El pasado dos de febrero, a la una de la tarde y siguiendo la iniciativa “Vamos a darles un toque”, en Gómara las campanas sonaron pidiendo la repoblación. Algunos vecinos se reunían a las 10.00 horas de la mañana en el único bar del pueblo, iluminado sólo por la poca luz que entraba por la fachada principal, orientada al norte. Seguro que a sus 317 habitantes los acompañó alguno de los 33 de Buberos, a solo 4.5 km. Los dos pueblos sumaban más de 1.300 vecinos en los años cuarenta, aunque ya sólo eran 850 en los ochenta y 500 hace veinte años.
Manifestaciones en las ciudades, tañer de las campanas en los pueblos de Soria, de Teruel, de Cuenca, de Palencia, de León y de tantas provincias, declaraciones de políticos, visitas esporádicas de redactores de TV desde la capital en sus vehículos diésel… todo nos recuerda que una parte de España se vacía. Que el éxodo desde el campo, donde la esperanza de vida es mayor, a las ciudades, parece acelerarse. Que el patrimonio histórico y social de nuestros pueblos se pierde para siempre. Pueblos en los que sólo viven los viejos, a los que, quizá, vuelvan sus hijos y nietos en vacaciones para decirles “qué bien se vive aquí” mientras apuran los días hasta el regreso a la ciudad. Más de 1.100 pueblos no tienen niños menores de 4 años. No nacen, no vienen, no hay.
No es una situación exclusiva de España, aunque, como es normal, lo que ocurre en casa sea lo que más nos preocupa. El mapa que mostramos debajo del alemán Federal Institute for Research on Building, Urban Affairs and Spatial Development (BBSR) muestral en azules las caídas de población entre 2001 y 2011, mientras que en rojo aparecen los incrementos. Llama la atención Irlanda, donde prácticamente sólo aparece este color, posiblemente derivado del retorno de miles de hijos de inmigrantes a la casa madre, apoyada en la extraordinaria recuperación económica de un país con el que compartíamos una renta per capita de 21.600 dólares hace veinte años y que hoy, gracias a sus agresivas políticas fiscales, la tiene 2.3 veces mayor (74.400 dólares frente a los 32.400 de España).
Más de 1.100 pueblos no tienen niños menores de 4 años. No nacen, no vienen, no hay
Sacar a Irlanda a relucir es recoger la clásica y displicente respuesta “No es comparable”, pero lo cierto es que somos pocos (por citar a algunos, Diego de la Cruz entre los periodistas y Daniel Lacalle entre los economistas) los que seguimos apostando por el modelo de competencia fiscal irlandés, que ha permitido revertir la destrucción de valor de las políticas fiscales socialdemócratas y lograr hacer de Irlanda la economía más dinámica de Europa, con una tasa de desempleo que compartíamos en el entorno del 16% en el año 91 y que hoy, treinta años después, hemos reducido hasta el 14.2% cuando ellos lo han llevado al 4.8%.
Todos los políticos tienen claro lo que hay que hacer. Todos los periodistas que pueblan las tertulias conocen la solución. Más hospitales, más infraestructuras, más banda ancha, más colegios, más industria. Más empleo, y de más calidad. Al añadir el calificativo, los sin duda bienintencionados políticos y tertulianos descartan, sin decirlo, el empleo en agricultura. Porque empleo, hay. Sólo hay que darse una vuelta un sábado al mediodía por el mercadillo de Tudela, en Navarra, para comprobar como cientos de árabes compran ropa y enseres, indicando cómo trabajo en el campo, efectivamente, hay. Es muy loable desear repoblar la España vaciada, pero son los propios españoles los que han decidido abandonarla, en busca de oportunidades que el campo no les da. Mientras, en el mercado de Tudela, sólo dos puestos abiertos ofrecen verdura local, mientras el centro del mismo lo ocupa una conocida cadena de supermercados.
A escasos kilómetros del centro de Tudela se encuentra el paraje de Las Bardenas Reales, nuestro pequeño Colorado. Casi 420 kilómetros cuadrados hectáreas de reserva de la biosfera que visitan menos de 70.000 personas al año; el parque del Gran Cañón, en los EEUU, goza de una protección similar. Con casi 5.000 kilómetros cuadrados, recibe alrededor de 6 millones de visitantes que pueden alojarse, no sólo en los alrededores, sino incluso en su interior.
Mucho más al sur, en Ciudad Real, las lagunas de Ruidera siguen siendo la mayor piscina natural de la Mancha, y una de las mayores de España. Los chiringuitos y las ruinas de antiguos hoteles y fondas se mezclan con las sombrillas de Mirinda y las neveras de los visitantes. La regulación ambiental es tan asfixiante que no hay permisos ni para revocar fachadas, mucho menos para plantearse algún tipo de alojamiento de calidad. Por supuesto, no faltan las administraciones organizándolo todo, apoyando las despoblación: la autoridad del Parque Nacional, la Confederación Hidrográfica del Guadiana, las Diputaciones de Ciudad Real y Albacete, los ayuntamientos de Ruidera, Argamasilla de Alba, Villahermosa y Ossa de Montiel; el ministerio de agricultura, el de industria y turismo, el de economía, la vicepresidencia de transición ecológica, las distintas consejerías de Castilla La Mancha (los ministrines, que le dicen los asturianos) y los múltiples organismos europeos que velan por nosotros. En 2018 recibieron a 605.000 visitantes.
En el centro de Croacia, el parque nacional de los lagos de Plitvice, reserva natural de la UNESCO desde 1979, recibían, mientras tanto, a 1,8 millones en el mismo año. Sendas adecuadas, guías, control de accesos, fauna salvaje protegida y miles de familias viviendo gracias a la riqueza generada, allí donde empezó la guerra de los Balcanes hace menos de treinta años. Para poner en contexto, España recibió la visita de 83,7 millones de turistas en 2018, más de cuatro veces los que recibió Croacia.
Que nadie piense que se trata de crear parques temáticos en zonas protegidas. De llenar de hoteles parajes naturales. Nadie, hoy en día, desea un desarrollo turístico a imitación del que tuvimos en los sesenta y setenta. Se trata, en cambio, de promover el empleo; de generar los imprescindibles incentivos económicos para que España no se vacíe. Porque da igual las subvenciones que enterremos en las zonas deprimidas. Si las personas no ven la forma de progresar, se van allí donde tengan oportunidades. Quizá nuestros políticos, que son los verdaderos responsables de haber vaciado el interior de España con unas regulaciones bulímicas que impiden la iniciativa privada, deberían darle una vuelta.
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