Opinión

Europa, a la derecha pero no tanto

La máquina de meter miedo ya está en marcha. Todavía les funciona, lo que no se sabe es si será esta la última vez que lo haga

Las elecciones al Parlamento Europeo del fin de semana pasado han puesto a algún que otro país patas arriba, algún que otro país grande quiero decir, Francia para ser más exactos. Los resultados allí han sorprendido a toda Europa ya que la Agrupación Nacional ha ganado las elecciones con mucha contundencia. Su candidato, Jordan Bardella, obtuvo el 31% de los votos y 30 escaños, 7 más que en 2019 y 17 más que la coalición apadrinada por Emmanuel Macron. A esos 30 escaños habría que sumarles los 5 que ha conseguido Marion Marechal, sobrina de Marine Le Pen, que se presentaba por un partido llamado Reconquête (Reconquista), fundado en 2021 por el escritor Eric Zemmour. De los 81 escaños que Francia envía al parlamento europeo 35 (el 45%) son de extrema derecha o derecha identitaria.

Ante semejante panorama, Macron se ha sentido interpelado y el domingo por la noche, antes incluso de que se conociesen los primeros resultados decidió comparecer por televisión, disolver la Asamblea y convocar elecciones legislativas anticipadas, muy anticipadas de hecho porque las últimas se celebraron hace sólo dos años, en junio de 2022, y las siguientes tocaban en 2027. La razón no es otra que la victoria de la Agrupación Nacional, que no ha sido una victoria cualquiera. En 2019 Bardella ya ganó las europeas, pero lo hizo por muy poco, menos de un punto porcentual y empatado a 23 escaños con la candidata macronista. Esta vez ha sido diferente. Los de Macron han perdido 10 diputados mientras la Agrupación Nacional escalaba hasta los 30.  

Con estos resultados el viraje de Francia hacia la derecha identitaria es un hecho innegable. Si extrapolamos estos números a unas legislativas las ganarían sin problemas, pero no tanto unas presidenciales donde el sistema de doble vuelta permite a los candidatos reagrupar voto y el magnetismo personal de los candidatos cuenta mucho. En Francia, Macron contaba con que estas europeas iban a ser las últimas elecciones antes de las presidenciales y legislativas de 2027, pero prefiere jugársela y, con el miedo a la extrema derecha, apelar al voto útil, es decir, al voto a su partido. Por eso fue tan rápido en disolver. Podría haberlo dejado para después del verano, pero quiere que desde la izquierda hasta el centro-derecha todos sientan el pánico de ver a Le Pen entrando de la mano con Zemmour en el Palacio Borbón, sede de la Asamblea Nacional desde la revolución francesa. En las legislativas de 2022 el partido de Macron ganó, pero perdió la formidable mayoría absoluta de 2017. Prácticamente empató con la izquierda de Melénchon seguidos por la Agrupación Nacional. Si consigue atemorizar lo suficiente a los votantes de Melénchon quizá se recupere.

Por eso y por ninguna otra cosa ha convocado elecciones. Es algo en clave exclusivamente interna y la única intención que persigue el adelanto es reforzar la mayoría del partido de Macron. Pero es arriesgado ya que podría suceder que los votantes ignoren la amenaza y voten a quien siempre han votado. El tema es que, al ser tan repentina e inesperada la convocatoria, han tenido que improvisarse a toda prisa sondeos electorales. Las noticias para el presidente no son buenas, dan a Le Pen entre 230 y 250 escaños, lo que les colocaría muy cerca de la mayoría absoluta. El partido de Macron tendría que conformarse con entre 100 y 130, un centenar menos de los que obtuvo en 2022.  

Los socialdemócratas de Olaf Scholz cosecharon el domingo su peor resultado en una elección nacional en siglo y medio de existencia. Se quedaron en el 13,9% de los votos

En la vecina Alemania, a la coalición gobernante de socialdemócratas, verdes y liberales tampoco le sonríe la fortuna. Los tres partidos que lo componen quedaron detrás del CDU y de Alternativa para Alemania (AfD), un partido identitario y nativista que parece inmune a los continuos escándalos que le afectan ya que ha echado raíces profundas en el este de Alemania. Su mapa de voto encaja como un guante en el de la antigua RDA, lo que invita a pensar que los votos los están sacando más de la izquierda comunista que de la derecha democristiana. Los socialdemócratas de Olaf Scholz cosecharon el domingo su peor resultado en una elección nacional en siglo y medio de existencia. Se quedaron en el 13,9% de los votos frente al 30% del CDU y el 15,8% de AfD. A los Verdes no les fue mejor. No llegaron al 12% cuando en 2019 fueron segundos con el 20,5% y eran entonces la segunda fuerza política del país. De los tres que conforman el Gobierno Scholz los menos perjudicados fueron los liberales del FDP que se quedan como estaban, 5 escaños en el parlamento europeo y algo más del 5% de los votos.

Los resultados en Alemania reflejan de una manera muy precisa las dos principales preocupaciones de los europeos: la ambiciosa agenda medioambiental que exige demasiados sacrificios y los problemas derivados de la inmigración. Los peor parados han sido los partidos de izquierda y ecologistas que más decididamente apuestan por descarbonizar la economía cuanto antes y abrir la mano con los inmigrantes. En cambio, los partidos que más escépticos se muestran en materia medioambiental y que quieren más restricciones a la inmigración han salido beneficiados. Quizá por eso mismo los liberales alemanes no han recibido un castigo especial. Dentro del gabinete de Olaf Scholz es la única voz que pide moderación en uno y otro aspecto.

Lo de la inmigración es un clásico en Europa desde hace ya muchos años. Su influencia en las elecciones es determinante, pero ahí los bandos estaban ya definidos. No sucede lo mismo con el tema medioambiental. Hace sólo cinco años había un consenso paneuropeo respecto a las medidas para reducir las emisiones de CO2. Ese consenso es el que se ha roto. Lo ha hecho porque los costes son muy altos y, cómo era de prever, los está pagando la clase media, que es con mucho la más numerosa en Europa y la que en última instancia decide las elecciones.

El nuevo parlamento estará aún más escorado hacia la derecha, gracias en buena medida a los malos resultados de los socialdemócratas y, especialmente, de los ecologistas

De cualquier modo, y a pesar de toda la tinta que ha corrido esta semana a cuenta del crecimiento de la extrema derecha, el hecho es que en Bruselas seguirá reinando el consenso. Los partidos identitarios han crecido, pero no lo suficiente como para poner en riesgo el acuerdo entre populares y socialdemócratas. Eso que se viene diciendo desde hace tiempo de que la UE va a caer en manos de la ultraderecha racista y antieuropea es una exageración. Lo que si es cierto es que el nuevo parlamento estará aún más escorado hacia la derecha, gracias en buena medida a los malos resultados de los socialdemócratas y, especialmente, de los ecologistas. Pero sigue bastando un acuerdo entre conservadores, socialdemócratas y liberales (juntos suman 400 escaños) para que dispongan de la mayoría absoluta en la cámara. Ese acuerdo es el habitual y sobre él descansa el famoso consenso europeo que se mantiene intacto. Así se ha encargado de hacerlo ver Ursula von der Leyen, que está muy interesada en un nuevo mandato como presidenta de la Comisión.

La primera cosa que tendrán que hacer los eurodiputados, nada más constituirse la Cámara, será dar o negar el voto a Von der Leyen. Pero la elección del presidente de la Comisión es, como todo en Bruselas, algo muy alambicado. El presidente del Consejo lo propone después de consultarlo con los partidos en el Parlamento y luego se somete a votación. En principio Von der Leyen tiene la elección asegurada, pero el voto es secreto y no existe nada parecido a la disciplina de voto en el Parlamento europeo, así que tendrá que ir convenciendo partido a partido país por país para que le den los números. No creo que le cueste mucho porque la máquina de meter miedo ya está en marcha. Todavía les funciona, lo que no se sabe es si será esta la última vez que lo haga.

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