Opinión

ETA: olvidarnos de olvidar

La banda debate su disolución definitiva sin que la opinión pública, entretenida con Puigdemont y los suyos, muestre demasiado interés

Los titulares de prensa son tan rotundos como volátiles, demostrando empíricamente la capacidad de amnesia, casi rozando lo inmoral, de una sociedad que ha sufrido 829 asesinatos indiscriminados a manos de una banda de sicarios a sueldo de una idea tan abstracta como imposible. La banda criminal ETA está sometiendo a votación entre sus miembros (aún existen especímenes de tal condición) un confuso papel en el que plantea la disolución definitiva de la mal llamada organización. Se trata, claro está, de un ejercicio estéril, porque en la mente colectiva del país la disolución no es una entelequia, sino una realidad asumida y descontada. A nadie importa, pues, lo que haga o deje de hacer esta obsoleta excrecencia de nuestro pasado más vil, de ahí que el titular, con el honor de las cuatro columnas rece: “ETA anuncia su desaparición definitiva entre la indiferencia”.

Para la mayor parte de la sociedad la banda lleva disuelta mucho tiempo, sus acciones sangrientas cesaron tras ser vencida policial y judicialmente -conviene tenerlo muy presente- y lo que haga o deje de hacer es asunto  que no parece ocupar ni preocupar a una opinión publica enredada en el azul de Puigdemont, un puñado de inanes estelados y sus ensoñaciones independentistas (eso sí, afortunadamente, sin pistolas de por medio). El anuncio del plan etarra ha sido publicado por un libelo llamado Gara, que antes se seguía mucho en el ministerio del Interior por ver de descubrir en sus páginas pistas y claves ocultas de la banda, algo similar a lo que ocurrió anteriormente con otra cosa impresa llamada Egin.

La indiferencia y el olvido se revelan como una anomalía moral que concierne a toda la sociedad"

Así que han pasado seis años desde el denominado cese de la actividad armada, en sintaxis de los malos, los ciudadanos de este país,  incluyendo obviamente en este descriptivo a los del País Vasco, muestran una indiferencia de libro ante algo que, quizá irresponsablemente, ni les va ni les viene. Atrapados por el vértigo maléfico de la inmediatez, la dinámica informativa hace prescribir frívolamente los hechos importantes en aras de lo nuevo novísimo, y, en ese sentido, ETA hace ya tiempo que dejó de ser noticia. Vivimos en la época de los trending topics, de ahí que los patéticos encapuchados con txapela se hayan fosilizado en el imaginario colectivo convirtiéndose en un referente viejuno que ya no parece interesar a nadie.

Es la amnesia de los nuevos tiempos contra la que resulta imprescindible combatir, porque muchos tenemos en la memoria profesional multitud de asesinatos, coches bomba, secuestros y extorsiones, de las que tuvimos que informar en un momento en el que se amenazaba y se mataba a políticos, militares, policías, guardias civiles, ertzainas o periodistas, por el sólo hecho de serlo. Y eso no, no puede ni debe borrarse nunca. El olvido resuelta especialmente inmoral y miserable cuando los asesinos que ejercieron de chivatos para señalar futuras víctimas a los pistoleros, son recibidos como héroes en su pueblo al salir de la cárcel, tras pagar una mínima pena por su actuación. Por eso no cabe la indiferencia ni el olvido; el perdón ya es algo personal e íntimo. Cuando los de la serpiente y el hacha no han mostrado signo alguno de arrepentimiento, la sociedad no puede estar tan enferma como para pasar página sin más. No hacerlo es un compromiso moral con las víctimas y sus familias, con las viudas, los huérfanos y los padres sin hijos. Un compromiso contra los obispos y curas que miraron para otro lado, el de los asesinos, en lugar de mostrar cristiana compasión con las familias de los muertos. Todo fue, ahora lo sabemos, un aquelarre ético en el que muchos colectivos empatizaron con las pistolas más que con las nucas que alojaron sus balas.

No es comprensible éticamente que los chivatos que marcaron a las víctimas ante los asesinos tengan la consideración de héroes"

Lo peor, con todo, al menos para mí, y cuento lo que he visto, es el recuerdo de energúmenos gritando “ETA, mátalos”, incluyendo en ese colectivo a las emakumes que jaleaban los asesinatos enarbolando las fotografías de sus hijos condenados por matar. No hubo caridad, compasión ni respeto por los abatidos con balas 7 milímetros Parabellum, amonal o goma 2; por los secuestrados, amenazados y señalados en pasquines con una diana en sus cabezas. Por eso no es admisible la indiferencia ni el olvido. De ahí que no pueda pasarse por alto el que existan personas sin alma capaces de jalear como salvadores de una patria inexistente a quienes fueron responsables de tanta y tanta desolación. Dicen los periódicos que la disolución definitiva de ETA podría darse a conocer después del verano. En cierta medida será la constatación de una derrota, la evidencia de la inutilidad de una quimera irrealizable que, en su trayectoria criminal, arrebató la vida a 829 inocentes y dejó marcadas para siempre las existencias de sus familiares, amigos y compañeros. Por eso parece obvio que la indiferencia y el olvido, si se producen,  se convierten en un delito moral que nos concierne a todos.

 

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