La palabra psicópata evoca al instante aterradores personajes literarios, y cinematográficos, como Hannibal Lecter, o famosos asesinos en serie como Ted Bundy, David Berkowitz o Charles Manson. Sin embargo, la inmensa mayoría de los psicópatas no mata: son individuos integrados en la sociedad, que suelen pasan desapercibidos. No acuden al psiquiatra, ni buscan terapia pues no sufren, ni sienten la necesidad de cambiar su conducta; muy al contrario, se sienten muy satisfechos con su forma de ser. Pero su comportamiento no resulta precisamente inocuo. No solo perjudican a sus allegados; también dañan a toda la comunidad porque muchos de ellos alcanzan puestos de especial relevancia política y social.
La psicopatía es un trastorno de la personalidad, que se manifiesta en diferentes grados o intensidades, con determinados rasgos que se combinan de forma distinta en cada individuo: una enorme autoconfianza e impulsividad, ausencia de empatía, rechazo a asumir responsabilidad y falta de remordimiento, por muy malvados que sean sus actos. Los sujetos carecen de afecto o emoción profunda hacia los demás, mostrando muchos de ellos un desorbitado egocentrismo y cierta tendencia al narcisismo. Poseen una enorme facilidad para seducir y manipular con su encanto superficial, su irresistible atractivo y su formidable capacidad para mentir sin inmutarse.
Tras analizar la personalidad de múltiples personajes públicos, e históricos, algunos estudiosos comprobaron que los rasgos psicopáticos se encuentran presentes en la clase política con una frecuencia muy superior a la de la población general, algo que muchos ya sospechaban. En Would you vote for a psychopath?, Kevin Dutton, del departamento de psicología de Oxford, ofrece una clasificación de los presidentes de los Estados Unidos, y de otros personajes internacionales e históricos, atendiendo a los diversos rasgos psicopáticos. Aunque estos estudios no existen para España, no haría falta rebuscar demasiado para identificar casos que encajan en estos rasgos, especialmente en la alta política.
Atraídos irresistiblemente por la política
Los psicópatas se sienten tan atraídos por la política como las polillas por la luz. Son depredadores sociales con enorme apetito de poder, prestigio o riqueza, que perciben los puestos públicos como un territorio de caza propicio para parasitar a la sociedad. Conciben la política como un entorno de libre entrada, donde no es necesario demostrar conocimiento o valía algunos. Los psicópatas manifiestan todavía más interés por los cargos públicos en aquellos sistemas políticos con ineficaces controles, donde pueden ejercer el poder con muy pocas cortapisas, perpetrar fechorías con gran impunidad y recibir, a cambio de una gestión nefasta y perniciosa, tan solo la adulación y el halago de cierta corte de tiralevitas de la que intentarán rodearse.
Su incontenible deseo de alcanzar los puestos más elevados de la política constituye una importante autoselección inicial. Pero los mecanismos de los partidos proporcionan el impulso definitivo a los psicópatas pues los criterios para permanecer, y medrar, no son precisamente la excelencia, el mérito, el esfuerzo, la honradez, la generosidad, el altruismo, el patriotismo o los principios sólidos. Al contrario, la conducta oportunista, traicionera y conspiradora, propia de estos sujetos, constituye un atributo muy apropiado para salir airosos de las innobles disputas intestinas en los partidos y poder escalar hasta sus puestos más altos. Es frecuente que las personas honradas, cabales, altruistas y bien preparadas acaben abandonando, quedando el partido al albur de la corruptela, la pobreza intelectual y la indignidad.
Se inclinarán por políticas alejadas de la concordia, tendentes a generar enfrentamientos sociales, siempre que favorezcan sus objetivos electorales
Al llegar a los gobiernos, los psicópatas tenderán a ejercer el poder con total ausencia de principios, generosidad o visión de futuro, sirviéndose del cargo en lugar de servir al bien común. Sus egoístas fines justificarán siempre cualquier medio, por muy abominable que sea. Carentes de escrúpulos, no asumirán responsabilidad por sus actos y se aliarán con el mismísimo diablo para retener el poder, aunque hubieran jurado no hacerlo nunca. Al creerse especiales, superiores, despreciarán los controles y contrapesos propios del sistema democrático e intentan soslayarlos cada vez que se presente la oportunidad, retorciendo las reglas del juego a su favor y antojo. Se inclinarán por políticas alejadas de la concordia, tendentes a generar enfrentamientos sociales, siempre que favorezcan sus objetivos electorales. Y no dimitirán bajo ninguna circunstancia, ni aunque fueran chantajeados por una potencia extranjera con información sensible sobre su persona: mantenerse en el poder estará siempre por encima de la seguridad y el bienestar de la nación.
Aunque un gobierno de psicópatas resulta pernicioso para la sociedad, ciertos autores han intentado introducir matices, considerando que algunos de sus rasgos podrían otorgar determinadas fortalezas para ejercer el liderazgo: la carencia de sentimientos conferiría resistencia a la ansiedad y ausencia de temor a la hora de tomar decisiones difíciles, en situaciones tensas. Otros estudiosos discrepan: argumentan que los psicópatas no poseen en realidad estas cualidades, que fácilmente se confunde su naturaleza impulsiva con un carácter resolutivo, su denodado narcisismo con una sana autoconfianza y su extremada temeridad con una inexistente valentía. Un buen dirigente político debe ser osado, nunca pusilánime o cobarde; pero para ello no necesita ser psicópata.
La televisión y otros medios audiovisuales
Aunque los rasgos psicopáticos siempre estuvieron muy presentes en los gobiernos, su predominio parece haberse acentuado en las últimas décadas. El ya débil escrutinio que pudo existir en el pasado se ha ido difuminando, probablemente porque la televisión y los medios audiovisualestrajeron consigo una simplificación de la política, reduciéndola a imágenes y consignas, mientras anulaban los conceptos y la capacidad de abstracción del público. El foco de atención dejó de ser el carácter de los candidatos, o sus ideas, y se trasladó a la mera imagen, a los aspectos más superficiales de los aspirantes. Los psicópatas cobraron ventaja adicional por desenvolverse magistralmente ante las cámaras, por ser extremadamente capaces de fingir cercanía, carisma y simpatía. Son personajes que manipulan fácilmente la emoción, pero difícilmente resistirían un examen racional, profundo y desapasionado.
Uno de los hitos inaugurales de esta nueva era de predominio audiovisual fue el famoso debate de 1960 entre John F. Kennedy y Richard Nixon para la presidencia de los Estados Unidos, el primero que se retransmitía masivamente por televisión. Quienes siguieron el debate por la radio dieron por ganador a Nixon; pero los televidentes, cautivados por los aspectos más superficiales de la imagen, se decantaron abrumadoramente por el apuesto y seductor Kennedy. La política había comenzado a cambiar… y no precisamente para bien. Otra señal, en este caso extrema y repugnante, del enorme tirón mediático que pueden alcanzar los psicópatas es la gran cantidad de fans, seguidores y admiradores que han tenido, y siguen teniendo, conocidos asesinos en serie.
James Madison, redactor de la Constitución de los Estados Unidos, señaló en 1788: “El objetivo de cualquier Constitución debe ser, en primer lugar, asegurar que lleguen al gobierno los hombres que posean la mayor sabiduría para discernir el bien común y la mejor virtud para perseguirlo y, en segundo lugar, tomar todas las precauciones posibles para que estos hombres mantengan la virtud tras asumir el cargo”. En los dos siglos transcurridos, los sistemas políticos han abordado, con más o menos éxito, el segundo requisito: la implantación de controles y límites para impedir que el poder se ejerza de manera abusiva, tiránica o despótica. Pero han desatendido completamente el primero de ellos: no existen filtros que pongan trabas a psicópatas e indeseables en su camino hacia el poder, ni barreras que dificulten su llegada a los cargos de enorme relevancia y responsabilidad. Resulta llamativo que se requiera un examen para conducir un automóvil… pero ninguna prueba para conducir una nación.
Las políticas incorrectas, erróneas o malintencionadas pueden implicar la ruina de muchas familias, un peligro para las libertades o, incluso, el sacrificio de toda una generación. Para las elecciones de este año en España, o en cualquier otro país, es menester reformular la pregunta que abría el artículo de Dutton: ¿Votaría usted a un psicópata? Solo hay una respuesta correcta: no hacerlo nunca. O, al menos, no volver a hacerlo.
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