Habría que rebuscar entre los papeles del archivo antropológico para encontrar una razón convincente, una prueba, algo que arrojara un poquito de luz sobre esta tendencia, tan antigua como calentarse al fuego, de convertirlo todo en un drama. Esta afición pueril por retorcer el punto de vista y colocarlo siempre junto al ombligo, y presentarse uno, en la escarpada cumbre del egotismo, como el protagonista de la más trágica y desafortunada existencia. Todo es un drama alambicado. Hay una esperpéntica retahíla de frases sobadas que provocan el más soporífero hastío, y que las víctimas articulan sin sonrojo: «Lo que a mí no me pase...», «se podría escribir un libro», "tengo la negra (con perdón)".
Tener un pisito en segunda línea de playa, allá atrás, mezclado con la chusma, allí, entre las penumbras del oprobio, lejos de la orilla, lejos del mundo ansiado, apartado del glamour, pisoteando el fango... ¡qué horror! Deambular por ahí embutido en ese vehículo de alta gama, ayer flamante, hoy transformado ya en un trasto inservible, en un grotesco vehículo de año y medio: va uno conduciendo semejante tartana temeroso de que una rueda le salga volando... ¡qué horror! Subsistir de soltero en ese pisito de 130 metros cuadrados, tan escueto, tan reducido, y pensar en compartirlo con una pareja y unos nenes... ¡qué horror!
Esos malditos pájaros
Estos centollos no valen nada, ese carabinero mejor ni tocarlo, dan ganas de salir corriendo. Qué espanto remojarse en las playas color esmeralda del Caribe y ponerse hasta los ojos de arena, y soportar los berridos de esos pajarracos exóticos, así no hay quien disfrute del sonrosado crepúsculo. Dejarse caer en la tumbona a mediodía y que no haya a tu alrededor ni un mísero camarero con un taparrabos de seda importada que le traiga a uno cuatro Martinis. Qué horror de vacaciones. El entrecot tiene un ligero aroma a desolación ya no se comen entrecots como los de antes. En una reunión se discute sobre el riesgo de que Putin apriete el botón nuclear y alguien exclama: «Eso no es nada. Me acaba de dejar la Vane». El fin del mundo. Qué espanto de veinticinco años, quién tuviera veinte. Veinte años son la gloria, pero veinticinco son dolorosa e inmensa calamidad, es estar a dos pasos de la vejez.
Lo realmente atroz
Raro es el día en que un individuo oprimido, sobrenadando con fatiga en ese charco profundo de indigencia, no desahoga su desgracia reventando de una patada el contenedor de la basura orgánica. Pero el verdadero drama, el auténtico y espeluznante drama es que algunos periodistas sigan diciendo «tragedia humanitaria». ¿Humanitaria? ¿Cómo va a ser humanitaria una tragedia? Esto sí es un drama, pero gordo.
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