Opinión

No esperen milagros

La consecuencia de cuanto ocurre será, una vez más, un empobrecimiento relativo de los españoles ante el aumento de la factura energética

Creo que a estas alturas estamos en disposición de comprender a qué nos enfrentamos en el corto plazo. Cuando estas últimas semanas, las primeras de 2022, parecían insinuar una nueva etapa más generosa en la pandemia que aún sigue con nosotros, el sátrapa de Putin ha venido a provocar un caprichoso y asesino proceso destructivo movido por sus megalomanías imperialistas más propias de otras épocas. Por culpa del dictador ruso las economías del mundo van a tener que resistir un terremoto que desestabilizará sus ya maltrechos sistemas económicos, sociales y políticos.

España es obvio que no será una excepción. Aunque nuestros vínculos económicos y energéticos con el gigante ruso son mucho menores que el de otros países europeos, nos veremos profundamente afectados por vías indirectas, por ejemplo, por las exportaciones a países que sí se verán más tocados, así como por la vía directa que supone el efecto en los precios de los bienes energéticos que importamos. La consecuencia de todo ello es, una vez más, un empobrecimiento relativo de los españoles ante el aumento de la factura energética. Y ante esto, poco se puede hacer. Me explico.

Lo normal, lo lógico, incluso diría que lo justo y razonable, sería que tratáramos de cubrir la pérdida de capacidad de compra de nuestros ingresos forzando un aumento de estos últimos en términos nominales. Quiere esto decir que sería “razonable” exigir subidas salariales o de rentas que pudieran compensar una gasolina cada vez más cara, un recibo de la luz cada vez más costoso y una cesta de la compra que se encarece por días. Sin embargo, esta actitud, que puede parecer justa y precisa, solo implicaría retrasar lo inevitable e, incluso, agravarlo.

Este proceso no resultaría inocuo, ya que acumularíamos una tensión que, como una falla tectónica, resultaría desastroso en el largo plazo

Esta subida de rentas, donde incluyo a los márgenes empresariales, se trasladarían a subidas de precios, y, por ello, anularía la previa subida nominal de rentas, compensándose del mismo modo que lo hacen la materia y la antimateria cuando estas entran en contacto. Si ante este resultado inútil se volviera a recurrir a un nuevo ajuste nominal, volvería a producirse el mismo efecto. Así, este proceso llevaría a una situación similar a la descrita en el cuento La carrera de Alicia contra la Reina Roja, donde ambas corrían y corrían mientras no avanzaban y quedaban siempre clavadas en el mismo sitio. Mientras tanto, este proceso no resultaría inocuo, ya que acumularíamos una tensión que, como una falla tectónica, resultaría desastroso en el largo plazo, pues esta carrera solo podría frenarla una decidida y costosísima subida de tipos de interés.

Y es que ya he contado en otra ocasión que ante una subida de los precios relativos de las importaciones lo único que puede ayudar a minimizar las consecuencias es tratando de ahorrar en el consumo de dichos bienes. La otra opción es generando más recursos por hora trabajada que nos permita adquirir más bienes por el mismo esfuerzo, es decir, elevando nuestra productividad. Pero esto último tarda en el tiempo.

Sin embargo, dado que nuestros incentivos nos empujan a iniciar esta carrera hacia ninguna parte, la receta macro debe explicarse. Para evitar la espiral y redistribuir los costes que suponen tal aumento de precios son necesarios dos tipos de acuerdos o políticas de rentas.

Debemos entender que no es el año para pedir subidas salariales que traten de ser profilácticas a lo que viene del exterior. No funcionaría y solo generaría más costes a largo plazo

En primer lugar, y como adelantaba Daniel Fuentes, es absolutamente necesario un acuerdo sobre rentas salariales y márgenes empresariales. Aunque el shock energético de finales del verano de 2021 y el siguiente otoño iba a ser absorbido finalmente en primavera y verano de 2022, el actual impulso de los precios por el conflicto ucraniano ha añadido combustible al incendio inflacionario (me aterra el dato de inflación de marzo). Esto exige una gran pedagogía y altura de miras entre aquellos que tienen que negociar rentas para 2022. Un conflicto donde se ataca a la libertad y democracia de un país soberano y donde muere gente cada minuto exige de nosotros un sacrificio en este sentido. Obviamente debemos intervenir para evitar que este sacrificio lo sea todo para algunas familias, pero para el resto debemos entender que no es el año para pedir subidas salariales que traten de ser profilácticas a lo que viene del exterior. No funcionaría y solo generaría más costes a largo plazo.

En segundo lugar, buena parte del shock entrará, una vez más, vía precio de la electricidad por la subida del gas. Resulta difícil de explicar, en estos tiempos, que el coste de una fuente energética marginalista genere subidas de precios a niveles exorbitados. El sistema, que genera los famosos beneficios caídos del cielo, podría estar profundamente injustificado en un momento como el actual. Por ello debería explorarse, de modo excepcional -recordemos que debemos virar hacia una economía de guerra aunque no haya participación militar en ella-, la limitación de estas ganancias para evitar repercutir en los consumidores y en los precios de las empresas toda una subida de unos costes del mix energético que condicionan al conjunto de la economía de forma tan extrema. De este modo, mediante la llamada captura parcial del excedente del productor podría financiarse parte de la factura energética evitando que repercutiera en los precios pagados por empresas y hogares. Además, y ya puestos para el futuro y como defienden algunos expertos, habría que revisar los incentivos perniciosos que genera un sistema que envía señales contrarias a la necesaria electrificación de la economía.

En resumen, la economía española y mundial se adentra en un túnel cuyo final desconocemos. Puede que solo sea un shock que dure semanas y su huella resulte finalmente pequeña o puede que estemos entrando en una nueva etapa histórica con final incierto. Debemos evitar hasta el extremo mayor posible añadir más costes, aunque esto suponga que durante un tiempo tengamos que vivir a un ritmo menor del acostumbrado, tratando de ser, por ello, solidarios con quienes sufrirán los envites económicos de un modo más agresivo en nuestro país y, especialmente, por los que los reciben militarmente en Ucrania.

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