Opinión

Esperando (sentado) las bondades del multipartidismo

De momento, la fragmentación política ha significado paralización, provisionalidad e incertidumbre y no han hecho acto de presencia ninguna de las virtudes que el fin del odioso bipartidismo nos iba a traer en forma de acuerdos entre diferentes

Hace pocos días, Albert Rivera recordaba en un foro económico lo rápidamente que ha cambiado la política española, que tiene ahora una diversidad de partidos políticos impensable hace solo 4 años, cuando los dos grandes copaban el 80% del voto. En su discurso Rivera se congratulaba de tal revolución pero, al escuchar sus razones, resultaba inevitable recordar lo que el presidente de Ciudadanos callaba: que justamente desde el momento en que se produjo ese cambio que tanto aplaude España ha dejado de tener Gobiernos con mayorías suficientes, aprobar presupuestos ha sido una agonía (cuando se ha podido) y las Cortes han parado casi por completo su labor de producción legislativa.

Así que, de momento, la fragmentación política ha significado paralización, provisionalidad e incertidumbre y no han hecho acto de presencia ninguna de las virtudes asombrosas e indiscutibles que el fin del odioso bipartidismo nos iba a traer en forma de acuerdos entre diferentes, de frescura política, de eliminación de rodillos parlamentarios e infames decretazos. Todo sigue muy parecido pero con una productividad parlamentaria prácticamente nula.

Más aún, los partidos, angustiados por la competencia de nuevos competidores dentro de su electorado y temerosos de fugas, se cierran ahora en banda, agitan las banderas ideológicas más clásicas, anatemizan a todos los demás, miran con recelo al discrepante interno y exigen una fidelidad ideológica que se entiende como monocultivo de apoyo al líder y poco más. Tanto toque a rebato explica en parte la rapidez con la que se ha deteriorado el concepto mismo de pacto político entre diferentes, que ha pasado, en nada de tiempo, de gran esperanza regeneradora a intolerable muestra de indignidad.

Más les vale a Rivera y los suyos empezar a interiorizar que no todo lo que rodea a Ciudadanos es necesariamente abominable

Y no deja de resultar chocante que sea precisamente el partido de Rivera, azote del bipartidismo, el que últimamente se muestre como el enemigo más encarnizado de cualquier acuerdo. Tras la sentencia que condenaba la trama Gurtel, Sánchez alcanzó la Moncloa con el voto de todos los grupos que quisieron expulsar a Rajoy y tal cosa les parece a Ciudadanos una indecencia, como reiteran día sí y día también. Pero los naranjas no se reconocen en el pacto que ha llevado a su propio partido al Gobierno de Andalucía con el apoyo de todos los que también querían expulsar a Susana Díaz del palacio de San Telmo. Sorprende que, con la misma vehemencia que señalan la indignidad del socialista al aprovecharse de los votos independentistas, nieguen tener nada que ver con los que ellos mismos han recibido de Vox en Sevilla.

Pero es que no solo rechazan a los de Abascal; Luis Garicano, el responsable de Economía y Empleo de Ciudadanos, ya ha adelantado en Bilbao que descarta al PSOE como socio tras las elecciones municipales y autonómicas de mayo. Y nada más firmarse el acuerdo en Andalucía los de Rivera ya dejaron claro que no tenían intención de trasladarlo al resto de instituciones.

El líder de Ciudadanos está en su pleno derecho de pedir cada diez minutos el adelanto de las elecciones generales y tarde o temprano las habrá pero, como él mismo afirmó, cualquiera que sea el resultado, la división política ya no va a revertirse por lo que más les vale a Rivera y los suyos que empiecen a considerar que no todo lo que rodea a Ciudadanos es necesariamente abominable, porque si en la nueva política se trataba de negociar y acordar por el bien del país, no parece que tanta alergia hacia el adversario sea el mejor camino para que florezcan aquellas nuevas, imaginativas y eficaces políticas que supuestamente nos iba a traer el fin del bipartidismo, de las que, de momento, nada sabemos.

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