La viñeta de Chumy Chúmez -portada del número de Hermano Lobo, semanario de humor dentro de lo que cabe- dibujaba a un prócer encaramado a la tribuna que se dirigía a la multitud congregada en torno suyo para plantear una alternativa rotunda: “¡O nosotros o el caos!”. Entonces, la muchedumbre le respondía de modo inequívoco: “¡¡El caos, el caos!!. Pero, el prócer en su réplica cerraba la salida: “Es igual, también somos nosotros”. Era el 2 de agosto de 1975 y se diría que fue el martes después de escuchar al secretario de Organización del Partido Socialista y ministro de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana, José Luis Ábalos secundando a su jefe en la operación Vértigo.
En la última comparecencia con preguntas de periodistas el presidente Sánchez había sido contundente para negar que hubiera plan B. La cuestión a dilucidar el miércoles día 6 en el Pleno del Congreso de los Diputados convocado a las diez de la mañana sería la prórroga por cuarta vez del estado de alarma. Con la advertencia de que, si la propuesta fuera derrotada en la votación, es decir, si sumara más votos en contra que a favor, todas las medidas de apoyo a los autónomos y a las pymes, todos los aplazamientos fiscales, todos los ERTEs, todos los avales, se vendrían abajo. Y todos sabrían por culpa de quién.
Ábalos en su papel de látigo salía indignado después del Consejo de Ministros del martes para descalificar al Partido Popular y a su líder Pablo Casado sobre quien pesaría para siempre la irresponsabilidad del caos a menos que votara una vez más con el Gobierno, sin que le cupiera alcanzar indulgencia alguna en caso de optar por la abstención. Quedaba claro que en esa pareja de los turnantes PSOE-PP se prefieren las relaciones de amenaza a los esfuerzos de seducción. En este punto convendría establecer a quien corresponde la iniciativa que marca.
Siempre es, en cada momento, al que se encuentra en el Gobierno. Porque quien ocupa el poder tiene mucha mayor capacidad de inducir el comportamiento de la oposición que viceversa. Así, un Adolfo Suárez progresista indujo un Felipe González moderado y dejó sin opciones al ala más izquierdista de los Bustélidos y Gómez Llorente. Luego, González hizo reconocimientos a Fraga que le curaron de algunos excesos. José María Aznar, por el contrario, quiso hacer de un ZP, que llegaba como Bambi, un líder pancartista. Y en esa misma línea a Zapatero le interesó desde el primer momento un Partido Popular echado al monte de la Cope porque esos maximalismos le centraban. También Mariano Rajoy negando el pan, la sal y el agua a Rubalcaba abriría el camino a Pedro Sánchez.
Ahora, este entusiasmo antipolítico por aquello que queda fuera de los partidos podría también constituir una válvula de escape para una indignación muy distinta: la del hastío causado por una política que está por debajo de lo exigible, que es a la que se refiere Jürgen Habermas en su libro La constitución de Europa. Se diría que estamos incursos en un oportunismo dirigido demoscópicamente y que los políticos se atienen, sin la menor vergüenza, al guion de una pragmática del poder despojada de todo lazo normativo. Sin que tampoco los principales medios de comunicación estén al margen del hecho de que la clase mediática se confunda con la clase política, y que encima se sientan orgullosos de esa proeza, como subraya el autor citado.
Acuerdo entre el Gobierno y Cs
El programa radiofónico se titula “Si amanece, nos vamos” pero ese no es el caso. Si amanece, que lo hará, seguiremos la defensa que el presidente Sánchez hará de la cuarta prórroga del estado de Alarma. Pero, para estado de alarma el que angustia al Gobierno. Imaginen hasta dónde habrá llegado que pasadas las nueve de la noche Moncloa hacía saber que “el Gobierno de España y Ciudadanos han alcanzado un acuerdo por el que ambas partes manifiestan la conveniencia de prolongar el actual estado de alarma para lograr vencer a la pandemia del coronavirus, así como a mantener las medidas de protección a los españoles en los ámbitos sanitario, económico y social más allá de la vigencia del estado alarma”.
El Gobierno que venía adoptando un aire de intratable en el Congreso de los Diputados, ha visto las orejas al lobo de la derrota y se agarra a Ciudadanos para garantizarles contactos semanales e informarles de la crisis sanitaria, así como dialogar y, en su caso, consensuar medidas para la implementación del plan para la transición hacia una nueva normalidad, según el plan de 'desescalada'. Sánchez pasa del desdén a señalar la coincidencia con Ciudadanos sobre la prórroga del estado de alarma, reconociendo que es un mecanismo constitucional, solo aplicable por el tiempo estrictamente necesario.
A la necesidad ahorcan. Eso sí, que nadie espere de el presidente Sánchez reproche alguno a los rufianes de ERC y afines asimilables por votar en contra porque seguirá dándoles el trato de niños consentidos sin asestarles la réplica que vienen mereciendo. La bronca será sólo para Pablo Casado que ha perdido la ocasión de poner sus condiciones y presentar sus propuestas. ¿Para cuándo lo deja? Vale.
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