Es verdad que nunca seremos capaces de alcanzar su nivel de desvergüenza. Puestos a pensar, siempre nos quedaremos cortos por mucha entraña que le echemos. Ni cinco días para reflexionar, ni un minuto para que pudiéramos hacernos a la idea de por donde podría retirarse para colocarse mejor. El miércoles de humillación general, 24 de abril inolvidable, salió al portal, se enfundo el terno resplandeciente, nos saludó con un “buenas tardes” aunque fueran las 11 de la mañana, y luego se descojonó de todos nosotros, miserables cómplices de una burla tan cruel. El amago de dimisión tenía por objetivo demostrar que quienes le quieren, además lo adoran, y quienes le detestan, además son presuntos delincuentes.
A los ciudadanos basta con intimidarlos para que sepan a qué atenerse. Sobran las explicaciones; que me traigan la TV pública, que es mía, y luego a la SER, como de la familia. Es suficiente para que se enteren todos de qué va la vaina. Los parlamentarios, los periodistas y los jueces no merecen otra cosa que el desdén y pronto habrán de enterarse de lo que les tengo reservado. Basta que pasen las elecciones catalanas y europeas, porque estoy seguro de seguir siendo el “puto amo”, que es una buena definición que me otorgan mis aguerridos secuaces. ¿Acaso no dijo Napoleón a un Goethe intimidado que el carácter en la política es el destino?
Esos cinco días de abril sin primavera tendrán sin duda su Valle-Inclán, aunque me temo que habrá que esperar mucho porque de esta generación nuestra no saldrá, como aún no salió nada que valga la pena sobre ese grueso volumen de “El Ruedo Ibérico”, aún en blanco, que fermentó el franquismo. Cinco días de pasmo y vergüenza dan para mucho, al fin y a la postre las 800 páginas del Ulises de Joyce no tratan más que de una jornada. Los periodistas que exhibieron su endeblez jaleando al líder y alguno lo comparó con Zola y su “Yo, acuso”, sin rubor, con descaro, que paga la casa. El poeta institucional, aquel que fue de “la Nueva Sensibilidad” en Granada y que se hizo amanuense en la capital, encabezando la ristra de “los abajo firmantes”, ahora heridos en sus honores postreros como un Núñez de Arce o un Campoamor, “Ay, Doloras. Ay, García Montero”. Honores y honorarios, tan cercanos. Malos tiempos para la lírica, imposibles para la épica.
¿Acaso no dijo Napoleón a un Goethe intimidado que el carácter en la política es el destino?
En el decir del Presidente, lo que le cautivó hasta emocionarle fue la reacción del Partido. No me extraña. Incluso a mí me produjo vergüenza ajena. Un pleno de dirigentes sin ninguna ausencia, salvo el enfermo de Aragón, que de haber ido nadie hubiera podido garantizar su salud ni probablemente su seguridad, en aquella zarzuela con tenorinos. Apenas hablaron la docena de implicados, llorosos y mansueños, el ayudante del Amo dijo “ya es suficiente” y los sacó a todos a la calle donde les esperaban exaltados los 12.500 fedatarios del Mesías (sorprenden los 500; resaltar la precisión para hacerlo más creíble). No te vayas, Señor, quédate con nosotros. A ti elevamos las súplicas. Y así fue. Desde el cielo de la Moncloa respondió: aunque no lo necesitara para seguir siendo Dios, los devotos deben mostrar su fe ante los gentiles.
La salida por la Puerta Grande -¡qué pena que fuera chica e incómoda!- de los delegados de Dios quedará fija en nuestro álbum fotográfico. Mariaju Montero desencajada, en pleno trance con las manos alzadas en señal de súplica a la divina pareja, porque son dos, como Isabel y Fernando, como Indíbil y Mandonio, como Platero y yo, como Ortega y Gasset –“Begoña, compañera, estamos contigo”-. Una vicepresidenta primera, la heredera desolada, la legataria sin fallecido, llorando y exhibiendo sus lágrimas. Oh, Señor, cuánto sufro por ti. A su lado, Armengol, hecha una magdalena. La Presidenta del Congreso, la tercera institución del país bañada en llanto porque el Amo amenaza con dejarla sola, ella, una inválida de la inteligencia. ¡Qué momento estelar del feminismo institucional! Ni el machista más arrebatado hubiera imaginado escena semejante. Las mujeres lloran, los hombres se enjuagan la lágrima. Una humanidad doliente porque el Presidente les ha puesto a prueba. En la primera fila, exhibiendo la emoción del instante, Carmen Romero, viuda política del expresidente Gonzàlez. Si Almodóvar llora, la España de Almodóvar se derrite. ¡Qué país, Miquelarena, qué país!, que se decía en los tiempos del cólera.
Las mujeres lloran, los hombres se enjuagan la lágrima. Una humanidad doliente porque el Presidente les ha puesto a prueba. En la primera fila, exhibiendo la emoción del instante, Carmen Romero, viuda política del expresidente Gonzàlez
Y toda esta fanfarria para qué. Bajemos de la sublime manifestación de las herencias de 40 años de caudillismo, esas que empapan a la izquierda institucional y a los heraldos añorantes de Vox, y pasemos a la grisura del presente, borrascoso. El Presidente ha puesto todos sus recursos en garantizar su supervivencia. Tras cinco días sometiendo a la ciudadanía con sesiones intensas de electroshok ha conseguido dos cosas. La primera es convertir su partido en una iglesia evangélica, al estilo de los Testigos de Jehová. Después de lo que han sido capaces de ofrecerle en estos cinco días de temor pánico, no caben dudas ni a él ni a ninguno de sus adictos, que es “el puto amo”; chusca expresión de reciente inclusión en el lenguaje del Partido. Es preciso desterrar cualquier opinión crítica.
La campaña contra los bulos es un viejo invento creado por los generadores de mentiras. Un bulo es una mentira y no hay más vueltas que darle. Medir las mentiras fuera del Código Penal se llama censura y es una tentación en la que el Poder tiende a enfangarse -que viene de fango- cuando las cosas no marchan como desean. La segunda intención de los 5 días de intimidación consiste en algo tan intangible como la “regeneración de la política”. Es metafísicamente imposible que quienes han convertido la vida política en una batalla que no permite heridos sin sangre, vayan ahora a ponerse “de buen talante” -¿se acuerdan que lo inventó Zapatero?-.
“No pueden ganar los malos”, recalcó una exaltada Mariaju Montero “la buena”. Qué desdichada casualidad permite que en la vida política existan tantos Monteros -vicepresidenta, poeta institucional, podemita en expectativa de destino…-. Esto de los “bulos” revisitados estalla porque la esposa del Presidente mezcla su profesión de experta en marketing, es un suponer, con la de relaciones públicas. Algo que aún sigue a la espera de explicaciones del recién abanderado de “la regeneración política” tras el silencio ostentoso de 5 días de abril. ¿Y si la regeneración fuera otro silencio? “¡Cuan gritan estos malditos! Pero mal rayo me parta, si en concluyendo la carta, no pagan caro sus gritos”. Zorrilla. Don Juan Tenorio. Acto 1º.
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