Érase que se era una aldea llamada España en cuyas verdes praderas pacían tranquilas las ovejas. Un día arribó al pueblo un tunante pastor, llamado Pedro, que con sus ademanes gentiles convenció a las buenas gentes del lugar para que le encomendasen el cuidado de sus rebaños: no sólo iba a asegurarse de que siempre disfrutasen de abundantes pastos, sino también de proteger a las reses de caer en las fauces del malvado lobo fascista. Los aldeanos aplaudieron entusiasmados porque, aunque jamás habían visto a esa fiera, otros pastores antaño ya les habían advertido sobre ella. Así que permitieron a Pedro apostarse en lo más alto de la colina, conocida por aquellos lares como la “Moncloa”, para que procediese a dirigir al rebaño.
Algunos lugareños empezaron a desconfiar del truhan cuando vieron que éste alimentaba a varias alimañas en la choza. Pero Pedro, con su entrenada lisonjería, los volvió a convencer: les aseguró que las había domesticado y que las bestias habían dejado de ser carnívoras. Ahora no eran más que dóciles perros pastores, así que nada había que temer.
Aunque al regresar a sus granjas sí que notaron que faltaba alguna oveja, no le dieron importancia: combatir la amenaza del lobo bien valía perder una res
Un día Pedro se subió a lo más alto del cerro y comenzó a gritar:
-¡Socorro! ¡Que viene el lobo, ayuda por favor!
Los habitantes de la aldea se estremecieron ante el chillido y acudieron raudos a socorrer al pastor. Cuando llegaron no había ningún lobo en el lugar, sólo estaba Pedro. Y aunque al regresar a sus granjas sí que notaron que faltaba alguna oveja, no le dieron importancia: combatir la amenaza del lobo bien valía perder una res.
El episodio se repitió un día tras otro. Cada vez que Pedro gritaba, los aldeanos acudían prestos a enfrentarse al malvado lobo. Pero siempre volvían con las manos vacías y, a su regreso, se encontraban con que faltaban ovejas. Pedro les aseguraba que su sacrificio era necesario para vencer al depredador fascista.
Una tarde, al regresar de atender la última llamada de auxilio de Pedro, los lugareños se encontraron con los prados y las granjas vacías. No quedaba ni rastro de las ovejas. Así que regresaron prestos a la colina a demandar la ayuda del pastor. Su sorpresa fue mayúscula cuando encontraron a Pedro y a sus cánidos engullendo lo que quedaba de las ovejas y relamiéndose con sus huesos. Él, que les persuadió de la existencia de una peligrosa bestia fascista, era en realidad el lobo que había estado devorando a su ganado mientras perdían el tiempo con alertas fingidas. El problema radicaba en que la fiera aún no estaba saciada.
La moraleja que pretendo trasladarles con esta adaptación de la célebre fábula de Esopo es bien sencilla: no hay nadie más interesado en agitar el miedo contra un lobo ficticio que el lobo real. Mientras nuestro país asiste al vodevil antifascista orquestado desde Moncloa -con el único objetivo de movilizar al electorado de izquierdas en Madrid de cara a las elecciones que se celebrarán el próximo 4 de mayo- nuestra democracia padece un proceso de degradación e instrumentalización institucional sin precedentes.
Delitos contra la libertad sexual
Los contrapesos del Estado de Derecho se diluyen de la misma manera que desaparecían las ovejas en las granjas de la aldea. Hay casi tantas tropelías como días de mandato: el nombramiento de la ministra de Justicia Dolores Delgado como Fiscal General, decisiones que afectaban a los derechos y libertades de los españoles fundadas en informes de comités de expertos inexistentes, el uso propagandístico del CIS, la monitorización de las redes sociales aprovechando la emergencia sanitaria, la destitución de altos mandos de la Benemérita que se negaron a informar a Interior de las investigaciones que realizaban por orden de un juez, la prórroga de seis meses del estado de alarma que les permite gobernar en una situación de excepcionalidad constitucional, la creación de un “ministerio de la verdad”, las iniciativas legislativas que pretendían el asalto al poder judicial, los decretos pandémicos que atentan contra el derecho a la tutela judicial efectiva y la propiedad privada legalizando la okupación de viviendas, la reducción o eliminación de los controles en el reparto de ayudas y los fondos europeos, la vulneración del derecho de los padres a elegir la educación moral de sus hijos y la supresión de los centros de educación especial mediante la aprobación de la Ley Celaá, un proyecto para reformar los delitos contra la libertad sexual que vulnera la presunción de inocencia de los acusados varones, una ley de memoria democrática que pretende coartar la libertad de expresión o, esta última semana, el uso del preámbulo de una Ley Orgánica modificativa del Código Penal para tildar de antidemocrático al anterior gobierno del Partido Popular. Y seguro que aún me dejo muchas en el tintero.
Al final resulta que las líneas rojas no se aplican a los “rojos”. Quienes se rasgan las vestiduras afirmando que peligra la democracia porque viene el lobo del fascismo son los que esconden los restos de las instituciones democráticas entre sus colmillos.