Opinión

España vuelve a la anormalidad

Estábamos tan convencidos, tan ufanos, los de la generación de la Transición de que no había vuelta atrás, que nos olvidamos de que los países, como las flores, hay que regarlos para que no mueran… y la España que hemos conocido va

  • Carles Puigdemont y Yolanda Díaz en Bruselas -

Estábamos tan convencidos, tan ufanos, los de la generación de la Transición de que no había vuelta atrás, que nos olvidamos de que los países, como las flores, hay que regarlos para que no mueran… y la España que hemos conocido va a requerir mucha agua, de la de beber y regar, y de la otra, de esa prosperidad material e inmaterial que hace avanzar a las naciones através de los siglos, si queremos seguir siendo lo que éramos apenas quince años atrás.

Nada me parece normal en este inicio del curso, comenzando por los episodios protagonizados en Sidney por un Luis Rubiales que seguía al frente de la Federación de Fútbol solo por el apoyo silencioso que le brindaba con la pinza en la nariz este Gobierno hasta que nos trajera el Mundial 2030: el beso propinado a la jugadora Jenny Hermoso tras la victoria, sí, pero sobre todo ese zafio, chusco, grosero agarrarse los genitales en el palco al final del partido ante el mundo entero, al lado de la Reina Letizia y la Infanta Sofía.

Tampoco es buena señal, todo lo contrario, que una de las Biblias del periodismo, The Washington Post, ese que se lee en cualquier despacho político y empresarial influyente del planeta, vea a España “rehén de una facción de extremistas regionales” (sic), a beneficio de los denodados intentos de Vladimir Putin por desestabilizar esta Europa en guerra contra él.

Peor señal aún es que Pedro Sánchez haya permitido a toda una vicepresidenta, Yolanda Díaz, ir a Bruselas a rendir pleitesía al huido Carles Puigdemont

Y peor señal aún es que, después de leer ese editorial, Pedro Sánchez haya permitido -ningún miembro de un gobierno coge un avión oficial sin conocimiento del presidente, creánme- a toda una vicepresidenta, Yolanda Díaz, ir a Bruselas a rendir pleitesía a la cabeza más visible de esos “extremistas regionales”, Carles Puigdemont, huido de la Justicia española desde hace casi seis años; es decir, el Gobierno belga, la UE entera de Helsinki a Gibraltar, The Washington Post, La Casa Blanca, Putin y el chino Xi Jing Ping están asistiendo a un estupefaciente intento por parte del Ejecutivo español por boicotear a su Tribunal Supremo, que ha pedido a Bélgica su entrega… todo por una investidura.

Por sí fuera poco, el partido ganador en las elecciones del 23 de julio, el PP, decidió hace días embarcarse también en una operación de “diálogo” con Junts per Catalunya, el partido del prófugo, dentro de su estrategia alejamiento progresivo de Vox, visto lo ocurrido en las urnas. Al final no habrá diálogo, anunció ayer Alberto Núñez Feijóo. Y yo me pregunto: Si Puigdemont no iba a apoyar su investidura el 27 de septiembre en ningún caso, ¿No podría haberse/habernos ahorrado el sonrojo?.

En definitiva, volvemos al trabajo este septiembre envueltos en la misma atmósfera de irrealidad, si no peor, en la que lo dejamos a finales de julio; una España que parece querer dar la razón a Ortega y Gasset cuando se quejaba amargamente a principios del siglo XX de que “aquí nadie está en su sitio”; Ni Rubiales comportándose en un palco, ni Sánchez impidiendo el escarnio de ver a una de sus vicepresidentas ir a Bruselas a pedir árnica parlamentaria…a un huido; ni Feijóo hablando a destiempo.

De momento, nos salva la economía por el turismo aunque, a tenor de la caída de producción industrial y algunas otras señales de alarma, como el aumento del paro en agosto, puede que por poco tiempo. No hay más que ver esa retirada de depósitos de los ahorradores por valor de 12.000 millones para hacer frente a las vacaciones y a la subida de los alimentos y la gasolina

De momento, nos salva la economía por el turismo aunque, a tenor de las cifras de producción industrial y algunas otras señales de alarma, como el aumento del paro en agosto, puede que por poco tiempo. No hay más que ver esa retirada de depósitos de los ahorradores por valor de 12.000 millones para hacer frente a las vacaciones y a la subida del precio de los alimentos y la gasolina.

El pasado agosto, mi compañera Bea Triguero publicaba una información que, les confieso, me costó creer al principio: las quiebras de empresas en España se han triplicado en cuatro años. Una situación alarmante que ha hecho que la última actualización del Ministerio de Trabajo con las empresas inscritas en la Seguridad Social arroja tres meses consecutivos de caídas, con 12.700 empresas menos en julio que en abril.

¿Cómo no pensar que España se encuentra atrapada en un interminable Día de la Marmota del que no logra salir, elección tras elección, mientras sus ciudadanos pasándolo mal o muy mal para llegar a fin de mes? ¿Por qué los partidos independentistas que, claramente, perdieron las elecciones generales el 23J, tienen hoy más poder e influencia en la investidura?

Demasiadas preguntas sin respuesta

¿Por qué los españoles tenemos que resignarnos a ver a nuestros políticos hablar de una supuesta Ley de Amnistía y de un referéndum de Autodeterminación en Cataluña -que mayoritariamente rechazamos-, en lugar de hacerlo sobre la carestía de la vida, del alza de las hipotecas, o de la aplicación de los fondos europeos en proyectos de innovación?

¿Por qué no se habla de la pérdida efectiva de un 17% de renta per cápita en España desde 2006 -una caída desde el 103% de la media UE a un 86%- que ha hecho que nos adelanten países como Chequia, Malta, Chipre y esté a pocos puntos de hacerlo por méritos propios Portugal, nuestro tradicional pariente pobre?

Demasiadas preguntas sin respuesta en esta España que se antoja de vuelta a la anormalidad histórica que durante muchos siglos fue y que muchos creímos erróneamente conjurada.

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