Cuando los Pasionaria y demás tropa comunista abandonaron España en 1939 se refugiaron bajo el ala de Stalin. El antifascismo había sido su excusa desde que así lo ordenara el dictador soviético en 1936. En su nombre mataron, torturaron y robaron, no solo a los fascistas, sino a cualquiera que no se identificara con la URSS.
Cuando les llegó la noticia de que Stalin había pactado con Hitler en agosto de 1939 el famoso acuerdo Ribbentrop-Molotov, alabaron el talento del “Padrecito”: era la hora de acabar con los socialdemócratas, a los que llamaron “socialfascistas”. Porque, como escribió Santiago Carrillo en 1948: “si lo ha hecho Stalin, bien hecho está”.
La violencia se justificaba si procedía del comunismo porque el receptor era “fascista”, “socialfascista”, “burgués”, o “imperialista”
La violencia se justificaba si procedía del comunismo porque el receptor era “fascista”, “socialfascista”, “burgués”, o “imperialista”, que era lo que Pasionaria decía sobre la Gran Bretaña bombardeada o la Francia ocupada por los nacionalsocialistas, aliados de los soviéticos en 1940.
La etiqueta se amplió cuando Hitler invadió el archipiélago gulag de Stalin, y más todavía cuando Moscú, a inicios de la Guerra Fría, ordenó a sus satélites políticos que llamaran “fascista” a todo aquel que no simpatizara con la causa comunista.
Qué fácil fue extender ese pensamiento condescendiente con el comunismo en el confortable Occidente desde la década de 1960. La conquista gramsciana de la cultura, los medios y la educación ha hecho que una idea liberticida y asesina como la comunista sea hoy día aceptada e incluso mostrada con orgullo. No solo se han celebrado los cien años del golpe de Estado bolchevique contra la República parlamentaria rusa, sino que, Alberto Garzón, uno de los líderes de Podemos tras purgar IU, pasea su comunismo por los platós de televisión y periódicos entre aplausos.
La conquista gramsciana de la cultura, los medios y la educación ha hecho que una idea liberticida y asesina como la comunista sea hoy día aceptada e incluso mostrada con orgullo
Esto es tolerable en democracia –justo al revés de lo que pasa en un régimen comunista-, pero no tanto la complicidad con el viejo mandato estalinista de llamar “nazi” o “fascista” a cualquiera que ose discutir o contradecir a uno de esos santos laicos de la extrema izquierda, o a sus aliados nacionalistas.
Esto encaja con el adoctrinamiento en el espíritu de los movimientos sociales y del activismo que han recibido las generaciones de las décadas de 1980 y 1990. Lo natural, creen, es ser “progresista”, lo que identifican con alguna opción de izquierdas fundada en el reparto de la riqueza y la lucha contra las desigualdades . La democracia, dicen, es eso: la igualación social.
A esto suman un mantra de la New Left: el multiculturalismo o, ya en su versión trotskista, el internacionalismo . No vale ya la integración institucional a través de mecanismos que reproducen el “heteropatriarcado capitalista”, sino que es preciso sumar a los inmigrantes a las “formas de lucha contra el Capital”.
El que niegue la bondad de este paradigma se convierte automáticamente en “fascista”, así como cualquier institución o Estado, como España y su gobierno, que no comulguen con ese “dogma emancipador”.
Ese izquierdismo considera que existe una “ violencia estructural”, la del sistema capitalista, a la que solo se puede contestar con violencia
Por supuesto, ese izquierdismo considera que existe una “ violencia estructural”, la del sistema capitalista, la de la persona buscando en la basura, la del desahucio, la del pensionista sin cobertura asistencial, la del “joven sin futuro”, la del “españolazo”, la del “heterosexual patriarcal”, a la que solo se puede contestar con violencia. Cualquier otra forma es “colaboracionismo”.
Esto artimaña les permite diferenciar los actos violentos legítimos de aquellos considerados repudiables porque tocan el sacrosanto paradigma izquierdista o el nacionalista. De esta manera, el acto violento se banaliza, la política se embrutece y las amenazas proliferan. “Iba provocando”, como se decía antes de las violadas con minifalda.
Lo mismo dicen del terrorismo islamista. Siempre encuentran una razón política o económica, cuando no la eximente locura del asesino. Trump cumple la ley que propuso Bill Clinton hace décadas para reconocer a Jerusalén como capital de Israel, y hay medios que justifican el “ Día de la Ira” contra los judíos como si el resto del año los terroristas palestinos celebraran el “Día del Amor”.
Esta vez, en Zaragoza, le ha tocado vivir esa violencia a un hombre que llevaba unos tirantes que no gustaron a uno de esos “hombres progresistas, justicieros y emancipadores”
Hay una izquierda que necesita construir un demonio que justifique su negocio político, como el de la Pasionaria tras 1939, ese discurso totalitario apoyado en una falsa amenaza para ejercer de comité de salud pública en las calles, en las instituciones y en los platós. Pero es algo que está en la conciencia actual de una parte de Occidente, y señaladamente en nuestro país.
Por eso no es raro leer en pintadas y carteles frases que rezan “Hetero muerto, abono pa’mi huerto”, o “Nazi muerto, punk contento”. Esta vez, en Zaragoza, le ha tocado vivir esa violencia a un hombre que llevaba unos tirantes que no gustaron a uno de esos “hombres progresistas, justicieros y emancipadores”.
Pero que no mientan: este asesino no es un “antisistema”, es hijo de él, de ese adoctrinamiento y complacencia. Seguro que, mientras lo mataba, pensó: “Español muerto, abono pa’mi huerto”.
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