Opinión

Estatolatría vs. estatoclasia

¿Qué quiere usted, conquistar el Estado o derribarlo? Porque lo primero conduce siempre a más Estado, porque no es un organismo fácil de embridar. La segunda, el derribo, es la solución

Javier Milei, presidente de Argentina
Javier Milei, presidente de Argentina / EP.

Una de las discusiones actuales a la hora de establecer mapas sobre las fuerzas que operan en el mercado político es si la división derecha/izquierda sigue en vigor o si, por el contrario, se ha desvanecido y tenemos que hablar de otros ejes.

Los que consideran que la palabra izquierda, o progresismo como cuasisinónimo, sigue teniendo tales connotaciones positivas que permiten descalificar moralmente al adversario político, se aferran al viejo eje en su intento de copar la justificación de todos sus actos. Los actos de izquierda, los actos progresistas, no requerirían así justificación alguna. Son buenos por si mismos. No requerirían contraste sus resultados con la realidad y los que se oponen a los mismos son, por lo tanto, perversos. Este prestigio de la palabra izquierda o progreso es asumido por una parte importante de lo que tradicionalmente denominamos derecha, que, prisionera de su asunción, intenta abandonar el viejo eje y presentarse al menos como progresista.

¿Cuántas veces alguien encasillado tradicionalmente en la derecha presume de ser progresista, o más progresista si cabe, o incluso socialista o más socialista, que la izquierda a la que clasifica de pretendidamente de izquierdas? Una lucha absurda por los adjetivos, de la que es imposible salir victorioso cuando se ha aceptado la mayor: que lo que se adjetive como progresista o de izquierdas es bueno sin necesidad de más prueba.

Más lamentable si cabe son los nuevos patriotas, nacionalistas que pretenden huir del descrédito del nacionalismo con una resignificación de un término abandonado: el de patriota. El nacionalismo está desacreditado por su identificación con los nacionalsocialistas, una especie más del género socialista. Les suele gustar a estos, los patriotas, acudir a la clasificación globalistas/antiglobalistas para separarse de los que aún utilizan el término nacionalista y se identifican con el campo progresista, pero dicen que no son socialistas. Lo que es un despropósito porque no hay progresismo que no sea socialismo.

Todo suena, al final, a lo mismo: a estatolatría. A esa idolatría por el Estado que ha devenido, el Estado, en un aparato incompatible con la vida, la libertad, la propiedad, la familia y el individuo

Todas estas clasificaciones son hoy en día confusas. Efectivamente, es muy difícil, y con mucha frecuencia, distinguir la derecha de la izquierda, a los nacionalistas de los patriotas, o soberanistas como se hacen llamar a veces, e, incluso, a los globalistas de los antiglobalistas. Todo suena, al final, a lo mismo: a estatolatría. A esa idolatría por el Estado que ha devenido, el Estado, en un aparato incompatible con la vida, la libertad, la propiedad, la familia y el individuo.

El Estado es un organismo que se justifica a si mismo por su mera existencia, como cualquier organismo vivo, pero con una diferencia: aspira a serlo todo, por lo que no deja nada que no le esté subordinado a su alrededor. No admite la alteridad, siquiera. Todo tiene que terminar siendo Estado. No hay diversidad para el Estado, ni hay otra libertad que la suya, ni propiedad de la que no goce, ni familia en la que se desarrollen individuos. Ni vida que importe, salvo la suya. Creo que de todo esto ya nos advirtió Savater en su Panfleto contra el Todo hace más de cuarenta años.

Liberal/libertario

Frente a la Estatolatría, no tan moderna, pero sí triunfante como nunca, ha surgido la Estatoclasia: la postura para derribar al Estado. Ahí tenemos a Milei. En sus palabras: liberal-libertario, porque no es liberal progresista, anarcocapitalista teórico y minarquista práctico. Ese es el eje: Estatolatría/Estatoclasia, que permite separar los proyectos políticos. ¿Qué quiere usted? ¿Conquistar el Estado o derribarlo? Porque lo primero, sin dudar de sus intenciones, que a veces son dudosas, conduce siempre a más Estado, porque no es un organismo fácil de embridar. La segunda, el derribo, es la solución, si lo que pretende es reconquistar la vida, la buena vida, la que merece ser vivida.

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