Opinión

Estos lodos

Esto es lo que pasa cuando se habitúa a los ciudadanos a que la política sea un circo, una gallera, una payasada vocinglera, un teatro de títeres; un cruce de mentiras a cual más gorda

Estos lodos
El activista ultra Alvise Pérez en una imagen de archivo. EP

Ya hemos votado en las elecciones europeas. Los españoles nos las hemos tomado más o menos tan en serio como siempre: alrededor de la mitad de los ciudadanos con derecho a voto se quedó en casa, como si lo que ahí se decidía no fuese importante. Hemos sido mucho más cumplidores que los lituanos, los eslovacos o los croatas (ahí votó menos del 30% del censo), pero no tanto como los belgas o los luxemburgueses, países en los que se acercó hasta la urna el 90%. Claro que hay truco: en esos países el voto es obligatorio… Pero el premio al humor negro se lo llevaron los griegos, que también tienen voto obligatorio y solo se acercó a votar el 41%. Eso es un “que les zurzan, Rastapopoulos” en toda regla. Los búlgaros hicieron algo parecido, pero es que tienen menos costumbre.

Bien, ¿qué ha pasado? Pues, en términos muy generales, que la extrema derecha (que suele ser antieuropeísta y putinesca) ha crecido moderadamente, más en unos sitios que en otros. No en todos: en Portugal, Finlandia o Suecia, los “neofachas” se han pegado un castañazo de los de ir a Urgencias. Pero en Francia han logrado un resultado tan terminante que ha hecho que el presidente Macron convoque elecciones generales; en Bélgica ha dimitido el primer ministro y en Alemania, donde hay desde hace muchísimo un “cordón sanitario” contra los ultras de la AfD, el claro crecimiento de este partido que niega (tibiamente) ser neonazi ha hecho saltar todas las alarmas.

Pero es menos grave de lo que parece. Los partidos estrictamente democráticos, ya sean de izquierdas o de derechas, conservan la mayoría y lo más verosímil es que lleguen a un acuerdo parecido al que ha funcionado hasta ahora. Los socialdemócratas, los liberales centristas de Renew Europe y el Partido Popular Europeo (ganador de las elecciones con 189 escaños sobre 720) muy bien podrían llegar a un acuerdo, al que quizá se sumasen los 53 diputados de Los Verdes. Superan con mucho los votos que necesitan para gobernar. Es posible que la prudente y eficaz conservadora Ursula von der Leyen conserve la presidencia de la Comisión y que el socialista portugués António Costa se haga cargo del Consejo Europeo; para ello le apoya, entre otros, el primer ministro de Portugal, el conservador Luís Montenegro.

¿Y en España? Ah, ustedes perdonen, España es otra cosa. Aquí, lo que estas elecciones pudieran tener de europeo no le importaba un rábano a nadie. Esta convocatoria a las urnas ha sido la septingentésima función de títeres en la que la bruja mala intentaba darle con el palo al payaso, o al revés; y que los niños –nosotros– aplaudiésemos con la boca abierta a uno o a otro, que es lo que llevamos viviendo desde hace ya demasiados años.

El artificio de Sumar, invento de unos podemísticos para comerse a los otros que iban quedando (con el aplauso y patrocinio del PSOE), se ha quedado en un cohete de feria, tan fallón como efímero

La mesnada feijoyana planteó el asunto como un “plebiscito” contra Sánchez. Los sanchistas apretaron los dientes (y la zona glútea) para resistir el embate. Los dos dicen que tuvieron éxito, ellos sabrán por qué. Pero, bien mirado, ¿qué otra cosa iban a decir? ¿Alguien recuerda cuándo fue la última vez en que uno de los dos partidos mayoritarios admitió que las cosas le habían ido mal? Salvo las elecciones autonómicas y locales de mayo de 2023, cuando el desastre del PSOE fue de tales proporciones que Sánchez decidió convocar elecciones generales, la última vez que uno de los dos grandes partidos reconoció que había perdido éramos todos muy pequeños aún, ¿verdad?

A los demás partidos no les fue mejor. La extrema izquierda “eclesiástica” (de Iglesias) continúa en su proceso de implosión, como estaba previsto. El artificio de Sumar, invento de unos podemísticos para comerse a los otros que iban quedando (con el aplauso y patrocinio del PSOE), se ha quedado en un cohete de feria, tan fallón como efímero, y Yolanda Díaz ha tenido que dejar la dirección del ilusorio artefacto… aunque no el gobierno, ni que fuera tonta. Y a la extrema derecha, que se las prometía muy felices porque daba por hecho que iban a emular los resultados de Le Pen en Francia, se le ha quedado la cara del tipo al que le toca la lotería y echa la casa por la ventana… hasta que se entera de que se lleva ciento doce euros.

¿Y por qué ha pasado esto? Ah, pues es muy sencillo. Porque en este teatrillo de guiñoles se ha colado alguien que no estaba invitado y con quien nadie contaba. Se llama (tengo que mirarlo, un momento) Luis Pérez Fernández, pero le llaman o se hace llamar “Alvise” porque él sabe mejor que nadie que con su nombre original tenía poco futuro. Los periódicos le llaman agitador. Lo es. Estamos ante el curiosísimo caso de un fantoche perfectamente consciente de serlo, algo que en España no veíamos desde Ruiz-Mateos. Un fantoche inteligentísimo al que han votado nada menos que 800.000 personas, una cifra de escalofrío.

Alvisa es un demagogo en estado puro que imita las patochadas de Milei y no pocas de las frases de Trump (la pijada del “fraude electoral”, por ejemplo), con el agravante de que es muchísimo más inteligente

Este Pérez, un antisistema químicamente puro que es a la política lo que El Palmar de Troya es a la Iglesia católica, se presentó a las elecciones europeas buscando –y así lo reconoció públicamente– la inmunidad judicial que otorga el escaño, ni más ni menos. Y esto porque su actividad habitual, que desarrolla casi exclusivamente en las redes sociales (donde se mueve como nadie), consiste en insultar a quien se le ponga por delante, en saltarse toda norma y todo rastro de verosimilitud o credibilidad. Eso lo hace como nadie, pero suele traer consecuencias en los Tribunales; de eso quería escapar este sujeto. Es un demagogo en estado puro que imita sin el menor de corazón las patochadas de Milei y no pocas de las frases de Trump (la pijada del “fraude electoral”, por ejemplo), con el agravante de que es muchísimo más inteligente que Trump; para lo cual, la verdad, no hace falta esforzarse mucho.

Pero le han votado 800.000 personas y ha sacado tres escaños en el Parlamento Europeo. Mejor aún que Ruiz-Mateos, que en 1989 logró 600.000 votos y dos asientos. La gran mayoría de esos 800.000 ciudadanos que han votado a este Pérez son jóvenes (que son los que viven y anidan en las redes sociales), no demasiado educados y, esto sobre todo, están hasta las narices de una sociedad que parece pensada para sus padres, no para ellos. El voto a Pérez es, pues, el voto antisistema, el voto de castigo a todo, el voto cabreado, el voto conspiranoico. Casi podríamos decir que el voto gamberro, que es tan legítimo como cualquier otro.

Hasta ahora, ese voto iba a la extrema derecha. Pero hay 800.000 personas que han votado al listísimo golfo de Pérez. Con esos 800.000 votos, la extrema derecha que quizá debamos empezar a llamar “tradicional” (Vox) no habría crecido en dos escaños sino en cinco o seis, y sería un triunfo en toda regla. Con esos votos, la derecha civilizada del PP no habría conseguido 22 diputados sino más de 30, y entonces sí que tendrían motivos para ufanarse de haber pulverizado a Sánchez en el tan cacareado “plebiscito”.

Las tácticas vergonzosamente populistas se han vuelto contra quienes las usaban, porque súbitamente ha aparecido un listo que las usa muchísimo mejor que ellos

Pues muy bien, hombre, pues muy bien. Mírense ahora los feijoyanos y los abascalísticos las heridas, que son bastantes, y pregúntense qué es lo que han hecho mal. Ellos y, desde luego, todos los demás, desde Sánchez al último mohicano. Esto es lo que pasa cuando se habitúa a los ciudadanos a que la política sea un circo, una gallera, una payasada vocinglera, un teatro de títeres; un cruce de mentiras a cual más gorda y más intragable que se lanzan unos a otros a la cabeza sin darse cuenta de que la cabeza en la que cae todo eso es la nuestra; que están creando un sector de ciudadanos, cada vez mayor, que firmarían la célebre frase de Estanislao Figueras, primer presidente de la primera República española (1873): “Señores, estoy hasta los cojones de todos nosotros”. Luego se subió a un tren en Atocha y no se bajó hasta París. Aquí hay 800.000 ciudadanos que, como no caben todos en ese tren, han votado a este astuto y habilísimo Pérez. Que ha logrado lo que quería: la inmunidad ante la Justicia. Y un mínimo de casi 8.000 euros al mes. Dice que los donará o sorteará. Está claro que no le falta sentido del humor.

De aquellos polvos vienen estos tristes lodos. Las tácticas vergonzosamente populistas se han vuelto contra quienes las usaban, porque súbitamente ha aparecido un listo que las usa muchísimo mejor que ellos. Muchos veníamos avisando desde hace largo tiempo del peligro terrible que supone usar, en política, técnicas estrictamente publicitarias, televisivas o, por mejor decir, de programas de telebasura. Muy bien. Ahí tienen el resultado. Ha aparecido un tipo peor que ellos y les ha birlado 800.000 votos.

Ahora arréglenlo. Si pueden.

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