Cuarenta años después del aclamado regreso del President Tarradellas al balcón de la Generalitat, su
celebérrima invocación inicial, “Ciutadans de Catalunya”, es hoy más necesaria que en el otoño de
1977.
Cuando el hombre que preservó incólume el legado de la Generalitat durante los años de la dictadura
quiso dirigirse a su audiencia buscó una expresión que superase cualquier auspicio de distinción entre
los nacidos en Catalunya y los venidos de otras partes de España.
Hoy, a las puertas de la ya casi inevitable aplicación del artículo 155 de nuestra Constitución, la sociedad
catalana está profundamente dividida entre los partidarios de la aventura secesionista y los defensores
del régimen institucional derivado de la Constitución del 1978, que ha permitido el mayor grado de
autogobierno del que Catalunya ha gozado en la historia.
De esta situación de confusión, división y retroceso de proporciones históricas solo será posible salir
con un profundo respeto mutuo y fijando un horizonte común que se proyecte más allá de los momentos
difíciles que ahora se avecinan.
Debemos fijar ya la atención en el día después, puesto que la tarea que tenemos por delante todos los
catalanes y todos los demás españoles es titánica.
Es preciso poner fin al uso instrumental de la escuela catalana como centro de adoctrinamiento
secesionista. Sin duda. ¿Pero no es momento, también, de alcanzar de una vez el gran pacto educativo
que siente un marco estable para las próximas décadas y que tenga como objetivos combatir el fracaso
escolar y preparar a las nuevas generaciones de españoles para afrontar los retos de la sociedad digital?
¿Alguien cree que la redefinición estructural de la distribución de la renta en España es una cuestión de
mera complacencia con los sediciosos catalanes? ¿Acaso no ha llegado la hora de analizar con rigor qué
hay que hacer para subvertir la situación en la que se hayan sumidas amplias regiones de nuestro país,
aparentemente abocadas al desempleo masivo y sin más respuesta que los subsidios y las subvenciones
perpetuos?
¿No es ya hora de acometer el desarrollo y la potenciación de las infraestructuras del llamado Corredor
del Mediterráneo, de Almería a Gerona, en interés de la economía española en general?
Hay que acabar con el sectarismo de la Corporación Catalana de Radio y Televisión. Tarea necesaria y
urgente. ¿Pero no deberíamos poner coto al derroche insoportable que suponen todas las televisiones
públicas autonómicas y destinar esos recursos a otros fines más necesarios para los ciudadanos?
Debe reconducirse la acción exterior de la Generalitat y sus “embajadas” políticas. ¿Pero no es urgente
la modernización de nuestra acción exterior para que las embajadas de España sean centros eficientes
de promoción y desarrollo de todas las Comunidades Autónomas?
Hay que establecer una política de libertad y respeto lingüístico en Catalunya. Sin duda; y debe ponerse
fin al uso de la lengua como atributo de diferenciación política. ¿Pero no es hora también de que los
catalanohablantes sientan que la lengua catalana -como la gallega y la vasca- es una lengua española
protegida por el Estado y respetada por todos los españoles como un tesoro cultural propio? ¿No es hora
ya de potenciar la actuación exterior del Instituto Cervantes con un, digamos, Instituto Rodoreda, que
complemente la muestra internacional de nuestras culturas?
Nuestro futuro político y social, la vida diaria de los catalanes y la recuperación del pulso en las
relaciones con los demás españoles exige establecer un ámbito de convivencia en el que quepan también
la inmensa mayoría de quienes hoy han tomado la senda de la secesión. Todos nosotros debemos
contribuir a crear ese ámbito con propuestas basadas en la razón, la modernidad y la tolerancia. Ese
debe ser nuestro elemento diferencial.
El llamado “procés” ha expulsado del canon de la catalanidad a nombres tan ilustres como los de Josep
Pla, José Ferrater Mora o Jaume Vicens Vives, minimizando la dimensión de su obra y confinándolos
al ostracismo por tibios. No podemos permitir que también se diluya el legado y el mensaje de un
hombre honrado y austero que fue siempre símbolo de Catalunya y orgullo de la España constitucional.
Recuperemos el espíritu de Tarradellas para que todos, con nuestras propias ideas y creencias, volvamos
a ser Ciudadanos de Catalunya.
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