Uno sería un necio sin remedio si no celebrara como es debido la actual ascensión de la mujer en nuestras sociedades y yo un merluzo sin remedio si no me sumara al homenaje que ese cambio merece aunque no fuera más que porque en mi familia nuclear, a aparte de mi nieto, no hay más que mujeres estupendas. Los machos contumaces que se resisten a este éxito de la evolución de nuestra especie –ya que no cabe referirse a las otras de que hablaba Darwin dado que éstas mantienen su funcionalidad originaria—no es que sean unos membrillos sino que ni siquiera se han enterado de la que está cayendo en un país en el que la mujer comparte derechos con el varón en régimen de igualdad, gana desde hace ya tiempo casi indefectiblemente el premio Planeta y la mayoría de los certámenes poéticos, asciende al generalato en el Ejército, supera a los hombres en el escalafón judicial o notarial y es mayoría en el Gobierno de la nación.
Todo lo cual no quiere decir que su papel sea inobjetable, como es natural, tratándose de la condición humana. Y si no, consideren el caso de las más encumbradas en el paraíso político que hoy cuenta, no con una, sino con tres Vicepresidentas, algo inimaginable hasta hace bien poco y no precisamente meritorias. El culto histórico a la mujer se ha volatilizado, sin embargo, de tal manera que María Pita sobrevive a duras penas en el callejero coruñés, Manuela Malasaña presta en Madrid su onomástica al noctódromo progre y ni Dios sabe ya dar noticia de Maruja Mallo, la novia secreta de Miguel Hernández. Con Franco no era así –“la mujer, la pata quebrada y en casa”, ya saben— ni antes ni después de conceder la Presidencia al almirante Carrero, el autor de libros sobre el Cristo de Lepanto e inventor de la “democracia subterránea”, al que sus asesinos etarras llamaban “el Ogro”. Y sin decir ni pío, ya digo. Un secretario suyo que conocí bien (R. de la R.) me confió en una ocasión que había días en que el Almirante despachaba sin abrir la boca. No sé si sería verdad o exageración.
Juzguen ustedes mismos a la vista de algunas de sus perlas oratorias: “autoridades y autoridadas”, “débiles y débilas”, “cuatro de cada cuatro personas de las que son doce…”, “los hombres de izquierda son un peñazo”
¿Y ahora, cómo navegan las vicepresidentas? Pues alguna, sin abrir la boca, otra exhibiendo maneras alocadas sobre una pésima retórica y, en fin, una tercera que pasará a la historia cimbreada por sus dichos y ocurrencias eventualmente adornados en su gallego natal. Me refiero a la señora Díaz, la Yolanda de todos los mentideros jocosos, cuya chispa y salidas circulan a tope en las llamadas redes sociales para solaz y regocijo de la fachosfera y desconcierto de la propia parroquia. Su ingenio sólo es comparable a su trompicada sintaxis por no hablar del raquítico trasfondo ideológico que ella exhibe más que con seguridad con una divertida audacia rayana siempre en el ridículo. Juzguen ustedes mismos a la vista de algunas de sus perlas oratorias: “autoridades y autoridadas”, “débiles y débilas”, “cuatro de cada cuatro personas de las que son doce…”, “los hombres de izquierda son un peñazo”, “los ricos y las ricas son conscientes de que nos vamos al carajo” y un inacabable etcétera.
¿Quieren más? Pues ahí va la más reciente: “Espartaco era un gran sindicalista”, acaba de afirmar sin despeinarse, pero a melenazo limpio, nuestra impresentable Vicepresidenta. Ni Marcelino Camacho ni Nicolás Redondo siquiera: el modelo reclamado por la memoria histórica es hoy ese Espartaco víctima de Craso del que cuentan y no acaban Apiano, Livio o Salustio pero al que el gran Plutarco le dedicó un elogio incomparable que nunca he olvidado: el de calificarlo de héroe culto y sagaz que más parecía griego que romano. No estoy seguro de que la Vice comprenda este último elogio pero ahí lo dejo.
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