La revolución bolivariana ha devenido en un frenesí de cadenas nacionales televisadas. En lo que va de año Nicolás Maduro ha hecho ya más de cien. El presidente trata todos los asuntos imaginables, pontifica sobre lo humano y lo divino, canta, baila, acusa, interpreta... Una suerte de gran hermano bigotudo y con sobrepeso que está siempre presente.
El Gobierno tiene respuesta para todo, solución para todo y culpables para todo. El chavismo es algo holístico, omniexplicativo que ha terminado creando una realidad paralela en televisión. La gente pasa hambre, enferma y no puede recibir tratamiento, remienda una vez más los zapatos y la ropa desgastada por el uso. Pero en televisión el régimen muestra una cara rolliza y salsera, a ratos exuberante. Los líderes de la revolución están todos gordos y lucen impecables uniformes militares cargados de medallas. Un mundo perfectamente orwelliano bajo el sol del trópico.
Los líderes de la revolución están todos gordos y lucen impecables uniformes militares cargados de medallas
Lo normal es que cuando alguno de los jerarcas aparece en la pequeña pantalla no diga más que estupideces embadurnadas de propaganda patriótica dirigida a los más leales, los que, de un modo u otro, han conseguido algún tipo de privilegio que les permite sobrellevar la ruina general. Los venezolanos lo descuentan y evitan verlo. Cambiar de canal no pueden porque las soflamas se retransmiten en cadena, es decir, todas las emisoras del país tienen la obligación de conectar en directo. Apagan el televisor y siguen buscando la manera de acabar el día con menos hambre de lo que lo empezaron.
Semejante apatía se vio interrumpida la semana pasada cuando Maduro apareció por televisión para hablar de los problemas económicos. No era la primera vez que lo hacía. Al régimen le gusta de tanto en tanto señalar con el dedo a los causantes de la miseria que se abate sobre el país. La nómina es corta: la derecha burguesa encarnada en los empresarios a los que aún no se ha expropiado, y potencias extranjeras hostiles como EEUU, Colombia o España, que se la tienen tomada a la revolución y hacen todo lo posible para que naufrague.
El pasado día 17 fue algo diferente. Maduro hizo una serie de anuncios inesperados. Aceptó que la economía no iba bien y que la inflación estaba disparada
Desde los tiempos de Chávez a eso lo llaman "guerra económica", un recurso propagandístico que exonera al Gobierno bolivariano de cualquier cosa mala que suceda dentro de Venezuela. Todo es culpa de los demás que, nadie sabe muy bien cómo, se las apañan una y otra vez para aguar la fiesta revolucionaria y enturbiar sus indiscutibles logros.
Pero el pasado día 17 fue algo diferente. Maduro hizo una serie de anuncios inesperados. Aceptó que la economía no iba bien y que la inflación estaba disparada. Acto seguido puso sobre la mesa un plan de acción. Todo el país se pegó a la pantalla porque aquello era algo ligeramente distinto a la charlatanería habitual.
Lo cierto es que ya es muy difícil ocultar el desastre de este experimento socialista a cielo abierto, el enésimo del último siglo en el que, a pesar de las advertencias, se embarcó el Gobierno de Chávez hace casi veinte años. La economía está destruida, la inflación rondará a final de año el millón por ciento, la escasez de alimentos, medicinas y servicios básicos como agua o electricidad es absoluta y el éxodo ha adquirido tintes bíblicos en el último semestre.
Los venezolanos huyen por tierra, mar y aire en todas direcciones, con o sin pasaporte, sin equipajes, tan sólo con lo que llevan puesto sabiendo que atrás lo único que les aguarda es una espantosa dictadura y el hambre asegurada. Nunca antes se había visto nada igual. No ya en Venezuela, sino en toda Sudamérica.
La escasez de alimentos, medicinas y servicios básicos como agua o electricidad es absoluta y el éxodo ha adquirido tintes bíblicos en el último semestre
Es imposible mirar hacia otro lado, así que el régimen presentó un plan para revivir la divisa. Desde la semana pasada quedó abolido el control de cambios instaurado por Chávez allá por el año 2003. Simplemente ya no tenía sentido. El bolívar era simple papel impreso sin valor alguno. Para que nos hagamos una idea. Un rollo de papel higiénico incorporaba menos papel que la cantidad de billetes de bolívar necesarios para comprarlo.
El nuevo bolívar, denominado pomposamente como bolívar soberano, nace como un simple resellado con cinco ceros menos. De este modo quien tenga cinco millones de bolívares en la mano pasará a tener 50. Resellar una moneda es tan antiguo como la moneda misma. Ya lo hacían en la antigüedad los tiranos cuando habían arrasado el valor de una moneda envileciéndola con metales de menor valor.
Pero Maduro fue más allá. Admitió -con la boca pequeña, eso sí-, que se le había ido la mano con la impresora. Su Gobierno lleva cinco años creando dinero de la nada para enjugar los brutales déficits en los que viene incurriendo. El de este año será de un 30% sobre el PIB. El Estado gasta mucho más de lo que ingresa y se hace trampas a sí mismo imprimiendo dinero. Eso, evidentemente, tiene un límite al que ya han llegado.
Para poner fin a este camino a ninguna parte quiere elevar el IVA, mejorar la recaudación y subir el precio de la gasolina. Medidas que quizá hubiesen surtido efecto hace cuatro años, antes del estrepitoso derrumbe que estamos presenciando, pero que hoy son poco más que aspirinas para una neumonía.
El pasado día 20 el Gobierno lo declaró festivo para introducir en el sistema el bolívar soberano. Al día siguiente los bancos ya entregaban la nueva divisa. Los ahorros se habían convertido, pero sólo se podía retirar un máximo de 10 nuevos bolívares (un millón de los antiguos) que equivalen a unos 10 céntimos de euro. Como vemos, el bolívar tiene menos ceros pero sigue valiendo muy poco en el mercado.
¿Será el plan de ajuste de Maduro una medida con continuidad u otro globo sonda que en unas semanas se habrá desinflado? Es una incógnita. Lo que parece claro es que Venezuela no puede caer ya más bajo. El Gobierno ha aniquilado las instituciones democráticas, está matando de hambre al pueblo y ha desatado una crisis humanitaria de primera magnitud.
Lo que parece claro es que Venezuela no puede caer ya más bajo
Los poderes fácticos del régimen, las diferentes familias chavistas que se reparten el Estado como si fuera un botín, están intranquilas y crece el descontento en su seno. Si esto sigue así todo se puede ir al garete. Más allá del poder les espera el exilio o un tribunal penal, quizá ambos porque hay varios altos cargos que no pueden salir del país. Se les acusa de tráfico de drogas y de blanqueo de capitales. Para ellos es esto o el abismo.
Su problema es que esto tiene difícil arreglo. El bolívar soberano está respaldado por una criptomoneda llamada petro, un invento del Gobierno cuyo valor es el mismo que un barril de crudo. Hoy, por ejemplo, un petro vale 68 dólares. El bolívar soberano está amarrado por un sistema de cambio fijo al petro a razón de 3.600 bolívares la unidad de petro.
El petro es esencialmente un engañabobos que no cumple ni una sola de las características de las criptomonedas como el BitCoin o el Ethereum
¿Puede funcionar esto? Difícilmente. El petro es esencialmente un engañabobos que no cumple ni una sola de las características de las criptomonedas como el BitCoin o el Ethereum. Su valor no lo fija la ley de la oferta y la demanda, sino el Gobierno a su voluntad, es decir, hoy es un barril de petróleo por petro, mañana podrían ser dos barriles o doscientos. Nada lo impide porque, al igual que el bolívar, lo emite el Gobierno.
Si el Banco Central de Venezuela quiere mantener el valor del nuevo bolívar el Gobierno tendrá problemas de liquidez instantáneos, algo que no puede permitirse. De hecho, aunque la tasa de cambio fija con el petro se mantiene, el bolívar soberano ya ha empezado a devaluarse en el mercado paralelo y sólo ha pasado una semana desde su introducción. Señal inequívoca de que Maduro ha dado órdenes de encender la impresora. Vuelta a empezar y a ganar tiempo, que no de otra cosa se trata.
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