Roosevelt y Lyndon Johnson. Todos ellos tuvieron el coraje de tomar, en tiempos turbulentos, decisiones duras –para su propia imagen y jugándose su futuro-, ya fuera para abolir la esclavitud –aun a riesgo de una guerra civil-, para reforzar el papel de su nación en el mundo, para superar una crisis económica de extraordinaria magnitud y ganar la guerra contra el nazismo, o para extender los derechos civiles a toda la población americana. (Existe traducción española de 2019, editada por el Grupo Nelson, Nashville, Tennesee).
En 2020, Joseph S. Nye, politólogo americano, experto en relaciones internacionales y miembro de la Kennedy School of Government, en la Universidad de Harvard, publicó Do morals matter?, o sea ¿Importa la moral? (no tengo noticia de traducción al castellano). En dicho texto analiza los criterios morales por los que se rigieron, durante sus respectivos mandatos, una amplia serie de Presidentes de EEUU, desde Franklin Roosevelt hasta Donald Trump. La conclusión final de esta obra es que en política, también en política, los criterios morales tienen mucha importancia. En su valoración, George Bush hijo y Donald Trump son los que salen peor parados.
En su obra, Joseph S. Nye afirma que los políticos pueden y deben ser juzgados moralmente, con base en tres criterios: el estudio de sus propósitos o ambiciones personales; el análisis de las decisiones políticas puestas en marcha; y la valoración de las consecuencias de las decisiones adoptadas. Y añade que “los políticos han de llegar a un compromiso entre el corazón y la cabeza, combinar intuición y prudencia y llegar a un equilibrio entre “ética de la convicción” y “ética de la responsabilidad”. El político también tiene que tener convicciones, para poder tomar decisiones con mayor responsabilidad.
En estos últimos meses y recientes años, en los que España –y no sólo España- está atravesando tiempos turbulentos me ha dado por repasar estos textos y hojear otros muchos: desde algunas de las Vidas Paralelas de Plutarco hasta las Leyendes de los dioses y los héroes romanos de Edwin Schalk; desde las Note sul Macchiavelli de Gramsci, hasta El arte de la guerra, de Sun Tzu; desde El liderazgo según los jesuitas, de Chris Lowney, hasta el Breviaire des politiciens, del Cardenal Mazzarino; desde El político y el científico, de Max Weber hasta El management de la Mafia, de Lee Walker… En fin, he procurado reafirmar algunos criterios sobre liderazgo y sobre las condiciones requeridas para liderar algo, por pequeño que sea, al servicio de cualquier colectivo.
Una buena parte de los actuales dirigentes de todo el espectro político de España no reúnen las condiciones básicas requeridas para dirigir nuestra Nación en ningún sentido favorable para todos los españoles
Pues bien: en estos momentos y tras el repaso de esas muy diversas fuentes de autoridad, estoy en condiciones de afirmar, con todos mis limitaciones y desde mi punto de vista, que una buena parte de los actuales dirigentes de todo el espectro político de España no reúnen las condiciones básicas requeridas para dirigir nuestra Nación en ningún sentido favorable para todos los españoles. Porque, según decía Gramsci, “la función de un partido político y de un dirigente es intentar dirigir al pueblo hacia un nuevo destino, siempre sobre la base de la búsqueda de los más amplios consensos”. “¿Dirigir al pueblo?” “Nuevo destino?” “Amplios consensos?”. En la España actual, nada de eso. Pues bien: Eso, precisamente eso, es lo que hicieron Lincoln y Churchill cuando asumieron las máximas responsabilidades en sus respectivos países en tiempos turbulentos: integraron a sus adversarios en sus respectivos gabinetes, para buscar los acuerdos más amplios posibles. El acuerdo entre dispares es una base fundamental para desarrollar una política para todo un pueblo.
Y lo que vemos en España es que –unos encerrados en su afán de supervivencia en el Gobierno de España; otros mirando únicamente a su propio y particular territorio y a su posición relativa en dicho particular territorio; y otros cuantos, en fin, dedicados a pregonar la “conquista de todos los cielos”- todos los dirigentes y los apoyos parlamentarios del actual Gobierno de España se creen los reyes de la baraja, todos defienden su propio perfil a ultranza y todos aspiran a dejar su particular cagadita de mosca en el libro de la Historia, aunque sea con base en cerrar alianzas pecaminosas con gente que “les quitaba el sueño” o haciendo concesiones impensables a atentadores contra el Estado de Derecho, contra la Constitución y contra la Historia real de España. Y todos, todos, dicen cualquier día una cosa como verdad eterna, y al día siguiente dicen la contraria. Y esperan que el tiempo borre la memoria de sus zascandileos.
La fullería y la trampa
Y no es únicamente que no sean comparables a los políticos o instituciones foráneas a los que me he referido más arriba. Es que no son comparables, ninguno en absoluto, con los personajes que, en un día no tan lejano, trajeron la democracia a España, y la integraron de pleno derecho en Europa y en el mundo occidental.
La soberbia y el engreimiento son malos consejeros. La fullería y la trampa siempre acaban siendo descubiertas. Y la desnudez del rey siempre termina siendo desvelada por algún alma inocente. ¿Habrá que esperar en la inocencia y en la sabiduría profunda del pueblo español –víctima final de esta situación- para acabar con estos tiempos turbulentos? Las elecciones de Galicia podrían ser un precedente…
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