Opinión

"Estamos jodidos todos ustedes"

España está señalada como el país que enseña al mundo lo que no hay que hacer cuando llega un momento de crisis como el actual

No consigo dar con el nombre del presidente guatemalteco que soltó semejante perla. Esto sí que es un hallazgo, un verdadero hallazgo lingüístico y no ese imposible de la nueva normalidad. Por cierto, a quién habrá que decirle que deje de jugar con el idioma, que lo que es nuevo no es normal, y que cuando se haga normal, ya se habrá hecho viejo. ¿A quién?

Pero estaba con el lamento del presidente de Guatemala. Al parecer el mandatario intentaba contar a su Gabinete que las cosas estaban mal, pero que la culpa la tenían unos más que otros, y él, el que menos. ¿Les suena, verdad? Habla y habla, pero se olvida de que España está señalada como el país que enseña al mundo lo que no hay que hacer cuando llega un momento como el actual. 

CNN: Sánchez miente

A estas alturas aburre sacar las cifras de muertos y contagiados. Da igual, Sánchez tiene siempre otras. Y si no dice que tiene un informe de la OCDE, que es fake; o envía un papel a la UE sobre el déficit que también es fake; o engaña a la CNN cuando le pregunta por un informe de la Universidad Johns Hopkins. La CNN ha acusado a Sánchez de mentir con avaricia porque el ranking mundial de test que cita no existe. La Universidad de Baltimore nunca afirmó que España era el quinto país del mundo que ha hecho más test de coronavirus.   

El presidente Sánchez habla, reaparece en nuestras televisiones y se hace fotos ante la gran pantalla partida en cuadrados con las caritas a color de los jefes autonómicos. Parecen cromos. No hay representación icónica más vulgar del poder. Si la escenografía es de Iván Redondo, habrá que convenir en que cada día su dominio a la hora de trampear la actualidad con la realidad roza el delirio del mago al que nunca se le ve el as de picas en la manga.

El PNV siempre gana

César en el palacio, los demás en la pantalla. Pero el César agota la paciencia de los telespectadores y, por lo que sabemos, de los presidentes de Valencia -bien Ximo Puig, la lealtad es una cosa, la sumisión otra-, Andalucía y Madrid. Aquí no tenemos a un presidente  que recomiende a la población que se entregue a la ingesta de la lejía, la cloroquina y el remdesivir. En eso hay que ser agradecidos con el destino. Tenemos, eso si, la desgracia de tener a un presidente superado por los acontecimientos y sin ninguna intención de cambiar el rumbo. Sólo cuando nota la soga en el cuello suelta amarras y habla a los presidentes de la cogobernanza y la cogestión, algo que, por cierto, solo se cree el lehendakari Urkullu. El PNV siempre gana. Da igual quién mande. A Rajoy le sacó las higadillos para dejarlo tirado y entronizar a Sánchez. Ahora ha vuelto a vender caros sus siete escaños para aprobar la última prórroga del estado de alarma en un país que cada día vive con menos estado pero con más alarma. Ayer eran lo mismos de Podemos los que sugerían un “arreglo” con el País Vasco para pasar a la fase 1. 

Urkullu, tranquilo; el resto, moscas

Por eso es de creer que la única cogobernanza que en realidad Sánchez permite es la que comparten Madrid y Vitoria. Por eso se quejan los presidentes regionales, porque el País Vasco es más incluso a la hora de pasar a la carta a la fase 1. Y eso que aún no se sabe cuál es el trozo de la tarta que el PNV se lleva de los 16.000 millones no reembolsables que el Gobierno va a transferir a las autonomías. Desde Revilla a Armengol; de Page a Vara; de Núñez Feijóo a Moreno Bonilla. Todos sin excepción ponen pegas a la forma y criterios por los que se van a distribuir esas partidas. Perderán el tiempo si buscan alguna queja de Íñigo Urkullu. No tiene. 

No le demos más vueltas. Con dinero baila el perro. Antes de que los visionarios del nuevo Ciudadanos quieran saber en qué se han convertido, que miren al PNV, a su historia centenaria y sabrán que antes incluso de que se acuñará el concepto de partido bisagra ellos ya estaban allí. En la República, con Franco y con la democracia han tenido siempre más razones que el resto para ser categóricamente lo que dicen no ser, españoles con la cartera siempre llena, la que le quitan literalmente a aquellos que tienen la costumbre de afirmar lo que son, o sea, españoles. ¿No les estoy liando, verdad? También el inquilino de Ajuria Enea hace buena la máxima de estamos jodidos todos ustedes. También. 

Y en esto llegó Almeida

El presidente puede creer que el país que sufre el confinamiento más duro de Europa es un país de desmemoriados. Puede pensar que la encuesta que dio a conocer ABC es -¡la encuesta de ABC!-, la que le anuncia que hoy cerca de un millón de votantes socialistas optarían por la abstención o el voto en blanco.  

Si el presidente del Gobierno proyecta, incluso en los suyos, el perfil de la mentira y la deslealtad en un momento como este, el alcalde de Madrid, José Luis Martinez Almeida es exactamente lo contrario. Tampoco es tan complicado.  Ha tratado a sus vecinos como personas  adultas que piensan. Les ha dado argumentos y ha huido de la fractura y los discursos disruptivos y atrabiliarios. Es el alcalde de la ciudad en la medida en que Sánchez no lo es, desde el punto de vista emocional, el presidente de todos los españoles.

Incluso jugando fuera de casa Almeida demuestra que ha sabido estar a la alturas de las circunstancias que exigen estos tiempos. Acabo de ver un vídeo en el que le están entrevistando en La Sexta. El alcalde está en el paseo de la Castellana, y mientras que habla se van colando los audios de los aplausos de madrileños que le agradecen su trabajo. Son tan reiterados que la entrevistadora no tiene más remedio que parar la entrevista y mostrar su sorpresa por lo que está pasando. Y Almeida, mientras tanto, sin perder la compostura. Y sin aprovechar la circunstancia. Y sin necesidad de pagar a la clac.  

Guardo un cuaderno de cuando era niño y mi maestro, don Eduardo Pinel, me puso una serie de frases al objeto de que adivinara cuáles eran falsas y cuáles las verdaderas. No me olvido de una, jamás, y menos en estos tiempos: la moral es un árbol que da moras. ¡Claro, que hoy casi estoy por decir que es cierta! 

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