El cuco o cuclillo (cuculus canorus lo llamó Linneo en 1758) es un pájaro muy común en toda Europa, Asia y algunas zonas de África. Cae muy bien a la gente, sobre todo a los niños, por su canto: un “cú-cu” muy llamativo que le ha granjeado centenares de miles de relojes fabricados en Suiza. Cuando éramos jóvenes y paseábamos por los prados del valle de Fenar, en primavera, el inolvidable Ángel Barja (uno de los mejores músicos que he conocido en toda mi vida) sostenía que el cuco macho cantaba una tercera mayor, pongamos un La-Fa, mientras que el cuco hembra emitía una tercera menor, con el La bemol o el Fa sostenido. Bueno. Probablemente Ángel se estaba tirando el rollo, pero lo pasábamos bien con aquellas cosas.
Pero el cuco tiene otra característica que lo hace menos simpático. Es un pájaro vago y parásito: no suele construir nidos y pone sus huevos en los nidos de otros pájaros, singularmente (en España) carriceros y bisbitas. El carricero, cuando llega al nido, no distingue a sus propios huevos de los del cuco, porque son muy parecidos, y los empolla a todos sin pararse a contar. Cuando nacen los pollos, el del cuco se las ingenia para arrojar al suelo a los demás huevos o incluso a sus falsos hermanos recién nacidos; crece desmesuradamente y el carricero, cuando llega a alimentarlo, no puede entender qué es aquel monstruo blanquinegro e insaciable que tiene tres veces su tamaño, pero el instinto le empuja a darle el mosquito o el saltamontes que lleva. Así sigue la cosa hasta que el cuco, ya crecido, abandona el nido y el carricero se queda con la cara de tonto que ustedes se pueden figurar.
Los españoles son bastante más listos que los pajarillos carriceros y han detectado al cuco
Recuerdo todas estas cosas mientras veo la encuesta famosa que ha sacado el CIS, en la cual los socialistas crecen mucho y los demás se quedan sobre poco más o menos como estaban… con la notable excepción de Ciudadanos, que cae tres puntos y medio y pasa a ocupar la cuarta posición en la lista de corredores. Es verdad que esa encuesta está hecha antes del fiasco de la investidura, con lo cual sus resultados difícilmente serían trasladables a lo que la gente piensa esta misma mañana, pero sí hay algo que me parece esperanzador: los españoles son bastante más listos que los pajarillos carriceros, que se limitan a ser generosos y automáticos, y han detectado al cuco.
Rivera está tardando mucho en darse cuenta de que su canto melodioso (tercera mayor, tercera menor; tanto da) no es suficiente para engolosinar a la gente, por lo menos a la que se sigue interesando por estas cosas. El cuco es un golfo del que no te puedes fiar, y esto se sabe. Tú no puedes romper el cascarón, sea en el nido que sea, piando que hay que acabar con los nacionalismos; y luego, cuando vas echando del nido a los otros pollos, volverte más nacionalista que nadie. Tú no puedes levantar la inédita bandera de un partido liberal (en el sentido clásico), moderno, dinámico e interesado sobre todo por el progreso de España, y luego, cuando vas engordando, declarar abiertamente que lo que pretendes es echar al suelo a los pollos legítimos y quedarte con el nido y con todos los mosquitos y cigarras que te puedan traer las elecciones. Es decir, que lo que quieres no es hacer una política nueva sino quedarte tú con el sitio de otros. Que lo que te interesa no es España sino el poder. El gobierno. Eso era todo.
No funciona. Entre el original y la copia, la gran mayoría de la gente preferirá siempre el original. Para salir adelante tienes que inventar algo nuevo y atractivo. Cuando, como consecuencia de la crisis que empezó hace diez años, reventó el célebre milagro que comenzó Fraga Iribarne en 1976 y que triunfó plenamente en 1982 (reunir a toda la derecha española en un solo partido), la derecha se partió en tres pedazos desiguales: nació Vox, fruto de un intenso cabreo de mucha gente que, en poco tiempo, perdió la vergüenza de decir que eran extremistas, xenófobos, racistas, machistas y pandereteiros; prosiguió el partido de la Gürtel, que durante cierto tiempo cayó en la locura de imitar a sus imitadores por la derecha, y brotó Ciudadanos, que empezó como una cosa y luego se ha convertido en otra: el cuco.
Al Partido Popular le ha llevado años, décadas, construir una red clientelar enormemente sólida y extendida (¿han visto ustedes la película El Reino?) que ya no se extingue ni deshace cuando falta el poder, sino que se aplica en recuperarlo: sabe no ya esperar tiempos mejores, sino trabajar para traerlos. Por eso no desaparecerá. Ciudadanos no tiene todo eso porque, en el ámbito nacional, es un partido aún bisoño. Y Rivera parece no darse cuenta de que esa red clientelar no puede sustituirse imitando los galleos, las caricaturas, las fanfarronadas y el piar (tercera mayor, tercera menor: la banda, la banda, que viene la banda de Sánchez) de los pájaros a los que pretende reemplazar. Tiene que ser otra cosa. Y lo estaba siendo.
Rivera ha decidido quemar toda la tierra y todos los puentes entre su partido y los socialistas cuando su función había de ser precisamente la contraria
En Europa, los más asentados analistas no logran entender cómo Rivera ha decidido quemar toda la tierra y todos los puentes entre su partido y los socialistas, cuando su función, como partido bisagra al estilo del FDP alemán, había de ser precisamente la contraria: hacer de árbitro y propiciar acuerdos, no impedirlos. Eso es lo que ha hecho en Andalucía con el PP y con la extrema derecha. Eso es lo que está comenzando en Murcia, fingiendo cada vez menos que se tapa las narices para no oler a Vox. Ese es su trabajo, pero no solo en una dirección, porque entonces se convertirá no en árbitro si no en copia de otros.
El cuco se parece mucho, en tamaño y en plumaje, a otro pájaro: el gavilán. Plinio el Viejo afirmaba que, en invierno, los cuclillos se convertían en gavilanes, lo cual hace lamentar el escasísimo desarrollo de la oftalmología en tiempos de aquel señor. Lo que en realidad sucede es que el gavilán es el mayor depredador del cuco. Los cazan y se los comen.
Hagan ustedes una cosa. Escuchen durante un rato a Cayetana Álvarez de Toledo, nueva portavoz del PP en el Congreso de los Diputados. Incluso mírenla, de perfil si puede ser. Y luego hagan lo mismo con Rivera: escúchenlo (tercera mayor, tercera menor), o a Arrimadas, o a Girauta, o a ese chico tan repelentín que se llama Fernando del Páramo.
Y luego adivinen quién es el gavilán y quién la presa. Quién, si esto sigue así, se va a comer a quién.