Opinión

La esterilidad de la batalla ideológica

El científico honesto sabe aguantar sobre una columna en la desértica intemperie. La ideología, por el contrario, no sabe qué hacer con lo real

Ocurrió el 5 de enero o el 27 de septiembre -según versiones- de 459 en Alepo (Siria). Simeón Estilita el Viejo murió a los 69, tras haber vivido 37 años en lo alto de una columna en el desierto. La columna le servía de aislamiento frente a las tentaciones, de peana para la ostentación de su mortificación y de púlpito para sus influyentes prédicas. Eran otros tiempos y eran civilizados. En aquella zona del Mediterráneo hubo muchos anacoretas en la misma época. Vaya usted ahora a hacer alarde de penitencias cristianas en la Siria dominada por los radicales islamistas.

Simeón debiera ser el patrono de la transparencia pues toda su existencia estaba a la vista de todo el mundo. Nada de reclusión en la intimidad de una celda, ni de conciliábulos en despachos ministeriales. Aquello sí que era una buena batalla cultural, sin mediaciones tecnológicas, únicamente con lo que el cuerpo permite, voz, acciones, gestos y algunos pocos escritos. El sentido de la existencia humana a partir de Cristo iba forjando una cultura de enorme capacidad creativa, es decir una civilización propiamente dicha.

Cultura proviene de cultivo

El cristianismo ha sido la religión que mejor se ha llevado con el avance científico y cultural a pesar de algunos episodios, debidos más a celos profesionales, que a cerrazón dogmática. De hecho, Galileo tiene un mausoleo desde 1736 en la Basílica de la Santa Cruz (Florencia) y la teoría heliocéntrica acabó integrándose en la metafisica católica.

La llamada batalla cultural, si se contenta con la confrontación ideológica, será estéril pues ya no estamos en situación de pensar ingenuamente que se trata sólo de cambiar unas ideíllas por otras ideíllas. La cultura de verdad es lo que se va construyendo poco a poco frente a lo real. Por eso cultura proviene de cultivo. Y porque agricultores y ganaderos lidian muy bien con lo real de la naturaleza, su actividad y su sabiduría debe ser suprimida, según las sórdidas oligarquías transnacionales.

Desde los años 60, Las universidades y los institutos estaban infiltrados por el Partido Comunista de España y el filocomunista Buñuel hizo aquí dos de sus buenas películas: Viridiana (1960) y Tristana (1970). Eran comunistas, pero eran bastante cultos. Habían recibido una buena enseñanza en el franquismo, o mucho antes, como era el caso del calandino surrealista.

Ahora sería estúpido imponer otras ideologías en la enseñanza cuando lo que hay que hacer es crear cultura mediante la investigación, la discusión, la verificación o la refutación de hipótesis, etc...

La caída de la calidad en la enseñanza de todos los niveles empezó en los años 80 mediante la imposición de normativas encaminadas a sustituir la cultura y el saber por ideologías. Empezaron con la ideílla del igualitarismo, para que nadie acabara sabiendo demasiado y se cargaron la igualdad de oportunidades que había funcionado razonablemente bien con Franco. Decían defender la educación pública mientras la iban convirtiendo en un cortijo del PSOE con migajas para el PP. Aznar y Rajoy dejaron que la pudrición siguiera su curso. Ahora sería estúpido imponer otras ideologías en la enseñanza cuando lo que hay que hacer es crear cultura mediante la investigación, la discusión, la verificación o la refutación de hipótesis, etc. En estos procedimientos se mantiene la esperanza de la verdad y la dignidad, pero en las ideologías sólo se disfraza el ansia de poder de una casta o de quienes pretenden convertirse en casta de reemplazo. No es tiempo de nuevas ideologías, sino de cultura, de verdad, de sentido común, de honestidad intelectual y de apuesta por la vida.

Es cierto que para mucha gente es difícil vivir sin ideología al usarla como sustituto de la religión. Hay una diferencia, la religión católica otorga un espacio a lo real, es decir a lo sagrado incognoscible. La ciencia seria se enfrenta a ese sagrado incognoscible con las armas del método, la lógica, la discusión, la radical soledad y la humildad. El científico honesto sabe aguantar sobre una columna en la desértica intemperie. La ideología, por el contrario, no sabe qué hacer con lo real, salvo culpar a los demás, mediante eso que llaman, de forma inapropiada, relato. La ideología es para el pastoreo de rebaños.

En los últimos años, en todas las facultades, se ha avanzado mucho en la destrucción de la calidad. Se han promocionado muchos mediocres profesores titulares y catedráticos. Así que ahora se observa una espectacular escisión entre quienes simulan enseñar e investigar y los que se toman en serio la enseñanza y la investigación. Es una diferencia moral e intelectual insalvable.

Todo lo que no aporta absolutamente nada de valor al conocimiento ha servido para encumbrar medianías en las facultades de ciencias sociales y de humanidades. Han conseguido méritos fraudulentos en publicaciones y congresos dedicados a la ideología, no a la ciencia

La estafa climática, los embrollos de género, la alfabetización mediática, la consolidación de las falsedades de la pandemia, la memoria histórica impuesta… Todo lo que no aporta absolutamente nada de valor al conocimiento ha servido para encumbrar medianías en las facultades de ciencias sociales y de humanidades. Han conseguido méritos fraudulentos en publicaciones y congresos dedicados a la ideología, no a la ciencia. Lo sepan o no, propagan el nihilismo y la destrucción cultural mientras engañan a los estudiantes.

Quiero que esto lo comente el sobrerrealismo de Buñuel que es un hurgar lúcido y escéptico, didáctico en el fondo, con la irreverencia del que conoce en detalle la cultura católica hispana. Venga ahora el final del mediometraje sobre el estilita titulado Simón del desierto (1965). La última secuencia no fue improvisación, estaba desde el inicio en el guión. Satanás, interpretado por Silvia Pinal, es identificado como La Cosa y La Cosa se ha llevado a Simón desde el desierto a una discoteca nihilista del Nueva York de los 60. Suena una canción rock titulada Carne radiactiva. La gente baila como si fuera una fiesta de insectos. La Cosa dice con entusiasmo: “Es la última danza. ¡La danza final! ... ¡La danza final! ...” Simón le dice, sin demasiada convicción, “¡Vade retro!”. El exorcismo no funciona. Ella responde enérgica: “¡Vade ultra!”. Satanás tiene la última palabra y le ordena al santo que avance más, que vaya hasta el final en la danza sinsentido. Semeja ser una celebración de insustanciales profesores ideologizados que repiten gestos prestados como autómatas. Buñuel construyó una visión que ilustra certeramente las alienaciones de hoy. Arte de comunicación compleja.

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